Entre las hayas aparece una hondonada de barro negro, encharcado, revuelto, de unos cuatro metros de largo por dos de ancho. En la parte más baja hay una pequeña base de cemento, con una tubería de la que no mana agua. “¡Ya me han fastidiado la fuente los jabalís!”, dice Javier Etxepare Mendigaldu. “Vienen a esta charca a bañarse, se revuelcan y a veces me mueven la tubería. Voy a tener que fijarla mejor. Ya tengo trabajo para esta semana”.
Javier, 68 años, suele venir al bosque con azada, hoz, paleta, tuberías y algo de cemento. No es que nadie vaya a pasar sed si no arregla esa fuente, porque en los alrededores hay bastantes más. Le pregunto cuántas ha hecho en esta ladera norte del monte Eskamelo (Álava). Se para un momento, las va contando entre dientes, una a una, y responde: “Diecisiete”. Diecisiete fuentes en esta pequeña zona de la Sierra de Cantabria-Toloño. Alrededor de doscientas en toda Álava y en la sierra navarra de Codés. Y no sólo las construye, también las mantiene.
Todo empezó hace una quincena de años, cuando andaba a la paloma con sus compañeros cazadores. Iban sedientos por el monte y encontraron tres charcas de las que apenas se podía beber. Javier les hizo una promesa: “¡La próxima vez que vengáis aquí tendréis una fuente!”. Y así es la gente de palabra: la empeña en un compromiso noble -incluso evangélico: dar de beber al sediento- y la mantiene para el resto de sus días.
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Javier camina a buen ritmo, con un bastón y una hoz. Otros días suele acompañarle su perra, una setter que ya está mayor: “Tiene doce años y el día que se fastidie me va a traer muchas lágrimas”, dice. “Hace poco vimos unos corzos y la perra se quedó quieta, mirándolos un buen rato, cómo disfrutó”. Sin dejar de andar en ningún momento, cada pocos metros Javier se agacha y da un golpe de hoz a alguna zarza que se asoma al camino. O aparta alguna piedra. De vez en cuando sale del sendero y nos metemos por la ladera en busca de alguna fuente. Algunas están visibles y próximas al camino, otras quedan bastante ocultas. “Los paseantes no las encuentran, porque no salen de la pista, pero los cazadores y los buscadores de setas ya saben dónde están, y menudo gusto, cuando se han dado la soba y tienen un chorro tan bueno para beber”. Javier se agacha junto a la fuente y siega la vegetación que ha ido creciendo en el entorno. Luego, con la punta de la hoz, rasca el interior de la tubería para limpiarla de musgos y tierrillas.
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“La verdad es que las fuentes están bonitas, así, rústicas, y es un gusto venir al monte y beber unos tragos de agua tan rica. Además, el agua que corre nunca es mala. Alguna vez la he llevado a analizar a un laboratorio y me han dicho que es excelente. Hay quien se queja, oye, Etxepare, que ayer bebí de tal fuente y me ha dado dolor de tripas. Pero eso es porque aquí el agua sale helada, y si vas acalorado y bebes mucho, te hace daño. El agua fría hay que masticarla”.
Los cazadores y los vecinos le dan las gracias a menudo por su trabajo. Y también ha recibido reconocimientos oficiales. En Pipaón, pueblo al que llega una tubería con agua de cinco fuentes abiertas por Javier, el ayuntamiento le organizó un homenaje para agradecerle los trabajos que se toma en el cuidado del bosque. También le homenajearon los ayuntamientos de Lagrán y Peñacerrada. Le dieron comidas y placas, pero Javier no es hombre de muchos discursos. “A los del pueblo sólo les dije una cosa: cuidad el agua, que es oro. Cuando no esté yo para hacer las fuentes, entonces ya veréis”. Se lo piensa un momento y añade: “Bueno, qué narices, cuando yo no esté ya saldrá otro loco a cuidarlas”.
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El reportaje completo se publicó en El Diario Vasco y El Correo en el pasado verano.
5 comentarios:
Éste y el de las raíces, Ander.
¡Qué grandes reparaciones!
Javier, Josetxo, Xabier, Pablito... ¡Qué gente! Qué vocación de servicio, qué amor al mundo y qué discreción. Ni una queja, ni una petición, ni un balón fuera. Todo entusiasmo. Y una idea clara de la vida.
A veces pienso que los ángeles de la guarda que nos contaban de pequeños no tienen alas si no una hoz, una azada, un rastrillo y el profundo anhelo de hacer el bien sin saberlo. Son los "locos" imprescindibles.
y qué difícl pensar que esa fuente no estuvo ahí siempre.
Gracias por las historias cotidianas....deliciosas
No solo es cuestión de kilómetros, ino de curiosidad,,,
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