viernes, 25 de julio de 2008

Los calvarios de Cunego y Bartali


Ayer Damiano Cunego metió la rueda de refilón en un bordillo, la bici se clavó, él salió volando y se dio de cara contra un muro de hormigón. Su compañero Daniele Righi echó pie a tierra para socorrerle: “Lo vi tendido en un charco de sangre, en una postura fea, sin moverse”, dijo después. A Cunego la sangre le manaba de la barbilla. Le dolía el pecho y tenía los brazos y las piernas abrasadas. Sus compañeros le ayudaron a levantarse y les dijo que no se quería retirar. Montó de nuevo en la bici y el médico de la carrera le atendió sobre la marcha, desde el coche. Le taponó la hemorragia de la barbilla, le envolvió la mandíbula en vendajes y le medicó para aliviar los dolores.

Cunego siguió adelante a pesar de que no le quedaba ya nada en juego. El italiano, ganador del Giro de 2004, había concentrado toda su preparación de este año para hacer algo grande en el Tour y llevaba una vuelta desgraciada: cuatro caídas, una flojera sorprendente en la montaña, un montón de minutos perdidos y una decepcionante 12ª posición a falta de cuatro días para el final. Además le esperaban 160 kilómetros de persecución agónica hasta la meta, no para cazar al pelotón, que ya volaba muchos minutos por delante, sino simplemente para evitar llegar con el control cerrado y para poder salir al día siguiente. Cualquiera se habría retirado. Pero Cunego siguió. Y yo me hice de Cunego, por su empeño de dignidad, porque estuvo dispuesto a pedalear entre dolores durante horas cuando ya lo había perdido todo (¡y porque lo tenía en mi porra de internet, mecagüenlamar!).

Le esperaron sus compañeros de equipo Righi, Marzano, Mori y Tiralongo, que le acompañaron en el vía crucis dándole relevos y empujándole en los repechos. Cuando llegaron a meta, 20 minutos y 12 segundos después del vencedor, Cunego se fue directo al hospital. Le cosieron la barbilla con cinco puntos, le hicieron radiografías en las manos, la mandíbula y el tórax para descartar fracturas y una ecografía del bazo para asegurarse de que no lo tenía dañado.

Esta mañana Cunego no ha podido tomar la salida. Podría decirse que su sacrificio no sirvió para nada. Pero sería falso.

* * *

De la misma manera que John Lee Augustyn escribió su línea después de las de Wim Van Est de 1951 y Joseph Fischer de 1903, ayer Cunego escribió la suya después de la de Bartali de 1937.


"Bartali era un chaval de 22 años cuando ganó con una autoridad deslumbrante el Giro de 1936. También conquistó el Giro de 1937. Y ese mismo año debutó en el Tour por la puerta grande: primero batió el récord de la ascensión al Ballon de Alsacia; luego, en la séptima etapa, se escapó en solitario en el mítico Galibier, venció en la meta de Grenoble y se vistió el maillot amarillo. El joven italiano distanciaba en doce minutos a sus rivales Vissers, Maes y Lapebie. El propio Mussolini le telefoneó para felicitarle, pero también para espolearle y pedirle que conquistara para los italianos la prueba más querida por los franceses. En aquellos años de nacionalismos inflados y tensiones prebélicas, Bartali cargaba con el honor de la patria en territorio enemigo. Al día siguiente la selección italiana organizó una emboscada en la subida al puerto de Laffrey: Bartali, Rossi y Camusso atacaron en tromba y descolgaron a los demás favoritos. Quedaba mucha distancia hasta la meta, pero Rossi y Camusso pedaleaban a todo gas para aumentar las diferencias y dejar el Tour sentenciado. En un descenso, los italianos atravesaron un puente de madera mojado por las salpicaduras de un arroyo alpino, un torrente rabioso que bajaba desde los neveros de las montañas. Rossi patinó. Camusso tropezó con él. Bartali no pudo esquivarlos. Y los tres saltaron por encima del parapeto y cayeron en una cabriola escalofriante hasta el arroyo. Rossi y Camusso se levantaron aturdidos y doloridos, pero encontraron sus bicicletas y treparon con ellas por las rocas hasta la carretera. De pronto, Camusso giró la cabeza y vio una mancha amarilla en el arroyo: era Bartali, recostado en el arroyo, inmóvil. Camusso bajó dando traspiés, llegó hasta Gino y lo arrastró fuera del agua. Bartali estaba conmocionado, con la cara empapada en sangre y las ropas desgarradas. Entre Rossi y Camusso consiguieron espabilarlo y subirlo a la carretera, cuando los perseguidores ya les habían adelantado. Lo montaron en la bici y arrancaron. Rossi, malherido, se retiró a los pocos kilómetros, pero Camusso y Bartali sufrieron lo indecible para llegar hasta la meta de Briançon, donde aparecieron con doce minutos de retraso. Bartali había salvado el liderato por un puñado de segundos. Pero esa noche no pegó ojo, por las heridas que le laceraban las rodillas y el pecho. Salió en la siguiente etapa, donde perdió veinte minutos y cualquier opción de victoria. Lo intentó un día más, pero ninguna arenga patriótica podía aliviarle los terribles dolores, y se bajó de la bici. Cuando volvió a Italia, relató su accidente a los periodistas: “Dios estaba conmigo en aquel arroyo helado”, dijo. “Sin Él, mi caída podría haber sido mortal”. Bartali se ganó así sus apodos: en Italia le llamaban El Piadoso; en Francia, El Monje Volador".

>El texto de Bartali es un fragmento de de Plomo en los bolsillos.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Ander, la caída que nunca se me olvidará es la de Jaime Salva, corredor del Hueso, en una etapa de la Vuelta a España en 1985. Su cara ensangrentada todavía se me aparece en pesadillas. Y la culpa la tuvo un perro.

Anónimo dijo...

Por cierto, yo también uso la palabra "bazo" en mi último post.

Ander Izagirre dijo...

Compartimos muchos recuerdos de infancia, Allendegui, creo que devoramos los mismos ciclismoafondos. Qué impresión: cayeron Jaime Salva (¿o Salvá?) y Ludo Loos; Salva se ahogaba en su propia sangre y el médico salvó la vida de Salvá metiéndole un cacharrito en la boca con el que aspiró la sangre y le despejó las vías respiratorias. ¡Ufff!

Otra imagen legendaria, más antigua: Luis Ocaña grogui, después de una caída, montado en la bici con la cabeza gacha y bañado en sangre, mientras sus compañeros del equipo Fagor le empujaban. Esa foto está en unos cuantos bares y caseríos de Guipúzcoa, pero no la he encontrado en internet.

Nos hemos puesto sangrientos...

(Bazo no es tan buena como escroto).

Anónimo dijo...

Ciertamente Salvá. Efectivamente, devoramos a fondo esos Ciclismos a. De hecho, J. era el que compraba la revista y los demás los leíamos.
Ander, tienes que ir a esos bares y caseríos, pedirles la foto, escanearla y publicarla en A topa tolondro. Será el estreno en Internet.
(escroto es una de las mejores palabras del diccionario, habría que dedicarle varios pornográficos... digo monográficos)

eresfea dijo...

¡Cuánto cunde el Tour!

Ander Izagirre dijo...

Cunde mucho más. Si no estuviera con la pereza veraniega, lo exprimiría a conciencia.

(En los años 60 corría un ciclista alemán llamado Kunde. Me hubiera gustado animarle en alguna cuesta: ¡Kunde, Kunde!).

Anónimo dijo...

Creo recordar que la foto está o estaba en el caserío Perurena de Ventas de Astigarraga.

Ander Izagirre dijo...

Jukebox, tengo fichada esa foto en Perurena, otra en una tienda de bicis de Tolosa y una tercera en la sede de la Federación Guipuzcoana de Ciclismo. No sé quién sacó la foto, dónde se publicó, cómo se hicieron esas reproducciones... y no la encuentro en internet.

En la imagen aparece un jovencísimo Txomin Perurena empujando a Ocaña.

Anónimo dijo...

Exacto. No tengo ni idea de quien hizo la foto o donde se publicó. Quizás sea por la época pero me huele que puede ser de 'La Voz de España'. Pero no sé.

Anónimo dijo...

Tiralongo, qué gran nombre para un gregario

Anónimo dijo...

Hola,soy la hija de Jaime Salvà, el del accidente de la vuelta españa 85, y la verdad es que me es muy duro ver alguna foto o alguna noticia sobre la noticia de mi padre. Doy las gracias a que mi padre ya está bien, el doctor Astorki le dio una segunda oportunidad,aunque ese accidente acabó con su carrera profesional como ciclista. Ahora mi padre recuerda ese accidente como un suceso más en su vida, peró para él fue muy duro de superar.
Grácias

Ander dijo...

Un saludo para la hija de Salvà. Yo entonces tenía 9 años y aquello me dejó una impresión muy fuerte, como a tantos. Me alegro mucho de que tu padre esté bien. Gracias por contárnoslo y un saludo.

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