jueves, 31 de enero de 2008

Que conste

Caravinagre, cazador de senegaleses balofonistas o afganos vendepollitos, es un tipo capaz de viajar sin salir de su barrio (ya sea en su Pamplona natal o en su Madrid actual). Si dentro de unos meses ando liado en un proyecto de viajes lejanos, una buena parte de la culpa será suya.

PD: Merece la pena echar un vistazo a sus fotos.

martes, 29 de enero de 2008

¿Y cómo sabes eso? (1ª parte)



Paco es un señor muy importante que siempre se está riendo. Entre sus innumerables virtudes destacan un par: es la persona que mejor sabe decir la palabra BOBO (la pronuncia así, con la boca llena de aire, en mayúsculas); y sabe dar puñetazos muy certeros en el deltoides (la parte superior externa del brazo), de ésos que parecen amistosos pero duelen de narices. Normalmente son simultáneos, el ¡bobo! y el puñetazo en el deltoides. Entre bobo y bobo, a veces también me llama txirrindulari (ciclista, una palabra que le gusta mucho porque le parece casi onomatopéyica). La primera vez que hablé con él, hace ya trece años y pico, me dijo que sólo se le ocurrían dos explicaciones sobre mí. Una de ellas era que yo estaba loco. Y se reía, el tío.

Paco es el mejor profesor que he tenido. Su lección principal era muy sencilla: para ser buen periodista primero hay que ser bueno a secas. Y además se lo creía. Y además logró que sus alumnos nos lo creyésemos. Con sus clases también conseguía que nos entraran unas ganas locas de ponernos a escribir. Nos seducía con reportajes excelentes, nos ayudaba a descubrir los trucos, nos empujaba a intentarlo por nuestra cuenta y nos enseñaba a pulir los textos hasta que el lector pudiera deslizarse por ellos como por una pista de patinaje. Hay profesores que enseñan muy bien a redactar y hay algunos, muy raros, que además de enseñar a redactar enseñan a escribir. Paco era riguroso con las faltas de ortografía, las redundancias o los jaleos sintácticos, pero centraba sus esfuerzos principales en meternos estas cinco claves en la cabeza: saber mirar, saber escuchar, saber pensar, saber expresarse y aprender qué es el hombre. Para hacer más o menos bien esas cinco cosas, es necesaria una virtud básica pero muy difícil: la humildad.



Paco me machaca el deltoides cada vez que me pongo a tiro porque me acusa de reventarle una asignatura. Y se ríe, el tío. Ocurrió en el último curso de la carrera, en una de las últimas clases de Periodismo literario. Llevaba cuatro meses explicándonos en qué consistía ese asunto del periodismo literario: en lugar de ceñirse a fórmulas rígidas, un periodista puede emplear las técnicas de la literatura para escribir textos más atractivos; su único límite es la realidad: no puede retocar una escena ni falsear un detalle para lograr una historia más redonda. Porque al periodista le corresponde escribir un relato veraz de los hechos. Y no puede traicionar ese pacto con el lector sin perder crédito.

Paco me hizo leer en clase un relato que yo había escrito sobre uno de los episodios más épicos de la historia del ciclismo: la victoria de Charly Gaul en el Monte Bondone, en el Giro de 1956. En aquella etapa, una tormenta de nieve repentina se abatió sobre los ciclistas y muchos quedaron desperdigados por la montaña, perdidos en la nieve, refugiados en chabolas o abrigados por los espectadores que salían a rescatarlos. De los cien ciclistas que marchaban en carrera casi setenta se retiraron, incluido el líder, con hipotermias y congelaciones. Los espectadores y los jueces que esperaban en la meta no tenían ninguna noticia de los corredores y organizaron una expedición con coches para ir a buscarlos, pero en medio de la nevada apareció un espectro que daba pedales y que cruzó la línea medio inconsciente y con una pierna helada. Era Gaul, un gran ciclista que aquel año había fracasado en el Giro (antes del Bondone estaba clasificado en el puesto 24) y que sin embargo demostró una inmensa capacidad agónica para resistir bajo la tormenta y alcanzar la cumbre mucho antes que el resto de los escasos supervivientes. A pesar de que lo envolvieron en mantas y lo masajearon a conciencia, Gaul se pasó una hora temblando, sin decir palabra, sin entender nada de lo que le decían, sin enterarse de que había ganado el Giro.

Para escribir este relato yo había leído unas cuantas crónicas de la época. La historia era fantástica pero había un problema: las crónicas resultaban demasiado escuetas. Por ejemplo: antes de que se desatara la tormenta, Gaul marchaba escapado y estuvo a punto de caer a un barranco por unos problemas con los frenos. Aquel susto merecía ser contado con lujo de detalles, de manera que describí el momento en que Gaul volaba cuesta abajo y descubría que le fallaban los frenos, sacaba un pie, trazaba la curva con una trayectoria apuradísima que se iba abriendo y abriendo hasta el mismo borde del abismo, las ruedas pisaban la gravilla de la cuneta y empezaban a derrapar, a Gaul se le escapaba un grito…

Cuando terminé de leer el relato en clase, la primera pregunta de un compañero fue -lógicamente- cómo conocía yo tantos detalles de aquella historia. Y respondí:

-Un poco de documentación… y un poco de periodismo literario.

Paco soltó una carcajada. No me golpeó el deltoides porque había cien testigos, pero se hizo el escandalizado y preguntó a mis compañeros si les parecía legítimo que yo me hubiera inventado escenas como esa. Los que levantaron la mano para hablar debían de ser tan tramposos como yo, porque defendieron mi texto con un argumento que se hizo muy popular: la recreación de algunos detalles no afectaba a la verdad esencial de la historia, sino que contribuía a transmitirla con más eficacia. Paco sacudía la cabeza y me miraba con intenciones homicidas.

-Me paso cuatro meses diciendo que se debe buscar la manera más atractiva de contar una historia pero sin falsear jamás ningún detalle, y en la última clase llegamos a la conclusión de que “periodismo literario” es… ¡mentir!

Con el tiempo aprendí que Paco tenía razón. La ficción sirve para contar verdades, por supuesto. Pero si un periodista tiende a retocar los detalles, por muy secundarios que sean, el lector nunca sabrá dónde empieza el maquillaje y pasará las páginas con recelo, intentando adivinar las trampas. En cuanto se tope con una historia sorprendente, desconfiará. Por eso conviene respetar a rajatabla el pacto con el lector.

En mis libros y reportajes viajeros yo planteo un trato: esto es un relato escrito por un periodista y no hay ni un gramo de ficción. Si algo no concuerda exactamente con la realidad, se debe a algún fallo de mi percepción, de mis entendederas o de mi capacidad de expresarme, pero no hay retoques intencionados para redondear ninguna historia. Esta declaración no es ninguna bandera, sólo responde a una cuestión práctica: es la única manera de que el lector me crea cuando le cuente que Charly Gaul perdió el Giro del año siguiente por pararse a mear. O que paseando con Paco junto a la Torre de Hércules nos encontramos con un alumno suyo llamado Gandalf.

sábado, 26 de enero de 2008

Mi último padre, que fue assasinated por las personas desconocidas

La señorita Silvye Kochem me escribe para proponerme un jugoso negocio:

"El más estimado,

es mi placer entrarte en contacto con para una empresa de negocio que me preponga establecer en tu país, aunque no he satisfecho con ti antes de que solamente crea uno tiene que arriesgar, confiando en alguien para tener éxito a veces en vida.

Hay esta cantidad enorme de dinero ocho millón de, quinientos mil dólares unidos) del estado .USD ($8.500, 000.00) que heredé de mi último padre, en una compañía de seguridad aquí en el ivoire de Cote'd antes de que él fuera assasinated por las personas desconocidas. Ahora decidía invertir este dinero en tu país o dondequiera bastante seguro el exterior África para los propósitos de la seguridad.

Quisiera que me ayudaras a transferir este fondo en tu país para los propósitos de inversión. Si puedes estar de una ayuda a mí estaré satisfecho ofrecerte que los 20% del total financian.

Gracias y el dios te bendice.
Srta. Sylvie Kochem."

jueves, 24 de enero de 2008

Descabellado

Mònica da clases de literatura de viajes a unas señoras de Pamplona. Ayer les llevó algunos textos que escribí en el blog de Vespaña, les habló de la vespa, del viaje por las depresiones, de la furgoneta melonera. Parece que empezaron a divagar sobre el aspecto que debía de tener alguien que se dedica a esas cosas. Mònica buscó una foto mía en internet, la mostró y hoy me escribe para contarme la aliviada conclusión de las señoras: "Tienes los pelos mejor de lo que habían imaginado".

martes, 22 de enero de 2008

El milagro de Villacañas


El año pasado saqué esta foto en Jaén, a la vuelta de Marruecos. La memoria digital de la imagen me dice que la tomé a las 9.42 del 13 de enero de 2007. "La Virgen anuncia la inminente venida de Jesús en Villacañas. Web tlig org".

El 13 de enero de 2008 me encontré con Villacañas en el periódico y descubrí que se trata de un pueblo manchego en el que ocurría un milagro: sin tener árboles en los alrededores, fabricaban ¡20.000 puertas por semana! Más de 4.000 personas trabajaban en la producción de puertas. Pero la crisis de la construcción ha frenado el negocio y ya se han ido a la calle 700 obreros. Dice el periódico que el milagro de Villacañas se desvanece.

No sé muy bien cómo encajar estos elementos: 1) la llegada inminente de Jesús en (¿en?) Villacañas; 2) Villacañas, milagroso pueblo de las puertas; 3) ahora las puertas se cierran; 4) ¡La escalofriante repetición del 13 de enero! Detrás de esto tiene que haber una historia inquietante.

Visito tlig.org: "En este sitio encontrará información sobre los mensajes que Vassula Ryden recibe de Dios, desde 1985".

Y la biografía de Vassula, de la que extraigo un episodio clave: "Un ser invisible que se presentó como su «ángel guardián Daniel» la visitó mientras realizaba las compras en el supermercado de siempre".

Aquí se interrumpe la investigación. Pincho y pincho sobre la frase "en el supermercado de siempre", pero no es ningún link, no me lleva a ningún lado. Y suspiro de alivio, porque el siguiente paso podría conducir a algún abismo terrorífico. Imaginad que fuera...

viernes, 18 de enero de 2008

Ciclismo potable

Millones de personas de todo el mundo deben caminar muchas horas para llegar hasta una fuente, cargar bidones de agua y regresar a casa. Además, suele tratarse de agua no potable, cuyo consumo produce miles de enfermedades y muertes.

Unos compañeros de trabajo de Nerea han inventado un triciclo prodigioso para solucionar ese problema. 1. El agua se carga en un depósito trasero. 2. Mientras el ciclista pedalea de vuelta a casa, los pedales accionan una bomba que hace pasar el agua a través de un filtro. 3. Esa agua, ya purificada, se acumula en un segundo depósito que va en la parte delantera.

Mientras esperamos el modelo que convierta el agua en vino, admiremos el invento:

miércoles, 16 de enero de 2008

Titulares comatosos

Mi hermano Julen me envía este recorte con un comentario: "O la gente de El Diario Vasco no sabe poner comas o no están muy de acuerdo con la línea del propio periódico y así lo quieren hacer ver".

A quienes no conozcáis el sabroso culebrón txuri-urdin os explico que sí, que El Diario Vasco defendía últimamente al entrenador Coleman (después de unos cambios de línea editorial bastante curiosos). Tras el batacazo del año anterior, cuando una Real podrida bajó a Segunda, el nuevo entrenador galés ha conseguido que vaya cuajando un equipo en el que ocho o diez titulares son jovenzuelos de la cantera, y que a mitad de temporada está en la quinta posición y a un solo punto de la zona de ascenso. Pero hace un par de semanas una gran mayoría de los accionistas eligió como nuevo presidente a Iñaki Badiola, quien llega con la promesa de un carro de fichajes, una idea que no gusta a Coleman. Ni tampoco a El Diario Vasco, que últimamente ha defendido al galés. Pero hoy parece que le animan a que se marche: "Coleman, dimite". Evidentemente, sabréis cuál ha sido la noticia de esta tarde si elimináis esa coma.

Bien, supondremos que se trata de un patinazo del redactor y no la expresión de sus deseos. En estos casos, quienes estudiamos Periodismo en Pamplona recordamos aquella legendaria portada del Diario de Navarra, tantas veces mencionada por los profesores de Redacción, con un titular tan asombroso que casi dejamos de creer que se publicara. Pero hace unas semanas Ramón Salaverría la rescató del reino de las leyendas y me la envió. Y aquí la pongo, para que disfrutéis con esa estupefaciente portada en la que al padre del rey Juan Carlos le pedían que se muriera:

lunes, 14 de enero de 2008

Autostop (2): Marruecos

Si veis a alguien haciendo dedo, ¿paráis a recogerlo? ¿Siempre? ¿Nunca? ¿Depende de las pintas? ¿A quién recogeríais y a quién no? Yo suelo parar casi siempre, aunque es inevitable echar un vistazo al autostopista y decidir sobre la marcha, no sé muy bien con qué criterios. Casi siempre paro, pero he tenido un par de experiencias un poco desagradables y comprendo que muchos conductores se ahorren las dudas y pasen de largo.

De todas maneras, muy pocas veces tendremos que plantearnos estas cuestiones: ya apenas quedan autostopistas. Pero la cosa es distinta si viajamos con vehículo propio por países como Marruecos.

Allí la gente camina muchísimo. No hay otro remedio: los sueldos son miserables y el transporte es un pequeño lujo. Muchos van en bici, algunos en burro, los más afortunados en moto. La explicación es muy sencilla: si nosotros tuviéramos la misma proporción que los marroquíes entre los sueldos y los precios, un litro de gasolina nos costaría 5 o 6 euros. ¿Quién podría permitirse un coche?

Por eso, a ciertas horas del día las cunetas están plagadas de gente que se pega unas caminatas tremendas para ir y venir de casa al trabajo, al mercado o a la escuela. Y a deshoras hay apariciones asombrosas. Conduces de noche por una carretera de montaña a casi dos mil metros, con el termómetro rondando los cero grados, y de pronto los faros iluminan en la cuneta a un hombre que hace señas cargado con un enorme saco, temblando de frío. Se monta y no abre la boca hasta ocho kilómetros más adelante, donde hace señas para que le dejes de nuevo en la cuneta, en una ladera remota y helada. Y piensas que el hombre iba a caminar todo este trecho, a oscuras, cargando el saco y muy mal abrigado. O que lo recorre habitualmente en esas condiciones. Otro día vas tranquilamente por una carretera desierta, en mitad de una estepa pedregosa en la que no se ve ningún rastro humano en kilómetros a la redonda, y de repente una silueta sale detrás de una roca y descubres a un chico que hace señas para que le lleves. Si consigues hacerte entender y preguntarle de dónde viene o dónde vive, señalará hacia algún punto del horizonte. Y si chapurrea cuatro palabras de francés, puede que te nombre el sitio al que quiere llegar, y un poco más tarde, después de dudarlo un poco, te pregunte con timidez si puedes llevarle hasta España contigo. Y piensas que ese chico ha salido esta mañana de su casa, en algún punto perdido del horizonte, sin llevar encima nada más que la ropa y quizá algo de dinero, y que está dispuesto a emigrar en ese mismo instante, sin avisar a nadie, está dispuesto a despertar mañana mismo en un país extraño, cuyo idioma ignora y donde no conoce a nadie. Y piensas que la imaginación no te alcanza para hacerte una idea de cómo es la vida en ese punto detrás del horizonte pedregoso.

Al margen de estos desasosiegos, recoger a los autostopistas en Marruecos es una idea estupenda, una manera sencilla de que se abran muchas puertas. Si les ahorras alguna de esas larguísimas caminatas, te lo agradecen con entusiasmo. Puede que unos primos te inviten a merendar un té con pastas en su casa y que te pongan Terminator 2 en el dvd como muestra de cortesía (foto 1, en la que sale Josema). También puede ocurrir que se monte en el coche un viejo risueño que suelta parrafadas interminables en berebere y que no comprende que no le comprendes. Que ni siquiera entiende las cuatro palabras que sabes pronunciar en árabe, pero que se emociona cuando dices la única palabra berebere de tu repertorio (¡barakalofi!). Y puede que al final, para despedirse, se lleve la mano al corazón, te bese el cráneo una y otra vez y se meta la mano en la chilaba para sacar una naranja de regalo (foto 2).



viernes, 11 de enero de 2008

Autostop (1): sólo paran los currelas

En las caminatas costeras de estos días, a menudo termino la etapa en un pueblo por el que no pasa ningún autobús o tren que me devuelva al punto de partida, o lo hace pero cuatro horas más tarde, por lo que he recuperado aquella costumbre de cuando éramos jovenzuelos: el autostop. Si Mercedes Milá monta un gallinero humano y lo presenta como un estudio sociológico, yo no voy a ser menos y ofreceré algunas conclusiones sobre las clases sociales en función de su respuesta ante un dedo pulgar alzado en la cuneta.

En los últimos diez o doce días he hecho dedo tres veces. En el primer caso me recogió un chaval, dueño de un barco pesquero, que iba con su furgoneta a vender el pescado en otro puerto cercano. Vuestro olfato podrá recrear el glamour de aquel vehículo. El chico me contó con detalle las peripecias que había vivido alrededor de una subvención autonómica para renovar su barco, un culebrón digno de mafias rusas en el que se jugaban muchos miles de euros y en el que participaban armadores corruptos, astilleros codiciosos, cófrades indolentes y políticos caraduras. Poco edificante pero muy entretenido.

En el segundo caso paró un cochecito pequeño, en el que viajaban dos maestras que habían terminado la jornada y volvían de la ikastola a casa. Primero se quejaban de que sólo ellas se preocupaban por comprar el café y las galletas para la sala de profesores y luego pasaron varios kilómetros tratando de mejorar el último verso de unas estrofas que cantarían los alumnos el día de Santa Águeda. No me atreví a colaborar.

En el tercer caso me recogió la furgoneta de un mecánico, un hombre que se acercaba a los sesenta años y que había trabajado mucho en el extranjero arreglando los motores de grandes barcos. Le pregunté en qué países había trabajado. Ponedle acento vasco serrao-serrao, para que la respuesta cobre todo su esplendor: “Pues sobre todo en la Micronesia”. ¡La Micronesia! “Sí, en las islas Marshall, en Guam… También en Japón, en Marruecos, en Cuba, en Estados Unidos, en Taiwán…”. La gente es muy amable en todo el mundo, decía. Los estadounidenses son muy educados, los chinos son muy atentos, los micronesios te llevan en sus coches adonde quieras, en Cuba… ay, Cuba es para ir con treinta años, yo fui con cincuenta…

Por tanto, me recogieron un pescador, dos profesoras y un mecánico.

La primera conclusión no os sorprenderá: los ricos nunca paran. Bueno, afinemos: el mecánico ganaba un dineral cada vez que se iba al extranjero, así que no es cuestión de pasta. Quizá tenga que ver con las características de los vehículos y la vestimenta de sus conductores: mis esperanzas como autoestopista están puestas en las furgonetas de reparto, los camiones, los coches de los comerciales, en el conductor que viste un mono de trabajo. Porque vi pasar muchos encorbatados, que serían ejecutivos o directivos o altos cargos, que quizás cobraban menos que el mecánico de barcos, pero conducían audis o bemeuves o mercedes, y cuando veía alguno de éstos abandonaba toda esperanza. Imposible. Los coches de gama alta deben de traer de serie algún inhibidor que les impide detenerse junto a un pulgar alzado. Así que podríamos decir: los audis nunca paran.

Ahora miremos al autostopista, es decir, a mí mismo: un treintañero que va solo, con una mochila, con botas y pantalones manchados de barro reseco. No descartemos que el miedo a manchar la tapicería sea un factor que frena a los conductores de audis. Sé que el mecánico o el pescador no tienen ese miedo, como tampoco lo tendría yo con mi furgoneta melonera, de modo que podemos lanzar otra conclusión tajante y con el mismo rigor que las de Milá: el afán por la limpieza es egoísta.

Espero que la próxima vez el audi de algún ejecutivo me descabalgue todas estas teorías. Pero en el fondo creo que no me apetece. Me acuerdo de las batallitas del pescador, los versos de Santa Águeda y de las andanzas del mecánico por la Micronesia, y apunto otra hipótesis: seguro que los kilómetros con los encorbatados son mucho más aburridos.

miércoles, 9 de enero de 2008

Paseos por la tele: Añana

Como dije hace unas semanas, creo que esto debe de ser una cumbre profesional: ¡me pagan por pasear! Y ahora también en la tele. Desde mañana, jueves 10 de enero, saldré un ratito cada dos semanas en el programa "Horrelakoa da bizitza" (ETB1), para hablar de alguna excursión, algún paseo, alguna visita. No estoy muy seguro, pero creo que se emite desde las 19.40 hasta las 20.25 más o menos, y yo me colaré un ratito, 7-8 minutitos, no sé en qué momento.

Hoy nos hemos ido a Álava para grabar las imágenes de la primera excursión: un paseíto precioso desde Salinas de Añana hasta el lago de Caicedo (el único lago natural del País Vasco). Las salinas componen un paisaje extraordinario, formado por una estructura de terrazas muy ingeniosa que desde hace más de mil años se ha ido extendiendo por las laderas. Ahora que está de moda hacer este tipo de listas, las salinas de Añana merecerían sin ninguna duda un puesto entre las siete maravillas vascas. El pasado verano escribí un reportaje que empieza así:


"El Valle de Añana está completamente aterrazado, desde el manantial de Santa Engracia hasta el fondo de la vaguada. Visto desde lo alto parece una inmensa colmena, una obra construida por insectos: 120.000 metros cuadrados de terrazas, canales, pozos y caminos. Y para mayor asombro, ni un solo clavo sostiene esta arquitectura alucinante. Todo es piedra, madera y arcilla".

El de la foto es Eustaquio Martín, de 80 años, uno de los últimos salineros. Relata cómo era la vida cuando todas las familias del pueblo trabajaban de sol a sol en las salinas.

Si os apetece, podéis leer el reportaje entero.





martes, 8 de enero de 2008

Fin de año en Urdaibai

En la etapa costera del 31 de diciembre subí a la ermita de San Pedro de Atxarre y descubrí que la ría de Urdaibai se había convertido en una especie de glaciar.

(Hoy he pateado por el paisaje de la primera foto: a ver quién conoce los nombres de los pueblos -facilito-, el del cabo que se ve al fondo a la derecha -también facilito- y el de la montaña que se ve al fondo -para nota-).

(El caserío de la segunda foto merece un clic).



lunes, 7 de enero de 2008

Olentzero puesto a secar

Olentzero 65%, Reyes Magos 60%. Victoria ajustada para el carbonero, según el Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno Vasco, una jacarandosa institución que cree que "en función de quién trae los regalos en Navidad se pueden conocer diversas formas de pensar y vivir las fiestas".

Mucho más atrás quedan el amigo invisible (13%) y un Papá Noel muy lejano (7%), aunque el barbudo nórdico está en auge y es "especialmente requerido por los inmigrantes" (muy fino eso de "requerido"). Pero para estos sociólogos eminentes el gozne de las dos Euskadis se sitúa justo en la actitud ante Olentzero. Quienes piden sus regalos al carbonero "se sienten predominantemente vascos, nativos, simpatizantes de EHAK o Aralar, van a los desfiles de Olentzero, suben al monte en Nochevieja o Año Nuevo, saben hablar euskera, consumen intxaur-saltsa, residen en municipios pequeños y se declaran de izquierda». Por el contrario, quienes no recurren a él "son inmigrantes, no hablan euskera, se sienten tanto vascos como españoles o predominantemente españoles, mayores de 64 años, simpatizan con el PP o el PSE, van a misa en Navidad, se sienten de derechas y viven en capitales".

No sé dónde están los votantes del PNV, supongo que entretenidos abriendo tanto los regalos del Olentzero independentista y progre como los de los Reyes Magos españolistas y carcas, tal y como hace la mayoría de las familias. Recuerdo que el tanteador es 65-60-13-7: eso da bastante más que 100%. Es decir, todo el mundo se apunta a los regalos y las compras a cascoporro, no una sino dos o tres veces, ya sea el 24 de diciembre, el 31 de diciembre, el 6 de enero, el 14 de febrero o el 19 de marzo, ya los traiga Olentzero, Papá Noel, los Reyes o Isabel Gemio. Me extraña que el fino bisturí de estos sociólogos no haya detectado la conclusión más evidente: nuestra patria común es el corteinglés.

Y así, en un dichoso fenómeno de hermanamiento, tanto los izquierdosos devoradores de intxaur-saltsa como los derechones beatos dejan de colgar banderas en los balcones y se dedican con entusiasmo a colgar olentzeros y papanoeles, cada vez más olentzeros y papanoeles, en un sano ambiente de armonía y respeto. Lo malo es que muchos aún no nos hemos acostumbrado a estos muñecos siniestros, que en calles con poca luz pueden confundirse con un comando de albanokosovares trepando por las fachadas, y andamos de susto en susto.

Esta mañana, mi hermana Eli se ha asomado al patio para tender la colada y casi se le ha salido el corazón por la boca, cuando se ha encontrado con la terrible escena que veis en la foto: primero ha pensado que el vecino del cuarto, víctima de alguna depresión posnavideña, había decidido volar entre los tendederos. Ahora, pasado el susto, pensamos que no ha sido tan grave: el vecino habrá descubierto que padece alergia a la intxaur-saltsa o de repente ha decidido votar al PP, y habrá arrojado al carbonero por la ventana. O ya, lo más sensato: vamos a pedir a los del segundo, esos nativos que suben a la montaña en Año Nuevo, que avisen cuando vayan a tender en el patio al pobre Olentzero.

sábado, 5 de enero de 2008

Juguetes chinos


Antón Etxebarría es el seudónimo con el que firma nuestro amigo X para evitarse problemas con las autoridades chinas. Después de viajar los últimos años por casi toda Asia -desde donde ha escrito docenas de reportajes, crónicas y entrevistas interesantísimas-, ahora se ha instalado en Shanghai y sigue escarbando en las rendijas de esa misteriosa China que se nos acerca cada vez más rápido (que nos lo digan a los socios de la Real). Nuestro amigo X sigue metiendo las narices en los rincones más alejados y en las historias más sospechosas, sigue hablándonos de las personas que padecen las abstractas injusticias de la globalización en su propio pellejo y lo hace con un empeño y una capacidad de trabajo que pronto lo convertirán en el reportero vasco más prestigioso. Al tiempo.

A mediados de diciembre, El País publicó un reportaje suyo sobre las miserables condiciones de trabajo en las fábricas chinas que envían juguetes y peluches al mercado español: Cada vez que Wen hace un juguete. Una lectura muy apropiada para este día en el que muchos regalos llegan de Oriente.

(La foto también es suya).

miércoles, 2 de enero de 2008

Una de calçots en vinagre

Muchas regiones de la blogosfera parecen bañadas en vinagre, un ingrediente literario resultón, siempre excitante para los lectores. Y ahora que andamos con los propósitos del año nuevo, he decidido buscar algo con lo que cabrearme yo también, para darle un poco de lustre a este blog, porque un blog que no se queja, no se enfada, no protesta, no se indigna ni se escandaliza con pajas de ojos ajenos, ni es blog ni es na. Y ya puestos, como creo –o espero- que esto no se va a repetir mucho, voy a meterme con uno mucho más grande que yo: El País.

Me llama la atención la capacidad de algunos medios para encajar mundos tan distintos y preocupaciones tan opuestas: en una misma revista te ofrecen un brillante y estremecedor reportaje sobre los niños soldado de Sierra Leona y veinte páginas más allá te explican la mejor manera de servir un cóctel a los invitados junto a la piscina de tu chalé. El 31 de diciembre encontré en El País un ejemplo estupendo de cómo mostrar hondas preocupaciones sociales -¡el mundo está fatáh!- sin que esas inquietudes te amarguen el paladar ni te impidan disfrutar de francachelas, jolgorios y cuchipandas, que total esto son cuatro días, y dos lloviendo.

Desde que rediseñaron El País, en las contraportadas de este diario aparecen unas entrevistas tituladas “Almuerzo con…”. Son entrevistas normales y corrientes, que inciden más en la vertiente personal del entrevistado que en su faceta pública, y lo curioso es que siempre añaden un recuadro en el que se detalla lo que han zampado y pimplado el entrevistador y el entrevistado en algún restaurante de postín. También indican el importe de la comida. Como escribo avinagrado, no se me ocurren más que dos motivos para publicar ese recuadro exhibicionista: que el diario recaude unos dineritos a cambio de hacerles publicidad a los restaurantes o que los periodistas no se aguanten las ganas de fardar un poco y dar envidia a los lectores. Porque los menús que he visto hasta el momento (salvo en el caso de Óscar Pereiro: dos cafés, 2,20 euros) son de un pijerío que sólo aceptaríamos, ejem, si nos lo comiéramos nosotros mismos.

El 31 de diciembre entrevistaron a Pere Navarro, director de la Dirección General de Tráfico. Titular: “Vivimos en una apoteosis barroca del consumo”. Cáspita. Por la foto (Navarro sostiene en su mano derecha un calçot, una cebolla alargada y fláccida, pasada a la plancha, colgante sobre su boca abierta) podría parecer que él está a favor de esa apoteosis barroca. Pero un pequeño texto destacado aclara su opinión: “El director de la DGT aboga por una sociedad con menos prisas y más austera”. La austeridad, dice Navarro, es un valor que le transmitieron en su infancia y que ya no se lleva. Él mismo confirma esa sentencia con el menú que se zamparon: “Restaurante Casa Jorge, Madrid. Rovellons: 15 euros. Caracoles a la Llauna: 8,20. Pan con anchoas: 10,80. Calçots: 30. Botella de vino Cune: 12,95. Cafés: 6,30. Total: 89 euros con iva”. Ya no se lleva la austeridad, Pere, no se lleva.

Hoy entrevistan a Bernard Pivot, autor del Diccionario del amante del vino, quien plantea, según el entrevistador, “preguntas de esas que no te dejan dormir tranquilo: ¿por qué los ingleses, que no tienen vino, inventaron el sacacorchos? ¿Por qué el patrón de los vendimiadores franceses es español, el diácono zaragozano San Vicente?”. Inquietantes cuestiones, desde luego. Dignas de una contraportada. En este caso, el entrevistador y el entrevistado comieron un menú de 144,30 euros. Pero han tenido la delicadeza de no pedirnos austeridad a los demás, como hizo Pere Navarro, a quien podríamos aplicar una versión de sus campañas de tráfico: Pere, majetón, no podemos ser austeros por ti.

Me acuerdo de E., para quien la increíble abundancia de tipos de yogures es un síntoma de que vivimos en una sociedad decadente. Me voy a tomar otro de soja con vinagre.

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