miércoles, 31 de octubre de 2007

Viriartesca



Francis, Víctor y yo hemos viajado juntos diez días. A estas alturas, cada uno de nosotros sabe muy bien qué hacen los otros dos durante las monótonas horas de carretera, cuando la furgoneta zumba mucho y el paisaje cambia poco. También sabemos cómo se mueven los otros dos cuando paseamos por el barullo laberíntico de los zocos o por la línea simple de las orillas atlánticas, qué hacen cuando nos sentamos en la terraza de una cafetería a bebernos las horas o cuando toca discutir con los mafiosillos malencarados del puerto de Tánger. Sabemos cómo reaccionan los otros dos cuando hacemos el pardillo -casi siempre- o cuando nos pasamos de listos -alguna vez-. Sabemos muy bien cómo reaccionan cuando se nos arrima uno de los miles de plácidos gatos callejeros de Marruecos o cuando insiste un limpiabotas o cuando nos para la policía o cuando en plena noche aparece un cabrero loco en mitad de una pista pedregosa o cuando nos cruzamos con un mendigo encorvado o cuando nos toca el hombro una mujer que exhibe a su hijo con malformaciones. Después de diez días podemos predecir en qué escaparate o qué tenderete se detendrán los otros dos, cuáles serán sus caprichos esta tarde, podemos adivinar si cenarán cuscús con legumbres o tajine de cordero, incluso sabemos qué harán si un enano con traje y corbata les saca a bailar al centro de un corrillo de espectadores en la plaza de Marrakech. Yo ahora sé, por ejemplo, que Víctor agarra un bolígrafo y se dibuja círculos azules a lo largo de media pierna, alrededor de cada picotazo de pulga, para descubrir al día siguiente si aparecen nuevos picotazos y por tanto la pulga sigue con él o si ha conseguido exterminarla (hay que reventarla, no basta con aplastarla). Y sé que Francis, cuando se queda sola y se le acerca un marroquí pesado, se hace la sordomuda: pone cara de trance, gesticula con las manos y emite sonidos guturales hasta espantar al merodeador.

En diez días de viaje se aprende mucho sobre los otros. Pero a veces bastan 18 minutos para aprender todavía más.

A Víctor le bastan 18 minutos -muy mimados- para contar una historia que ronda las afueras del cine, la historia de una chica que se asoma a un mundo al que no consigue entrar, que se queda mirando desde fuera, que se pregunta cuál es su lugar. Esa historia es Decir adiós, la película que Víctor estrenó en el Festival de San Sebastián y que el pasado lunes proyectaron en un cine de Rabat (objetivo y pretexto de nuestro viaje marroquí). Para Francis, que la vio allí por primera vez, Decir adiós fue un fogonazo. Porque Víctor da de pleno en una diana que ella conoce muy bien. Y por eso dice Francis, tras diez días de viaje compartido, que en esos 18 minutos conoció mucho mejor a Víctor.

Se aprende mucho viajando. Y se aprende mucho con las buenas historias, con las que dan en alguna diana. Incluso a mí, que la vi por tercera vez, la película y sus efectos en Francis me hicieron recordar algunas razones (recordar, según el latín: pasar de nuevo por el corazón).

(En la foto, Víctor atiende a las televisiones marroquíes junto al cine 7éme Art de Rabat, donde se celebró la Semana de Cine Español. Parece que después de San Sebastián y Rabat la película se proyectará pronto en Bilbao, Huelva y Alcalá de Henares. Si podéis ir a verla, no lo dudéis. Y lo mejor es que Víctor se lanza a nuevos proyectos y además se gana las ayudas para llevarlos a cabo).

lunes, 29 de octubre de 2007

Viajen con nosotros

Pinchen y vean, panoramique routiere marocain.













viernes, 26 de octubre de 2007

Sabotaje


Hay maneras muy eficaces para aprender el origen de una palabra y no olvidarlo nunca.

Aparcamos la furgoneta en la plaza Bab Khebaz de la ciudad de Sale. Callejeamos un poco por la medina, encontramos un restaurante con buena pinta, nos sentamos y pedimos la carta. No se que pequenya inquietud me hace levantarme y caminar dos calles para echar un vistazo a la furgo. Me encuentro un papelito rosa en el limpiaparabrisas: "Votre vehicule est inmobilise par un sabot".


Sabot = cepo. Primera leccion.

Entonces descubro las desvaidas lineas azules en el asfalto: es zona de pago y no nos hemos dado cuenta. Pero no han tardado ni diez minutos en ponernos el cepo!


Un buen hombre nos acompanya a un locutorio y telefonea de nuestra parte al numero que viene en el papelito. Explica cuatro cosas, cuelga y nos dice que esperemos junto al vehiculo, porque enseguida nos quitaran el cepo. Tendremos que pagar 40 dirhams (3,6 euros). Le damos las gracias y una propina por la gestion, pero el hombre nos da la mano y rechaza las monedas.


Cuando volvemos hacia la furgoneta, vemos a un chico de unos 20 anyos de rodillas junto a un coche. Esta manipulando un cepo. Creemos que es la persona que los suelta, nos acercamos para hablarle y entonces otro chico un poco mayor, que esta de pie junto a el con un taco de boletos, le pga una voz y el chico del cepo se levanta alarmado y empieza a marcharse. Nos ve y se queda quieto, dudando, un momento.


Cae en la cuenta de que somos los de la furgoneta cautiva y nos dice que le paguemos 40 dirhams y que nos la libera. Le pregunto si son ellos los de la companyia de los cepos. Se rien y no dicen nada. Intento explicar que hemos llamado a la companyia y que vendran pronto a quitarnos el cepo. Se rien de nuevo, hablan entre ellos y al final nos dicen: como querais.


Esperamos un rato junto a la furgoneta. No aparece nadie. Los dos chicos siguen zascandileando junto a los coches, medio a escondidas. De pronto, pasa un coche con un policia al volante y, a su lado, el buen hombre que nos ha ayudado. El buen hombre nos pregunta, mientras pasa a nuestro lado: ?aun no os han soltado el cepo? El coche pasa y vemos que en la parte trasera lleva un monton de cepos.

Los chicos se acercan de nuevo: ?que, no viene nadie? Esperamos un par de minutos mas. A lo lejos pasa un policia, voy a buscarlo y le ensenyo el boleto. Con mala leche, me larga una explicacion de la que no entiendo nada. Vuelvo junto a la furgo. Les pregunto de nuevo a los chicos si son de la companyia de cepos. Se rien. Le pido al de los boletos que me los ensenye. No quiere. Repiten la propuesta: 40 dirhams y lo soltamos. En el poste de una farola cercana hay dos cepos mas. Pertenecen a los chicos? Los ponen ellos? Andan a la espera de que un incauto aparque en zona azul y se despiste cinco minutos para morderle la rueda? Son ellos quienes tenian que soltarnos el cepo y estamos haciendo el tonto al esperar a que venga alguien mas? Son dos operarios alegales que viven del cepo? A quien ha telefoneado el buen hombre que no aceptaba propinas? Como funciona esto?

Pasa otro par de minutos, no viene nadie mas, asi que acabamos aceptando. El chaval saca una llave y empieza a soltar el cepo. El de los boletos me pide que primero le pague. Le pago. Sueltan el cepo, nos dan la mano y se marchan.

No hemos entendido nada. Pero hemos aprendido en vivo el origen de la palabra sabotaje a cambio de 3,6 euros y un ratico entretenido.

martes, 23 de octubre de 2007

Transicion


Mensaje desde teclado marroqui sin tildes y con torpeza de teclado azerty.



El avion es un invento estupendo, con el se gana mucho tiempo, y mil kilometros pasan en un suspiro. Con una vieja furgoneta quiza no se gane tiempo pero se gana espacio, conducir con ella mil kilometros y cruzar la peninsula de punta a punta es como pasar el dedo por un mapa en relieve.

Al contrario que un avion, una furgoneta melonera tiene tacto. Siente los repechos de Etxegarate en el paso de Gipuzkoa hacia Navarra (las cuestas cuestan...), recupera el brio y zumba con entusiasmo en la Llanada alavesa, permite acercarse poco a poco a las montanyas que cierran el paso hacia Burgos y descubre el desfiladero de Pancorbo. Me gusta pasar por la carretera del desfiladero, meterme por los tuneles en las entranyas de la roca, compartir angosturas con el tren, descubrir el pueblo en la hondonada, ganarme la salida hacia el valle la Bureba; y cuando voy por la autopista me da pena perderme toda esta travesia. Me gusta sentir como baja la carretera hacia la depresion del Duero, cruzar el rio y subir de nuevo. Atravesar la meseta y esperar con paciencia a que vaya emergiendo el lomo oscuro de Guadarrama, descubrir 80 kms antes el resquicio en la sierra por el que subira la carretera hasta el puerto de Somosierra. Me alivia rodear Madrid por sus venas perifericas, sentir de refilon los latidos de ese corazon urbano monstruoso que emite sistoles de coches hasta un centenar de kms alrededor. Y salir por fin a la meseta toledana, socarrada y sosegada.

Voy cogiendo tono cuando veo, todavia en Ciudad Real, el primer chamizo que vende billetes para cruzar en barco a Tanger. De noche, el paso de Despenyaperros es una mandibula que acongoja. Luego vienen las sierras de Jaen y el oleaje de los olivares, las luces de Granada, una noche calida en un area de descanso de Loja (Victor y yo dormimos dentro de la furgoneta, Francis en la tienda. "Siempre que duermo en tienda suenyo con ovnis". Es que hemos dormido en un aparcamiento de camiones, que arrancan de madrugada, maniobran, nos deslumbran con los faros. Ovnis).

Al dia siguiente leemos ya en los carteles Iznalloz, Benalua, Guadalhorce. Pero aun estamos al norte del estrecho.

El penyon de Gibraltar aparece de golpe, una muela tremenda envuelta en neblinas. Detras, pegada a ella, otra silueta montanyosa mucho mas palida. El monte Musa. La otra columna de Hercules. Con esta perspectiva, las dos montanyas (Europa y Africa) parecen unidas.

En Algeciras ya se abre la brecha de agua. Se separan dos mundos, muy faciles de enlazar para nosotros. Un ferry de Tarifa a Tanger, 35 minutos.

Y despues de estos mil kilometros de pasar el dedo por el relieve de la peninsula, de atravesar hora tras hora los climas y los relieves, las senyales y las voces, Tanger es una sorpresa. Pero no por los minaretes, los velos o el abuelo con chilaba que vende una plancha vieja y seis pimientos rojos en una esquina del zoco. La verdadera sorpresa, tras mil kilometros y una tarde de paseo por la ciudad, es que en el fondo en Tanger no vemos nada demasiado distinto.

(Foto. Zarpando de Tarifa)


domingo, 21 de octubre de 2007

Logomaquia magrebí

El pasado enero, Josema y yo viajamos un par de semanas por Marruecos. El hecho de ser dos treintañeros con pintas un poco asilvestradas tenía la ventaja de que los viscosos vendedores de los zocos apenas nos daban la tabarra. Y el inconveniente de que un par de veces nos tomaron por pareja y nos ofrecieron una variada gama de propuestas (homo)sexuales (de pago).

Por eso, en vísperas de salir de nuevo hacia aquel país, destino de cierto turismo sexual, proclamo:

¡No todos los que vamos a Marruecos vamos a amar huecos!

Y así queda inaugurada "Logomaquias", una sección donde "el objeto principal son las propias palabras y no el fondo del asunto". O sea: tonterías a cascoporro. Qué le vamos a hacer.

(Esta vez vamos Víctor, Francis y yo, en mi furgoneta J5 de 17 años, un vehículo propio de albañiles atascados en el tiempo o de vendedores de melones, pero lujosamente equipado con tablas convertibles en mesa o en cama, con hornillo de gas, pucheros y cintas de Boney M. El Instituto Cervantes de Rabat programa un ciclo de cine en el que proyectarán Decir adiós, el cortometraje de Víctor, y con esa excusa nos vamos para trece días. Él lo explica aquí. Calculamos recorrer unos 4.500 kilómetros para ver una película de 18 minutos. ¡Qué grande es el cine! ¡Y qué largo!).





(Estas fotos son del viaje marroquí de enero. Pinchen y vean. En las ruinas de la ciudad romana de Volúbilis (cerca de Fez) muestran una rueda de molino con la que trituraban las aceitunas hace dos mil años. Unas horas después de visitar las ruinas, encontramos a una familia marroquí trabajando con la misma tecnología. Eso es un invento, y no los sensores de lluvia en los limpiaparabrisas.

Nos acercamos a saludar y enseguida sacaron un plato de aceite y una hogaza para que mojáramos. Luego llenaron una botella de plástico con litro y medio de aceite, nos la dieron, quisimos pagarlo y se negaron en redondo. Les regalamos unas camisetas y unas zapatillas viejas. Prepararon una tortilla y nos la comimos acuclillados en corro, a siete manos. Nos acordamos mucho de Antonio).

jueves, 18 de octubre de 2007

Zoetemelk visita países con cisnes, países consumidores de café y países suicidas

Me gusta la ironía de nomeacuerdo, sus quejas con más risa que cabreo, sus asociaciones de ideas tan misteriosas, sus planes para convertirse en presidente de internet.

Anteayer escribió una lista de "momentos extraños sin relación aparente":

"-Un genetista dice que los blancos somos más listos que los negros, y luego se va a tomar un café.

-Jaime Campmany, perdón, Juan José Millás gana un premio para escritores, y luego se va a tomar un café.

-Un señor en televisión dice que es catalán porque le da la gana, y yo me proclamo serbo-bosnio, pese a haber nacido en el norte peninsular. Y me voy a tomar un café.

-Compruebo que el sirtaki griego se baila igual que la jota navarra, y me voy a tomar un café.

- Me estampo contra un bordillo, y me voy a una isla a tomar un café".



Acompañaba al texto este gráfico:





Siento una extraña atracción por las clasificaciones por países, por las clasificaciones en general. Así que cuando veo en nomeacuerdo los principales productores de café, corro a la Wikipedia para enterarme de cuáles son los países que más café consumen por habitante. Descubro que los seis primeros son éstos: Finlandia, Aruba, Islandia, Noruega, Dinamarca y Suecia. ¿No es interesante? Los habitanes de la Europa nórdica son los que más café beben en el mundo. Y entre ellos se cuela nada menos que Aruba, un islote antillano. ¿No es misterioso?

Empiezo a leer sobre Aruba, para ver si descubro alguna huella vikinga, pero sólo leo que su capital es Oranjestad, que su idioma oficial es el neerlandés y que su lema nacional es... estupendo: One happy island.

Pincho en "Lemas de Estado" y descubro una lista larguísima. ¡Wikipedia! El dulce One happy island choca con la brusquedad del primer lema de la lista, el alemán Einigkeit und Recht und Freiheit (unidad, justicia y libertad). La mayor parte de los lemas son así de serios y pomposos: Ordem e progresso (Brasil), Fraternité, justice, travail (Benín), En Dios confiamos (Nicaragua), Honor y patria (Polonia)...

Pero empiezo a descubrir joyas. Hay algunos lemas bastante opacos: Dum spiro spero ("Mientras respiro, espero": Carolina del Sur), Sub umbra floreo ("Bajo la sombra florezco": Belice), o el sonoro Ua mau ke ea o ka aina i ka pono ("La vida de la tierra se perpetúa con rectitud", toma ya: Hawai). Me gustaría saber por qué Maryland luce un lema en italiano (y por qué semejante lema): Fatti maschi, parole femmine ("Actos masculinos, palabras femeninas"). Hay lemas tutifruti ("Orgullo e industria": Barbados), concisos (Pula, "lluvia": Botsuana), sosos de remate (Agriculture and commerce: Tennessee) y con gancho (Eureka: California).

Frente a los rotundos y habituales "libertad o muerte", "siempre libres", "nunca de rodillas" (Eritrea) y proclamas por el estilo, me encanta el matiz del estado brasileño de Minas Gerais: "Libertad, aunque venga tarde". Los sabios de Minas Gerais saben que la vida se complica, que los autobuses a veces pasan llenos y no paran, que si hace falta se puede ir andando. ¡Ole, Minas Gerais!

El de Terranova y Labrador me suena a escaqueo: "Buscad primero el reino de Dios" ("y luego ya veremos", se podría añadir).

Admiro la capacidad profética del añejo lema de Austria-Hungría: Indivisibiliter ac Inseparabiliter ("Indivisible e inseparable", ¡ahí le has dao!).

Y mi favorito, sin dudas, es el de Australia Occidental, un gigantesco y mortífero desierto: Cygnis insignis (Distinguida por los cisnes).

Hablando de Austria-Hungría, pincho en la lista de países extintos y me encuentro desde la República del Rif hasta el Reino de la Araucanía y la Patagonia. Entre las micronaciones (países de fantasía o proyectos de países o países que sólo existen en internet) encuentro el Reino de Redonda (gobernado por Javier Marías), Sealand o el Reino Gay y Lésbico de las Islas del Mar del Coral.

Ya desbocado, salto de lista en lista. La clasificación de países según la proporción entre superficie y perímetro dice que el país más compacto del mundo (el más redondico) es Isla Mauricio, y el menos compacto (el más descuartizadico), los Estados Federados de la Micronesia. Si clasificamos los países según la latitud de su punto más al norte, ¿cuál es el último de esa lista? Es decir, el país que tiene la punta norte más sureña de todo el mundo: Uruguay. Y al contrario: el país cuya punta sur es la más norteña de todo el mundo: Islandia. En la clasificación de países según su punto más bajo, ninguno tiene un punto bajo tan alto como Lesotho (su punto más bajo: 1.400 metros). En el otro extremo, el país con el techo más bajo son las islas Maldivas (su punto más alto: 2 metros).

¡Lista de países con gimnasio! Sólo sale uno: Argentina.

¡Lista de países por tasa de suicidio! He hecho la prueba, he preguntado a la gente y casi todos contestan: Islandia (ni por el forro: está en el puesto 35), Noruega (44º) o Finlandia (se matan bastante, sí: 12º). Pero mirad cuáles son los ocho países más suicidas del mundo: Lituania, Bielorrusia, Rusia, Kazajstán, Eslovenia, Hungría, Letonia y Ucrania. Todos vivieron bajo regímenes comunistas. ¡Tremendo!

Una vez Josu Iztueta hizo un hallazgo curioso en un librito que contenía datos de todos los países del mundo, clasificados por orden alfabético. En el anverso de una página aparecía Níger (el país con peor índice de desarrollo humano), y en el reverso, Noruega (el mejor en ese índice). Es decir, el caprichoso orden alfabético une a los dos países que están en las puntas: el más miserable y el más próspero. Y de ahí nació un proyecto: viajar desde Noruega hasta Níger. Nosotros estamos más o menos en la mitad (geográficamente, claro). Qué idea, ¿eh?

El orden alfabético y las estadísticas son un filón de excusas para viajar. Decidme: después de este extenso y caótico repaso, ¿no os apetece ir a Aruba a tomar un café? ¿O a Australia Occidental, a buscar cisnes? ¿O a Lituania, a buscar gente asomada a viaductos, puentes y vías de tren?

La sección de Zoetemelk



Esta sección nace por las peticiones de G., secundadas por J. Me insistieron para que publicara un blog con los comentarios que dejaba en otros blogs: una jugada de vampiro.

La jugada me servirá para traer aquí algunos textos de los blogueros que habitualmente leo, para marcharme a veces por los cerdos de Úbeda... y para confesarme como escritor chuparruedas.

Esa misma fama tenía el pobre Joop Zoetemelk. Este ciclista holandés no solía dar espectáculo pero era una sanguijuela longeva y tenaz: fue ciclista profesional entre ¡1970 y 1987! Tiene el récord de Tours terminados (16). Fiel a su carácter, también posee el récord de segundas posiciones en el podio de París (6). En 1980 tuvo un despiste y ganó el Tour (el líder Hinault se retiró por lesión y le dejó por sorpresa el maillot amarillo). Y se convirtió en el ciclista más viejo capaz de ganar un Campeonato del Mundo: lo hizo en 1985, con 38 años y 9 meses. Corrió hasta los 40. ¡Bravo, Zoetemelk!

No me hace mucha ilusión parecerme a la estirpe de los Cadel Garrapata Evans, Greg MiroPaTudela Lemond o Jesús VejigaSincronizada Montoya (este murciano era un caso extremo: tenía órdenes de pegarse en todo momento a Perico Delgado, y en cierta ocasión el segoviano -harto de Montoya- se paró en la cuneta a echar una meadita; Montoya también se detuvo y se quedó esperando a que Perico terminara la tarea). Pero, oye, también tuvieron sus momentos de gloria gracias a la habilidad para refugiarse en chepas ajenas, y aquí cada uno se las apaña como mejorcito puede.

Hoy me apaño con una cita que recoge y comenta David Álvarez, un amigo periodista que siempre escribe con lupa y bisturí y que al final cose los textos de maravilla. Leedle, leedle.

La cita tan interesante que ha recogido hoy sobre el oficio de Don DeLillo dice: "A medida que DeLillo maduraba como escritor, aumentaba lo que desechaba, y no sólo porque sus libros eran cada vez más largos. Desde el manuscrito de The Names, escrita a principios de los ochenta, empezó a mecanografiar cada párrafo una y otra vez, muchas veces en la misma página, con lo que un mismo párrafo puede aparecer docenas de veces en docenas de páginas de un borrador, mientras lo pulía hasta que le satisfacía. (...) Este proceso otorga a los borradores de DeLillo un ritmo tremendamente pausado, como el de un ciego que tantea para encontrar su camino".

El pegajoso Zoetemelk añade: "Yo ya no sabría escribir a máquina ni a mano. Pero si supiera, y tuviera que reescribir tanto, seguramente escribiría mejor. Así que la culpa es del ordenador. Qué bien. PD: el don de Lillo era la verborrea valdanista, ¿no?".

(En la imagen, Joop Zoetemelk es obviamente el de verde, el que va pegadísimo a la rueda del líder Hinault. La foto es de www.velo-club.net).

miércoles, 17 de octubre de 2007

Hombre al agua

Encontramos estas señales en una playa cercana a Biarritz.

Ésta, cruelmente orientada hacia el acantilado, parece instalada por alguna malvada asociación eugenésica .



Y en esta otra, estoy seguro de que existe una relación entre las dos señales, pero no sé muy bien cuál.

martes, 16 de octubre de 2007

Los últimos exploradores




Como decía ayer, las ruinas emergidas del pueblo de Tiermas y sus manantiales ahogados me recordaron a ciertas personas que practican una afición tremenda: los espeleobuceadores. Combinan exploración, ciencia y deporte en condiciones tan extremas que a menudo están enganchandos a la vida sólo por un hilo (literal). A cambio, pisan lugares en los que nunca jamás ha estado ningún ser humano. Y además ofrecen una idea sencilla y barata para conseguir agua, mucha más agua que la que nos proporcionan los embalses, y sin necesidad de inundar tierras ni ahogar pueblos.

Este verano escribí un reportaje sobre el espeleobuceo (El Diario Vasco, 1 de septiembre de 2007). El reportaje empieza así:

"Miguel Castro, estellés de 43 años, y sus siete compañeros del grupo navarro Tritón son espeleobuceadores. Es decir, personas que cuando ven un manantial sienten unas ganas locas de meterse en el agua, colarse por la boca de la surgencia y bucear, montaña adentro, por estrechas y serpenteantes galerías inundadas. A menudo desembocan en salas por encima del agua, donde pueden caminar y tomar aire sin ayuda de las botellas. Y a veces descubren cavernas del tamaño de una catedral, sumidas en una oscuridad absoluta, por cuyas paredes caen cascadas de una belleza escalofriante que nadie ha visto jamás, hasta que los espeleobuceadores las iluminan con sus focos.

Otras veces las galerías bajan a unas profundidades muy arriesgadas, donde la presión del agua altera el nitrógeno del aire embotellado y puede producir narcosis: la temible borrachera de las profundidades. Entonces los buzos se desorientan, se angustian, buscan la salida con movimientos frenéticos, empiezan a chocar contra las rocas y sufren ataques de pánico. Se mueren literalmente de miedo. Otro de los riesgos consiste en perder el hilo guía, la única manera de encontrar la salida cuando el agua es demasiado turbia y un buzo no puede verse ni las manos. Hay quien se pierde y da tumbos por el laberinto hasta que se le acaba el aire".

El resto se puede leer aquí.

(Las fotos son propiedad del Grupo Tritón).

lunes, 15 de octubre de 2007

Sorolla a la islandesa




Es una imagen extraña, inquietante: un manantial ahogado que sigue brotando bajo las aguas.

Cuando en 1959 inundaron estas tierras zaragozanas para crear el pantano de Yesa, no sólo quedó sumergido el pueblo bajo de Tiermas sino también sus fuentes de aguas sulfurosas. En ellas chapoteaban ya los romanos (el nombre del pueblo no deja dudas) y a principios del siglo XX existía un balneario de postín, con hotel modernista, veraneo aristocrático y visitas reales incluidas. Ahora las ruinas de aquellas instalaciones emergen con intermitencias: si el verano ha sido seco y el nivel del pantano baja lo suficiente, afloran a partir de septiembre-octubre.

Este año ha tocado un verano lluvioso. Por eso, cuando esta mañana vespeábamos entre Jaca y Sangüesa, nos ha sorprendido ver el pantano tan seco. Parece ser que la ciudad de Zaragoza está bebiendo mucha agua de Yesa en las últimas semanas (que si el Ebro está sucio, que si la necesitan para no sé qué preparativos de la Expo, que si el Pilar...). Sea por lo que sea, el nivel ha bajado tanto como para que las fuentes sulfurosas de Tiermas broten de nuevo. Y, siguiendo el espíritu muelle de este viajecito véspico, hemos aparcado la moto y hemos bajado a la orilla del pantano.

Entre las ruinas del balneario hemos encontrado una poza humeante, de color azul islandés y tufillo muy leve a huevos pasados. Allí se estaban bañando una docena de personas, algunos en traje de baño y algunos desnudos. En la orilla, dentro de unas antiguas galerías subterráneas, dos señoras se untaban de arriba abajo con un barro verdusco. Josema y yo no llevábamos toalla ni bañador, así que al principio nos hemos sentado en las rocas, con los pantalones remangados y metidos hasta media pierna en el agua caldosa (el manantial brota a 42 grados, pero enseguida pierde unos cuantos). Sin embargo, la poza era tan tentadora que al final hemos hecho un Sorolla (¿un Sorolla? Nada que ver con rimas feas: sólo es una expresión de Antonio para nombrar con elegancia el baño en pelotas).

Hemos hecho el garbanzo durante media hora, con algunos ratos de natación por el agua fría del pantano para buscar el contraste, y hemos vuelto a la vespa con un sosiego bovino.

En las ruinas emergidas he leído las pintadas contra el pantano, las protestas de los que perdieron su pueblo bajo las aguas. Y me he acordado de un grupo de personas admirables, practicantes de una afición que pone los pelos de punta, y que tienen una solución sencilla para abastecernos con mucha más agua que la que contienen los embalses, y sin ahogar ninguna tierra. Son cuatro gatos y casi nadie les presta atención. En la próxima entrada contaré su historia.

sábado, 13 de octubre de 2007

Acampada libre



Foto: despertar entre Tudela y Ejea de los Caballeros.

A última hora de la tarde, ya anocheciendo, da pereza parar al borde de la carretera, sopla un viento frío que se cuela por el cuello, es incómodo sentarse en una esterilla sobre la tierra para cocer unos espaguetis, por la noche la humedad empapa la tela barata de la tienda y moja los pies y la cabeza... pero qué placer más grande, acampar en cualquier rincón. Aún estamos analizando por qué nos gusta tanto. ¿Libertad? ¿Capricho puro? ¿Autosuficiencia? ¿Racanería?

Sea por lo que sea, son los días más felices del año.

Así que ya tenemos un factor para calcular el índice de felicidad acumulada a lo largo del año: número de noches dormidas en tienda de campaña.

jueves, 11 de octubre de 2007

Vespacio






Con el paso de los años vamos perfeccionando el arte de viajar lento. La cuestión es muy sencilla: cada vez disfrutamos más haciendo menos kilómetros.

La etapa del martes fue un éxito de lentitud. Salimos de Los Arcos (Navarra) y apenas se había calentado la vespa cuando encontramos una hilera de nogales a la entrada de Espronceda. La cuneta estaba sembrada de nueces. Y así pasamos media horita, cris-cras, cris-cras.

Un poco más adelante, en Azuelo, las higueras estaban a reventar. Las señoras del pueblo pasaban con cubos cargados de higos, pero no podían recogerlos todos y muchos se pudrían en las ramas. Y así pasamos otra media horita, zampando higos (no se me ocurre ninguna onomatopeya: ¿slurp, slurp?).

La siguiente media hora la pasamos charlando con un vecino de Azuelo. Los dos temas más jugosos: 1) cuando el Barça jugó en Pamplona el año pasado, la cuadrilla de su hijo se fue para allá la víspera; los amigos se separaron y se marcharon cada uno a una discoteca, para buscar a Ronaldinho, y el final de la historia no se puede contar; 2) un campesino de Tierra Estella no puede entender cómo los conductores de autobuses donostiarras consienten que un grupo de encapuchados les echen para incendiar el bus, por mucho cóctel molotov que lleven; eso no ocurriría si el chófer fuera estellés.

Josema, que no pierde oportunidad para intentar saciar su obsesión porcina, le preguntó si alguien del pueblo podría enseñarle una granja de cutos. El hombre telefoneó inmediatamente al alcalde: estaba en el monte, pero al cabo de una hora bajaría con el jondere y nos enseñaría su granja. Decidimos esperar. Josema se sentó al borde del camino y se puso a leer El Imperio, de Kapuscinski (quiere acabarlo en este viaje, ya le queda poco). Yo me fui con la moto a buscar algún bar en la comarca donde pudieran prepararme un par de bocatas. Y así pasó otra hora.

El alcalde, que había pensado que éramos veterinarios o algo así (¿quién iba a querer visitar la granja?), nos negó el permiso con la misma razón que nos han dado siempre: tienen miedo a que los cerdos se contaminen.

No pasa nada. Miramos el reloj: eran las doce y media y en toda la mañana habíamos recorrido 27 kilómetros. Este dato nos puso muy contentos.

Por la tarde apretamos un poco más (recorrimos de cabo a rabo la Rioja Alavesa, esplendorosa en el principio de la vendimia, y al atardecer caímos por la calle Laurel de Logroño para ponernos tibios a pinchos y crianzas, de la mano del sherpa Jorge Fernández y del amigo Víctor Soto).

Al final del día habíamos recorrido 107 kilómetros (apenas una hora y media sobre la vespa, repartida a lo largo de toda la jornada). Menos distancia que cuando viajábamos en bici.

Dormimos en Logroño, acogidos por la familia Soto y su hospitalidad beduina. Y antes de acostarnos, cuando mirábamos en el mapa dónde estaba Los Arcos (inicio de la etapa) y dónde estaba Logroño (final), descubrimos que habíamos batido una marca viajera en nuestro historial: después de una jornada entera de viaje, íbamos a dormir a 28 kilómetros de donde nos habíamos despertado.
Y así, de repente, le encontré el sentido a la tercera de las fotos que veis aquí (Josema echando una cabezadita en una cámara mortuoria de hace cinco mil años): el siguiente paso ya debería ser viajar atrás en el tiempo.

(Nicolas Bouvier escribió esto en Los caminos del mundo, uno de mis libros de viaje preferidos: “Prescindimos de todos los lujos salvo el de la lentitud”).

miércoles, 10 de octubre de 2007

Más vueltas que la cabeza de San Gregorio


En cuanto sacamos la primera foto supimos que iba a ser la mejor del viaje. En este cruce de Ikaztegieta (Gipuzkoa) nos reímos hasta echar la lagrimilla, imaginando el momento en que el artista terminó de pintar esas cuatro letras y decidió releerlas.

Las rachas de carcajadas nos duraron doce horas, hasta esa noche en Los Arcos (Navarra), final de la primera etapa. Y el hallazgo compensó de sobra los tres fracasos de ese mismo lunes.

1. No solucionamos el enigma del bar Náutico de Itsasondo. (¿Por qué se llama así un bar situado a 35 kilómetros de la costa?). Paramos a tomar un café. En las paredes del local vimos el mapa de carreteras de Michelín de 1965, que tanto entusiasmaba a Josema, y un salvavidas como único indicio marítimo. La chica que atendía la barra no conocía el motivo del nombre, aunque sí nos contó que lo había puesto su padre al abrir el bar, allá por 1964.

La hipótesis más evidente es que le pusieron “Náutico” por un pequeño juego de palabras con el nombre del pueblo (Itsasondo: “junto al mar”, según una explicación etimológica tan sencilla como falsa. Itsasondo, repito, está a unos 35 kilómetros de la costa). El escritor y editor goierritarra X.M.E. me explica que el nombre del pueblo probablemente deriva de “isats”, un arbusto con cuyas ramas se hacían escobas, parecido al brezo. De isats-ondo vendría Itsasondo… Y X.M.E. también dice que la idea de ponerle “Náutico” al bar, además de jugar con el nombre del pueblo, podría tener una intención publicitaria. Por aquel entonces la carretera nacional atravesaba el centro de Itsasondo, y para un camionero que viniera de Castilla el bar Náutico –un nombre de categoría- podría ser el primer indicio de que ya estaba llegando a la costa. En fin: meras suposiciones. Seguiremos investigando.

2. Ese lunes tampoco conseguimos ver el cráneo de San Gregorio. En una loma junto al pueblecito de Sorlada se levanta la basílica de San Gregorio Ostiense, donde guardan el milagroso cráneo de San Gregorio (dentro de una cabeza de plata). Una vez al año, los vecinos vierten agua a través del cráneo y se la beben con entusiasmo porque tiene fama de aliviar los dolores de cabeza. También esparcen esas aguas por los campos, porque protegen las cosechas contra pulgones, plagas y bicharracos. Por eso la cabeza de plata con el cráneo de San Gregorio viaja por los pueblos de la comarca, y por eso se dice “das más vueltas que la cabeza de San Gregorio”. Por tanto, es una reliquia perfecta para visitarla con la vespa. Pero la basílica estaba cerrada, en el pueblo no pusieron muchas ganas en ayudarnos a localizar al poseedor de la llave y, por muchas vueltas que dimos, nos quedamos sin ver el cráneo.

3. Y tampoco pudimos cumplir uno de los empeños de Josema: visitar una granja de cerdos. Cada vez que viajamos con la vespa por Navarra y nos llega el pestazo a cuto, Josema se altera y empieza a buscar al ganadero para pedirle permiso de visita. Lo intentó el año pasado en Caparroso (durante Vespaña), este lunes en Sorlada y el martes en Azuelo (lo intentó con el mismísimo alcalde). Y nada. Nos dan siempre la misma explicación: temen que contaminemos a los cerdos.Y sólo llevamos dos días de viaje.

domingo, 7 de octubre de 2007

Confianzzzzzzza



Mis acompañantes más asiduos en la vespa tienen unas habilidades asombrosas. Si ayer conté cómo Josema llegó a disfrutar de un accidente, hoy vuelvo con otra historia difícil de creer: Francis se duerme como un tronco sobre la vespa.


Esta foto no refleja bien la miga del asunto. Aquí Francis no está dormida, sino echando una cabezadita a primera hora de esta tarde, junto a la playa de La Barre (cerca de Baiona). Pero si no refleja la miga del asunto es porque la vespa está aparcada, y Francis nunca consigue dormirse sobre la vespa quieta. Se duerme como un tronco con la vespa en marcha.


Descubrí esa habilidad circense el año pasado, cuando me acompañó en la última semana de Vespaña (desde Tarragona hasta San Sebastián). Una tarde paseábamos plácidamente por el cabo de Creus cuando nos enteramos de que el Museo Dalí de Figueres cerraba mucho antes de lo que pensábamos. Saltamos a la vespa y salimos pitando. Exprimí la moto por las carreteras sinuosas del cabo de Creus, apurando en las curvas, adelantando coches en las escasas rectas, acelerando en las bajadas, y pensaba que Francis vendría apurada por semejante contrarreloj. Pero empecé a notar unos golpecitos en el casco. Al reducir marchas en las curvas: toc, toc. Al frenar en algún cruce: toc, toc. El casco de Francis golpeaba contra el mío. Aproveché una recta para soltar el acelerador y mirar atrás: Francis venía dormida. Y no era una pequeña modorra: la cabeza le bailaba, tenía los ojos cerrados y la boca abierta, y babeaba como si le hubieran inyectado un somnífero para rinocerontes. Empecé a moverle una pierna para que despertara. Después de varios intentos, abrió los ojos con sorpresa y dijo... "¡Hola!". Llegamos tarde al museo pero a ella el trayecto se le hizo cortísimo.


Pues bien, hoy Francis ha batido su propia marca.


Hemos hecho una excursión dominguera estupenda, ida y vuelta por la costa labortana, unos 130 kilómetros. La vespa sigue magullada pero en plena forma, así que el viaje de esta semana con Josema sigue en pie. Hemos comido en Baiona, una ciudad de palacetes y mansardas preciosas asomadas a la confluencia de los ríos Errobi y Atturri (eso sí: los domingos al mediodía, la animación y el ambientazo del casco viejo de Baiona hacen que el viajero se sienta paseando por Chernobil).


Durante la vuelta he empezado a sentir los golpecitos familiares en el casco. Toc, toc, toc. Bueno, Francis se está durmiendo justo en el tramo más peliagudo de la ruta costera, entre curvas y contracurvas. No pasa nada. Pero unos kilómetros más adelante he notado que Francis se iba despegando poco a poco de mi espalda. Le he movido una pierna varias veces pero nada, no reaccionaba. Le he agarrado una mano y se la he colocado en mi cintura, para que al menos fuera agarrada: se le caía al instante. He intentado reanimarla un poco, para que mantuviera un poco de tensión sobre la moto, pero se resbalaba en el sillín como si tuviera la consistencia de un blandiblú.


He decidido parar. Pensaba que con el frenazo iba a abrir los ojos y me iba a decir "hola". Pero al detener la moto me he girado y la he visto desparramada, apoyada en el respaldo y con la cabeza echada para atrás. He apagado el motor y nada. Como un tronco. Me daba pena despertarla de esa envidiable narcosis sobre ruedas. Al final le he dado un par de voces, he meneado la moto, le ha dado por reírse un poco todavía medio en sueños y ha preguntado "¿dónde estamos?".


Si cuento esta historia (con babas y todo: un detalle clave), es porque me siento muy orgulloso. Lo decía Paco: no le importaba que alguien se le quedara dormido mientras daba clase o mientras conducía, porque eso significaba que le tenían confianza.


Y yo nunca he visto una demostración de confianza ciega -pero ciega, ciega- como la de Francis esta tarde.

sábado, 6 de octubre de 2007

¿A la segunda?


Tanta sencillez, tanta sencillez, y casi se nos olvida que no hay cosa más sencilla que echar a perder un plan. Basta con frenar a destiempo la rueda delantera, en una cuesta mojada, y zas: la vespa por los suelos y los planes rayados -pero no quebrados, por suerte-. Ha ocurrido esta mañana, cuando Josema llevaba la vespa a pasar la ITV.


Vamos por partes. Primero: Josema está bien. Tiene el dolorcillo del golpe en el hombro y la cadera, pero ni un solo rasguño. Así pues: "Que no pare Vespaña", como empezaba el mensaje que me ha enviado esta mañana.


Segundo: la vespa luce ahora unas honrosas rayas, un buen desconchón en la pintura y algún pequeño bollo, se le ha mellado el faro delantero y, lo peor de todo, se le ha partido la maneta del freno. Sábado por la mañana: todos los talleres de motos cerrados. Después de patearme de arriba abajo el barrio de Gros, en un almacén remoto me han conseguido una maneta nueva. Josema la ha colocado esta misma tarde. Así que la vespa está magullada pero dispuesta para arrancar.

Tercero: la capacidad de Josema para disfrutar con cualquier suceso ha alcanzado hoy un grado asombroso. Uno le oye explicar el accidente y parece que hasta le ha gustado. Se ha caído en la empinada cuesta de Oriamendi, bajando hacia Hernani, a las 8.15 de la mañana. Ya que iba a la revisión, se le ha ocurrido ir probando los frenos. Ha frenado la rueda delantera con demasiada brusquedad, el asfalto estaba húmedo y ha patinado. Vespa y piloto han ido al suelo y han resbalado una veintena de metros tranquilamente. "Como los futbolistas cuando meten un gol y se tiran en plancha por la hierba mojada", me ha explicado Josema por teléfono, siempre analgésico.

"En el momento en que caes, con el susto, la mente se anula. Pero luego ya me he visto en el suelo, resbalando recto y sin peligro, sin coches ni obstáculos. Habrá durado dos segundos, pero me ha dado tiempo a pensar que llevaba la chaqueta con protecciones y el pantalón reforzado y que iba bien. También me he acordado de las explicaciones de los profesionales sobre las caídas: hay que dejarse llevar, no hay que intentar clavar las piernas para frenar porque entonces sí que te puedes romper algo, hay que protegerse con los hombros y los brazos... Y así he ido resbalando y parando poco a poco, muy suave. No es que haya disfrutado a tope, pero la experiencia ha estado bien. Me he levantado, he respirado fuerte, he visto que yo no tenía nada y me han entrado ganas de pasear un poco. El peor momento, cuando he visto la maneta del freno partida. ¡Qué rabia! Me he dado cuenta de que ya no podíamos pasar la ITV, de que era fin de semana y no podríamos encontrar un repuesto...".

¡No es que haya disfrutado a tope...!

jueves, 4 de octubre de 2007

A la primera



La vespa llevaba siete meses guardada en el garaje de mis padres, quieta parada, acumulando polvo y convirtiéndose en metáfora. Anoche, mientras hablaba por teléfono con Josema, saltó una de esas ideas-calambrazo (“oye, espera, y si…”) y esta misma mañana he ido a casa de mis padres a comprobar si la moto arrancaba después de tanto tiempo.



A la primera. He pisado el pedal de arranque y ha atronado el motor (¡rugido de brontosaurio!). Otro triunfo de la sencillez. El arranque de la vespa es tan simple –no tiene ni batería- que basta con la pura fuerza mecánica: pisa fuerte la palanca y ya está. Dentro de cien años, cuando se termine de descongelar Siberia, los arqueólogos desenterrarán una vespa y serán capaces de ponerla en marcha como si fuera la primera vez.


La sencillez es la clave. La sencillez permite que las vespas y los viajes arranquen a la primera. En cuanto surge la idea-calambrazo, basta con hinchar las ruedas, renovar el seguro, cargar la tienda de campaña… y marcha. No hace falta nada más. Y desde que se toma la decisión repentina -sin ninguna elaboración, sin ningún razonamiento, sin ninguna duda- hasta el instante de arrancar la moto, se viven unas horas de excitación tremenda. Son las horas PetaZeta. Y ese momento de arrancar la moto justo debajo de casa, meter primera y salir a la calle -propropopopo...- es quizá el mejor momento de todo el viaje. Creo que salir de viaje me gusta todavía más que viajar.


Y supongo que esa euforia viene por un pequeño chute de libertad en vena. Cuando teníamos 17 años y salimos por primera vez (aquel día pedaleamos desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche), nos dijeron que esos arranques viajeros eran cosas de la edad y que debíamos aprovecharlos bien porque más adelante no podríamos seguir así. En estos últimos años, cuando surge una de esas ideas-calambrazo en una llamada, unas horas más tarde suele venir una segunda llamada telefónica, de asimilación, en la que Josema dice una frase como ésta: “Lo mejor es que con 31 años tenemos las mismas ganas de salir con la vespa que con 17 años con la bici”. En esa segunda llamada de anoche también añadió que ve a su padre, de 65 años y trepador de tresmiles y cuatromiles, con esa misma ilusión. Parece, por tanto, que no es cuestión de edad.


Nuestras vidas son ahora bastante más complicadas que hace 14 años. Pero una vez cada tantos meses, cuando nos da el momento filosófico, repetimos la misma canción: es importante seguir con el empeño, es importante mantener una vida lo más ligera y sencilla posible. De ahí viene la euforia cada vez que arrancamos con un viaje repentino: en el fondo celebramos que seguimos siendo capaces de plegar bártulos en cinco minutos.


Con todo este sermón, parece que empezamos una vuelta al mundo o algo así. Y simplemente nos vamos unos pocos días, sin rumbo determinado, a pisar algunos nombres que vemos en el mapa, tan cercanos y tan exóticos (decidme, lectores vasconavarros: ¿quién sabe dónde están Piedramillera, Aranaratxe o Espronceda? ¿Os suenan Contrasta, Cicujano, Cripán? ¿Genevilla? ¿Lapoblación? ¿Habéis oído hablar alguna vez de Assa? Para mí, por ahora, sólo existen en el mapa).


El domingo, si todo va bien, me iré con Francis vespeando por la costa hasta Baiona. El lunes, si todo va bien, saldré con Josema sin un destino claro, para unos cuantos días. Queremos conocer algunos rincones alaveses, navarros y riojanos. Josema me ha propuesto el primer objetivo: hacer una parada en el vetusto bar Náutico de Itsasondo (no tengo ni idea de cómo es, pero dice Josema que tiene un gigantesco mapa de carreteras de España en la pared, y a mí me apetece preguntar por qué se llama así un bar situado a 35 kilómetros de la costa). Después ya veremos.


¿Y este blog? Un blog no es como una vespa. Es bastante más complicado. Desde los tiempos de Vespaña no me he atrevido a lanzar un blog sin asociarlo a un tema concreto, a un viaje con caducidad más o menos determinada. Pero ahora tendremos unos días de vespa, para finales de octubre se asoma una pequeña aventura africana con el doctor V., y si arranco con estos asuntos quizá sea fácil seguir la inercia. Quién sabe. Habrá que ver por dónde sale, qué título definitivo le pongo, por dónde me lleváis…


Ahora toca arrancar. Después de un año intenso y agotador, vuelvo a controlar el calendario a mi antojo. Tengo semanas enteras libres. He recuperado el carné de conducir (ejem). Ya casi me he curado el esguince de tobillo. Sin pensar en ningún viaje, la semana pasada hice un borrador de blog y Francis me rapó la cabeza (dos síntomas clarísimos que no supe ver, hasta que Josema, en una charla telefónica sobre asuntos inmobilarios, dijo “oye, espera, y si…”). Allá vamos.


(La foto es del 18 de abril de 2006: trigésimo cumpleaños de Josema y etapa inaugural de Vespaña).

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