Para darle un poco de contexto y de empaque a la paella del domingo, recordemos la curiosa tradición de encuentros entre islandeses y vascos. En el siglo XVI, todos los años llegaba una flota de balleneros vascos a los fiordos occidentales de Islandia. Parece que se estableció una relación buena y duradera entre los marinos y los nativos, porque llegó a crearse un rudimentario idioma vasco-islandés (lo que los expertos llaman un pidgin: una lengua franca, un chapurreo que incluía términos islandeses, vascos, ingleses y franceses).
Alguien escribió en el siglo XVII dos glosarios que recogen 745 palabras de ese idioma vasco-islandés: es el primer diccionario de una lengua viva en la historia de Islandia. Muchos de los términos en euskera pertenecen al dialecto labortano. De ahí se deduce que los balleneros debían de proceder del puerto de San Juan de Luz.
En los glosarios se recogen cientos de palabras sueltas como schularua (del vasco eskularrua: guante), eskora (aizkora: hacha) o unat (hunat!: ¡ven aquí!), y un buen número de frases:
Christ Maria presenta for mi balia, for mi presenta for ju bustana: Si Cristo y María me dan una ballena, para mí la ballena y para ti la cola.
Zer travala for ju: ¿en qué trabajas?
Y otras con las que se podría ensamblar algún diálogo:
Fenicha for ju: follar contigo.
Sumbatt galsardia for?: ¿por cuántos calcetines?
For ju mala gisunna: eres un hombre malo.
Gianzu caca: (en euskera: jan ezazu kaka; en castellano: vete a comer mierda).
Ese año sólo tres balleneros vascos faenaron en aguas islandesas, con unos 90 marineros. En la última noche de la campaña, cuando los galeones ya estaban cargados hasta los topes con cientos de barriles de aceite de ballena (cada barril valía el equivalente a 5.000 euros), los vascos celebraron una cena en la orilla del fiordo de Reykjafjordur. Entonces estalló una tormenta y el oleaje empujó un enorme iceberg contra los barcos: dos se hundieron y el otro quedó inutilizado. Los vascos rescataron algunas chalupas y con ellas salieron del fiordo, por miedo a que los islandeses aprovecharan el desastre para atacarles. Un grupo se instaló en un islote, para levantar un campamento invernal, y otro grupo salió a recorrer la costa en busca de algún barco que pudiera sacarles de allí.
Unos días más tarde, los refugiados en el islote remaron hasta una aldea costera, la atacaron y robaron provisiones. El gobernador local organizó una partida de guerra. Acorralaron a los vascos, mataron a casi todos, y entonces el capitán Martín de Villafranca, donostiarra, intentó negociar la rendición con un sacerdote que venía con los islandeses. Mientras parlamentaban en latín, un islandés se acercó corriendo a Villafranca y le dio un hachazo. El capitán se giró en el último momento y recibió el corte en el hombro. Echó a correr hacia el mar y trató de escaparse nadando, pero los islandeses le lanzaron una lluvia de pedradas. Uno de los pedruscos le abrió la cabeza. Lo agarraron, aún con vida, lo arrastraron hasta la orilla y lo trocearon a conciencia. Después mataron a los demás vascos. Juntaron los cuerpos, los desnudaron, les sacaron las tripas, los subieron a un acantilado y los lanzaron al mar.
Y con esos antecedentes nos vamos a Islandia, confiando en que el recibimiento a los vascos haya mejorado un poco en estos últimos cuatro siglos.
PD: Los vascos que salieron a buscar algún barco consiguieron salvarse: cuando se enteraron de la masacre, robaron una nave inglesa y huyeron de Islandia. En el relato he seguido los textos de Manuel Velasco.