Mis acompañantes más asiduos en la vespa tienen unas habilidades asombrosas. Si ayer conté cómo Josema llegó a disfrutar de un accidente, hoy vuelvo con otra historia difícil de creer: Francis se duerme como un tronco sobre la vespa.
Esta foto no refleja bien la miga del asunto. Aquí Francis no está dormida, sino echando una cabezadita a primera hora de esta tarde, junto a la playa de La Barre (cerca de Baiona). Pero si no refleja la miga del asunto es porque la vespa está aparcada, y Francis nunca consigue dormirse sobre la vespa quieta. Se duerme como un tronco con la vespa en marcha.
Descubrí esa habilidad circense el año pasado, cuando me acompañó en la última semana de Vespaña (desde Tarragona hasta San Sebastián). Una tarde paseábamos plácidamente por el cabo de Creus cuando nos enteramos de que el Museo Dalí de Figueres cerraba mucho antes de lo que pensábamos. Saltamos a la vespa y salimos pitando. Exprimí la moto por las carreteras sinuosas del cabo de Creus, apurando en las curvas, adelantando coches en las escasas rectas, acelerando en las bajadas, y pensaba que Francis vendría apurada por semejante contrarreloj. Pero empecé a notar unos golpecitos en el casco. Al reducir marchas en las curvas: toc, toc. Al frenar en algún cruce: toc, toc. El casco de Francis golpeaba contra el mío. Aproveché una recta para soltar el acelerador y mirar atrás: Francis venía dormida. Y no era una pequeña modorra: la cabeza le bailaba, tenía los ojos cerrados y la boca abierta, y babeaba como si le hubieran inyectado un somnífero para rinocerontes. Empecé a moverle una pierna para que despertara. Después de varios intentos, abrió los ojos con sorpresa y dijo... "¡Hola!". Llegamos tarde al museo pero a ella el trayecto se le hizo cortísimo.
Pues bien, hoy Francis ha batido su propia marca.
Hemos hecho una excursión dominguera estupenda, ida y vuelta por la costa labortana, unos 130 kilómetros. La vespa sigue magullada pero en plena forma, así que el viaje de esta semana con Josema sigue en pie. Hemos comido en Baiona, una ciudad de palacetes y mansardas preciosas asomadas a la confluencia de los ríos Errobi y Atturri (eso sí: los domingos al mediodía, la animación y el ambientazo del casco viejo de Baiona hacen que el viajero se sienta paseando por Chernobil).
Durante la vuelta he empezado a sentir los golpecitos familiares en el casco. Toc, toc, toc. Bueno, Francis se está durmiendo justo en el tramo más peliagudo de la ruta costera, entre curvas y contracurvas. No pasa nada. Pero unos kilómetros más adelante he notado que Francis se iba despegando poco a poco de mi espalda. Le he movido una pierna varias veces pero nada, no reaccionaba. Le he agarrado una mano y se la he colocado en mi cintura, para que al menos fuera agarrada: se le caía al instante. He intentado reanimarla un poco, para que mantuviera un poco de tensión sobre la moto, pero se resbalaba en el sillín como si tuviera la consistencia de un blandiblú.
He decidido parar. Pensaba que con el frenazo iba a abrir los ojos y me iba a decir "hola". Pero al detener la moto me he girado y la he visto desparramada, apoyada en el respaldo y con la cabeza echada para atrás. He apagado el motor y nada. Como un tronco. Me daba pena despertarla de esa envidiable narcosis sobre ruedas. Al final le he dado un par de voces, he meneado la moto, le ha dado por reírse un poco todavía medio en sueños y ha preguntado "¿dónde estamos?".
Si cuento esta historia (con babas y todo: un detalle clave), es porque me siento muy orgulloso. Lo decía Paco: no le importaba que alguien se le quedara dormido mientras daba clase o mientras conducía, porque eso significaba que le tenían confianza.
Y yo nunca he visto una demostración de confianza ciega -pero ciega, ciega- como la de Francis esta tarde.
8 comentarios:
Jeje. Me cae bien Francis. De hecho, ahora me cae mejor, porque ya le cogí cariño con la dedicatoria de Plomo en los bolsillos.
Tan marmota como Francis, me identifico. Qué maja. Pero en cambio nada confiado.
La confianza es eso, sí. Abrazo Txirrindu.
¡Qué sueño me ha entrado a mí también!
Siempre he envidiado a la gente que se duerme"en el palo de un gallinero". Ahora, la proxima amarratela a la espalda con un cinturón.
A mí también me cae bien Francis.
¡Qué suerte! Yo no sé si con el miedo a la velocidad que llevo implícito podría dormirme en una Vespa...quizás hace unos meses con aquel potente somnífero medicado... pero ahora libre de Depakines no sé, no sé...
Qué alegría leerte
¡Mientras sea ella la que se duerme y no tú!
Eso, eso sí que sería verdadera confianza...
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