Así que venga: ya nos han hecho perder bastante tiempo. Volvamos a lo mejor de la vida. En esa parte me encuentro con una persona buena que además es un periodista excelente. Acaban de dar el premio Euskadi de literatura a Manu Leguineche por su libro El club de los faltos de cariño, un libro de apuntes delicioso, que casi parece un blog, aunque supongo que en el fondo el premio es un reconocimiento a su trayectoria impresionante como periodista. Me alegré muchísimo al escuchar la noticia.
Hace un par de años, gracias a Lucía, tuve la suerte de compartir comida y sobremesa con Leguineche en su casa de Brihuega (Guadalajara). La Asociación de Periodistas Vascos le había concedido un premio. Y dado que la salud de Leguineche anda bastante tocada como para hacer viajes, unos cuantos socios, entre los que me colé, fueron a Brihuega a darle el premio y a entregarle regalos y leerle cartas de mil amigos. Recuerdo las de Miguel Delibes y Javier Reverte, aunque hubo docenas. El siguiente detalle gustará a Carletto, a Charly y a otros futboleros: entre tantas emociones, cuando de verdad se le escaparon unas lágrimas fue cuando le entregaron un pequeño león de bronce que le regaló el Athletic de Bilbao.
Leguineche me impresionó. A pesar de la enfermedad, mantenía una amabilidad, una dulzura y un buen humor admirables, y, sobre todo, una retranca con la que defendía su timidez y disolvía los halagos que aquel día le cayeron encima por toneladas.

Copio el texto que escribí hace tiempo en el blog de Lucía:
Sin conocer a Leguineche más que por sus textos y por las pocas horas del otro día, creo que en el fondo el asunto es muy sencillo: es muy buen periodista porque es muy buen tipo. De esto me han convencido sus dos libros-collage (La felicidad de la tierra y El club de los faltos de cariño –creo que casi todos coincidimos en criticar este título :- )). En esos libros recoge recuerdos de toda su carrera y su biografía, escenas de su vida en Brihuega, pequeños retratos, reflexiones, apuntes al vuelo. Me admira que un hombre que ha vivido tantas guerras y tantas historias tremendas sea capaz, a los sesenta y pico años, de acercarse con tanta ternura y con una ironía tan bondadosa a las historias minúsculas de la vida. Y me he convencido de que Leguineche ha contado así de bien las guerras porque es capaz de contar así de bien las andanzas de su gata Muki o las partidas de mus con los paisanos: sin cinismo, sin dar sermones, sin vender motos, sin colgarse medallas.
En la sobremesa del otro día, a Leguineche le cayó encima una catarata de halagos. Se emocionó con las cartas de los escritores y periodistas amigos, con los regalos, con las llamadas. Pero hubo un momento de sobredosis de alabanzas, un poco de empalago -cuánto te queremos todos, qué gran trabajo has hecho, qué lecciones de periodismo nos has dado, eres una referencia para todos- y Leguineche sacudió las moscas así: “Yo lo único que he hecho ha sido trabajar, lo demás os lo habéis imaginado vosotros”.
Dice nuestro amigo Antonio –al ver una foto que le envié de Leguineche- que sigue creyéndose eso de que la cara es el espejo del alma".