miércoles, 9 de julio de 2008

Las columnas de Javier Olabe (3): La tómbola

Para celebrar estas fechas, va una columna sanferminera de Javier Olabe.

La tómbola

Todas las primaveras, en el paseo de Sarasate florecen bicicletas. Los transeúntes se sonríen y pasean con garbo renovado, los niños dan patadas histéricas a sus madres encintas para alegría de los padres primerizos, y las villavesas vuelan bajo para que los viajeros se extasíen con el espectáculo jubiloso: la tómbola de Cáritas comienza a instalarse, y con ella se empiezan a desperezar los sanfermines.

En la rifa loca de la caridad estival, a mí me cayó el año pasado una lata de melocotón en almíbar, que al fin y al cabo es algo que se agradece. Pero a la viuda de Machinena, impedida la pobre de ambas piernas, la Fortuna atolondrada le señaló una bicicleta de montaña, que traía de propina el rencor de miríadas de niños agraciados -o mejor, desgraciados- con pantys descanso y juegos de perchas. Mis primos y yo fuimos distinguidos un 13 de julio con sendas cajas de polvorones Doña Jimena, que nos comimos enteras, no sin disgusto, como obligados por un compromiso secreto contraído con el numen del destino. He visto a familias desconsoladas desbaratar inútilmente decenas de boletos sin merecer una carantoña de la suerte que dote a su cocina de un lote de cucharas o a sus churumbeles de un balón de playa, pero también he asistido a piruetas del azar que hacen brotar un microondas del boleto único comprado “para que se calle ya este crío”.

La tómbola se ha ido sofisticando en los mecanismos de sorteo y obsequio, y donde antes no cabía más que el boleto premiado y el boleto numerado, ahora hay una muchedumbre de ocasiones para la chiripa, la chamba y el acaso: por una parte están los boletos que han de reunirse en número de cinco, diez o quince para aspirar a un premio de calidad superior a la común, como una muñeca sandunguera, un jarrón de Talavera o una tricotosa de juguete; también hay unos que no traen números para la rifa de un coche o un canapé -después de muchos años de atonía supe que se trata de un somier, y nunca quise que nos cayera, porque menuda gaita tener que cargar con un somier en plenos sanfermines; aunque sea la moto te la puedes llevar puesta-, sino que contienen tan solo una letra, la te, o la o, o la eme, y con ellas hay que formar la palabra “tomboleto” -en verdad altísona y hermosa- para hacerse acreedor de regalos de ensueño, como un traje de tres piezas en Mateo Hnos, un jamón de Teruel o un robot de cocina. Inciso: mal haya el que burló la inocencia de los niños bautizando con el nombre mágico de “robot de cocina” a una triste minipimer, mal haya digo, y ojalá no tenga que ver nunca el chasco infinito de sus párvulos cuando la mayor habilidad de lo que habían imaginado una chacha transformer con cofia de luces sea montar claras.

Para poner una nota de miseria donde sólo se dispensa esperanza y contento a manos llenas, la organización diocesana, sabia y providente, ha dispuesto que los boletos los vendan unas viejas a las que se sirve chupitos de vinagre a cada rato y se priva invariablemente de cambios para mantener con el vigor del primer desengaño el resquemor de su soltería obligada y ya definitiva, de forma que cuando los paseantes se deciden a jugar y van al mostrador transportados de alegría sanferminera y como mecidos por el hormigueo de la ventura presentida, ellas les enganchan por el tobillo y les bajan de un tirón a un mundo funesto donde de pronto es octubre y las tapas de los yogures desdeñan siempre los lametones con un “sigue buscando” que no entiende de edad ni condición.

Seguro que las bicis se las quedan ellas.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Sublime, el arranque no tiene desperdicio.
"Todas las primaveras, en el paseo de Sarasate florecen bicicletas" o "y las villavesas vuelan bajo para que los viajeros se extasíen con el espectáculo jubiloso".
Me recuerda un poco a Aldecoa, sus descripciones, sus personajes...
Chapeau! Javier me pone los pelos de punta. Lástima, no pude conocerle en persona, pero empiezo a descubrirle. Un placer.

mòmo dijo...

Estupendo, sí. Me he reído sin disimul; reconozco cada uno de los los detalles de mi adicción tombolera.

jlo dijo...

Genial.

Paco Sancho dijo...

Tampoco tuve la Fortuna de conocerle. Gracias, Ander, por presentármelo.
Si escribía así en su juventud, está claro que no era de este mundo.
Las bicis se las quedan ellas. A mí se me caen los bics.

Antonio M. dijo...

Maravilloso.

Alfonso Vara Miguel dijo...

Buenísimo!
Ayer mismo estuve en la tómbola acompañado de mi hijo Pablo y, casualidad, también me tocó un bote de melocotón en almíbar, [además de otro de menestra, un portafotos más feo que un pecao y una libreta que le alegró la mañana al pequeño. Y eso que tan sólo compré 6 boletos...]

alvarhillo dijo...

"Seguro que las bicis se las quedan ellas" ja ja ja.
Me ha encantado el artículo. Cuando sea mayor me gustaría escribir la mitad de bien.

Anónimo dijo...

Esto no puede ser una practica!
Increible!
Que pena no haberle conocido!

Ángel Ruiz dijo...

Llevo dos días que me acuerdo de este artículo y me echo a reír. ¡Los chupitos de vinagre!

Carlos Arnal Lacalle dijo...

gran analisis de mitologia local, ojos de nino, espiritu kalimotxero y lengua afilada de solterona amargada, reflejo fiel donde nos vemos los que hemos caminado por el psicotropico Paseo Sarasate en las diferentes edades de nuestras vidas el enigmatico mes de Julio

la vida es una tombola

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