El humor es un recurso excelente en los libros de viajes. Refresca el relato, engancha al lector, ayuda a ver algunas esquinas insólitas de la realidad. Pero el humor es mucho más que un recurso literario. Es una actitud del viajero, una actitud preliteraria.
En los viajes se produce un fenómeno muy interesante. Nos cambian el contexto habitual, nos convertimos en un elemento absurdo dentro del paisaje y va cristalizando una conclusión: si todo lo que nos rodea es raro, quizá lo raro seamos nosotros. En Yibuti, Coober Peddy o Astracán somos como el conductor del chiste, el que se queja de que todos van en dirección contraria. No es fácil aceptarlo.
Y algunos escritores no lo encajan bien. Describen esas realidades ajenas con cierta superioridad -hay quien llega al desprecio,
como ya vimos hace unos días-. Otros son más respetuosos y aceptan el desconcierto como parte del juego. A mí me encantan los que en determinados momentos saben mirarse a sí mismos y consiguen verse en su plena y radiante ridiculez.
Como digo, esa actitud es previa a la escritura. Nada más llegar a un país remoto, es probable que el policía de la aduana te toree hasta sacarte un par de billetes, que un taxista te time descaradamente, que en el hotel te den un cuartucho y una cena infame. Puede que en los primeros días los vendedores agobien a cada paso, que los camareros hinchen las cuentas, que pagues un precio considerable por una camiseta conmemorativa de la fiesta nacional... y que al minuto te des cuenta de que las están repartiendo gratis a todo el mundo menos a ti. Está claro: te toman por tonto.
Puedes hacer dos cosas. Una: avinagrarte, maldecir ese país indecente y a sus insoportables habitantes y vivir con amargor lo que queda de estancia horrible. Dos: aceptar la verdad. Si te toman por tonto, es porque allí tú eres tonto.
Si eres capaz de optar por la segunda opción, las puertas empezarán a abrirse. Poco a poco identificarás a los gorrones y los vendemotos, sabrás deshacerte de ellos sin pasar malos tragos, conocerás a la gente interesante y buena del país. Y así irán apareciendo las historias más interesantes, el material para escribir un buen reportaje o un buen libro, y podrás contar algo más que tu enfado. ¡Paciencia y serenidad!
Por eso el buen humor es un requisito previo. Para viajar bien antes de escribir bien, el primer paso consiste en aceptar que eres tonto. Es decir: humildad.
Luego, en la escritura, los tonos pueden ser muy diferentes. Puede que el humor no aparezca por ningún lado; puede que sea un humor suave, latente, apenas un barniz de ironía fina; o puede desembocar en la carcajada.
Acabo de leer El antropólogo inocente (Anagrama), un libro muy divertido que ya lleva veintiuna ediciones en España. Su autor, el inglés Nigel Barley, pasó dos años viviendo con los dowayos, una tribu de Camerún, para estudiar sus creencias y sus costumbres. Además de su trabajo académico, Barley escribió este libro para relatar la vida marciana que llevó en esa remota región de África, la realidad torpe y chapucera que se esconde tras las pomposas investigaciones antropológicas (calcula que sólo pudo dedicar a las investigaciones el 1% de su tiempo con los dowayos: la vida allí tiene otras exigencias más perentorias) y las tronchantes relaciones con los nativos, que se ríen sin parar de ese blanco tan ignorante y tan metepatas.
Barley no deja de hacer el ridículo. Cuando intenta ser amable, dice las cosas más ofensivas que un dowayo pueda imaginar. Por culpa de su precario manejo del idioma local, pretende anunciar ante el consejo de sabios que abandona la reunión porque debe ir a guisar carne y en realidad anuncia que debe ir a copular con el herrero. Y le suceden historias como ésta, con una mujer llamada Mariyo:
"Mariyo vivía justo detrás de mi choza y no podía evitar oír las incesantes series de pedos, accesos de tos y ensordecedores eructos que salían de su casa por la noche. Sentía mucha simpatía por ella, pues me parecía que sus entrañas estaban tan poco preparadas para vivir en el país Dowayo como las mías. Un día se lo comenté a Matthieu [el ayudante local de Barley], que soltó una risotada y salió corriendo a contarle mi último despropósito a Mariyo. Un minuto más tarde me llegó otra risotada desde su choza y a partir de ahí pude seguir el recorrido del cuento por toda la aldea a medida que la histeria iba pasando de choza en choza. Matthieu regresó por fin, llorando y debilitado de tanto reír. Me condujo a la vivienda de Mariyo y señaló una choza pequeña que había justo detrás de la mía. Dentro estaban las cabras. Como lego que era en lo relativo a esos animales, desconocía lo humanas que sonaban sus detonaciones".
Barley también se ríe -y muy a gusto- de algunas actitudes, supersticiones y reacciones asombrosas de los dowayos. Pero no ofende: porque Barley ha aceptado su papel como tonto del pueblo y se ríe de sí mismo ante los dowayos y ante los lectores, porque su cachondeo es el que se traen los amigos que saben tomarse el pelo unos a otros sin perderse el respeto, y porque asume una verdad incuestionable: que todos compartimos una capacidad extraordinaria para la estupidez.
PD: Otras joyas del género viajero-cachondeístico: En las antípodas, Historias de un gran país (ambas de Bill Bryson: el campeón de la categoría), En los confines del mundo (Lawrence Millman), Julio Camba... ¿Se os ocurren más?
7 comentarios:
¡Absolutamente genial El antropólogo inocente! Lo leí hace un par de meses.
Yo añadiría Las lanzas del crepúsculo, de Phillipe Descola.
Saludos
Viajes de un antipático, de José María Parreño. Creo que era en editorial Árdora...
Desertora, no he oído hablar de ese libro. Husmearé.
Eresfea, hace mucho tuve en las manos esos Viajes de un antipático... y ahí se quedaron. Lástima.
Gracias a los dos.
Qué tontuna. Creo que debe ser la primera premisa antes de partir de viaje reconocer que seremos inevitablemente el tonto del pueblo, que veremos sesgadamente la mayoría de las veces (sino todas), que nos timarán y nos deberemos dejar timar hasta nuevo aviso, y que hay que saber ver las cosas con humor que es lo que nos hace ser un poquito más felices. El humor es/son unos anteojos muy útiles en esta vida y que nos salvarán de muchas desgracias, una forma de enfrentarse a las adversidades. La más útil diría yo.
¡Larga vida a los viajes humildes y humorosos!
Es una gran clave.
A veces, los resentidos y enfadados perpetuos reprochan a los bienhumorados y los optimistas que para ellos todo es más fácil. Deberían ver algo más: los bienhumorados y los optimistas también suelen hacer la vida un poco más fácil a los de alrededor. Si también vivieran amargados, como parecen desearles, nadie saldría de ningún pozo.
Mi vida en rose, la segunda parte, de la vida de sedaris en francia. Excelente humor cuando retrata su relación con la profesora de francés. Saludos de un uruguayo.
Saludos, uruguayo. Recuerdo que me reí bastante con el ceceo del narrador y sus trucos para esquivarlo (decía "afirmativo" para no decir "zí").
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