Es una imagen extraña, inquietante: un manantial ahogado que sigue brotando bajo las aguas.
Cuando en 1959 inundaron estas tierras zaragozanas para crear el pantano de Yesa, no sólo quedó sumergido el pueblo bajo de Tiermas sino también sus fuentes de aguas sulfurosas. En ellas chapoteaban ya los romanos (el nombre del pueblo no deja dudas) y a principios del siglo XX existía un balneario de postín, con hotel modernista, veraneo aristocrático y visitas reales incluidas. Ahora las ruinas de aquellas instalaciones emergen con intermitencias: si el verano ha sido seco y el nivel del pantano baja lo suficiente, afloran a partir de septiembre-octubre.
Este año ha tocado un verano lluvioso. Por eso, cuando esta mañana vespeábamos entre Jaca y Sangüesa, nos ha sorprendido ver el pantano tan seco. Parece ser que la ciudad de Zaragoza está bebiendo mucha agua de Yesa en las últimas semanas (que si el Ebro está sucio, que si la necesitan para no sé qué preparativos de la Expo, que si el Pilar...). Sea por lo que sea, el nivel ha bajado tanto como para que las fuentes sulfurosas de Tiermas broten de nuevo. Y, siguiendo el espíritu muelle de este viajecito véspico, hemos aparcado la moto y hemos bajado a la orilla del pantano.
Entre las ruinas del balneario hemos encontrado una poza humeante, de color azul islandés y tufillo muy leve a huevos pasados. Allí se estaban bañando una docena de personas, algunos en traje de baño y algunos desnudos. En la orilla, dentro de unas antiguas galerías subterráneas, dos señoras se untaban de arriba abajo con un barro verdusco. Josema y yo no llevábamos toalla ni bañador, así que al principio nos hemos sentado en las rocas, con los pantalones remangados y metidos hasta media pierna en el agua caldosa (el manantial brota a 42 grados, pero enseguida pierde unos cuantos). Sin embargo, la poza era tan tentadora que al final hemos hecho un Sorolla (¿un Sorolla? Nada que ver con rimas feas: sólo es una expresión de Antonio para nombrar con elegancia el baño en pelotas).
Hemos hecho el garbanzo durante media hora, con algunos ratos de natación por el agua fría del pantano para buscar el contraste, y hemos vuelto a la vespa con un sosiego bovino.
En las ruinas emergidas he leído las pintadas contra el pantano, las protestas de los que perdieron su pueblo bajo las aguas. Y me he acordado de un grupo de personas admirables, practicantes de una afición que pone los pelos de punta, y que tienen una solución sencilla para abastecernos con mucha más agua que la que contienen los embalses, y sin ahogar ninguna tierra. Son cuatro gatos y casi nadie les presta atención. En la próxima entrada contaré su historia.
lunes, 15 de octubre de 2007
Sorolla a la islandesa
Etiquetas: Viajes: vespa octubre 07
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4 comentarios:
Me has picado la curiosidad. Quiero que me cuentes sobre esas personas.
Por lo demás, que envidia me das, yo me bañe hace años en yesa y fué muy divertido.
Además del sorollazo artístico, sulfuroso y sanador, las imágenes parecen pinturas. Impresionan.
Paseando por Perú, creo que fue en Cajamarca, tuve mi primer encuentro con aguas sulfurosas, aunque allí emanaba algo más que un ligero tufillo a huevos podridos. No tiene nada que ver, pero recuerdo que en la visita había un niño cojonero (como las moscas, pero en grande) que aún hoy no sabe lo cerca que estuvo de chapotear en aguas apestosas y burbujeantes...
Parece el interior de un sueño. Después de ver esto, no sé cuánta pena me dan los que se quejaban del pantano.
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