martes, 8 de abril de 2008

Llorones

En la Patagonia, dos hombres compiten por ver quién es más rápido cortando un tronco en vertical. Son participantes de un concurso televisivo de supervivencia y el perdedor tendrá que marcharse a casa. Uno de ellos, un cincuentón fibroso y hábil, toma ventaja rápidamente. Su rival es joven y parece mucho más fuerte, pero usa muy mal el hacha y avanza muy despacio. Cuando el cincuentón está terminando su trabajo, baja el ritmo y se dedica a animar a su rival, torpe y humillado, y le jalea con angustia, con mucho aspaviento, como si estuviera animando a un hijo que nada a punto de ahogarse. Después de un buen rato, el joven consigue cortar casi todo el tronco y entonces el cincuentón remata su tarea con una pequeña ventaja.

Se baja cada uno de su tronco. El joven perdedor está cabizbajo. El cincuentón ganador corre hacia él, le da un abrazo enorme, le da palmadas en los hombros, le dice que es un campeón, que se ha esforzado como un valiente y que él le quiere muchísimo, empieza a gimotear "lo siento, lo siento", y el perdedor acaba consolando al ganador, "no pasa nada, no pasa nada". La cámara se acerca al ganador, le preguntan qué tal ha ido la competición y el hombre rompe en sollozos. Mira al perdedor, se golpea el corazón con el puño para repetirle cuánto le quiere, empieza a explicar cómo ha ido la cosa entre temblores, tartamudeos y lagrimillas.

Pones la tele y los ganadores de los concursos lloran, los perdedores se abrazan como si un terremoto acabara de tragarse su casa con todos los familiares dentro, los entrenadores destituidos echan a temblar, se tapan la cara y lloriquean ante los micrófonos. Los seleccionados en un cásting saltan, chillan, lloran, proclaman sus intensísimos amores. Los goleadores corren hacia las cámaras y exhiben los lemas pintarrajeados en sus camisetas interiores o en sus espinilleras, bailan junto al banderín de córner, hacen gestos al público o a la directiva, se arrodillan y miran al cielo, se señalan su propio nombre grabado en la camiseta.

La 2 está emitiendo los sábados una serie sobre los grandes momentos de la historia de los Juegos Olímpicos. La he visto dos o tres veces y hay algo que me ha llamado la atención en las grandes finales de hace décadas: las celebraciones escuetas de los ganadores, ya sean atletas, gimnastas o jugadores de ping pong. El velocista cruza la meta en primer lugar, un instante explosivo que supone la cumbre de toda una vida, y apenas esboza una sonrisa leve, un saludo rápido con la mano, y enseguida se retira trotando, escondiéndose un poco, como si le diera apuro exhibir su gran victoria. No hay emociones disparadas, gestos sobreactuados, sentimentalismos empalagosos. Se percibe una alegría inmensa, pero contenida para no caer en el exhibicionismo.

En las fotos, los atletas etíopes Mammo Wolde y Abebe Bikila en el momento en que se proclamaron campeones olímpicos.


9 comentarios:

Marc Roig Tió dijo...

Abebe Bikila, cuando ganó en los Juegos Olímpicos de Roma (la foto es de los de Tokio), se puso a hacer estiramientos.

Ander Izagirre dijo...

Marc, ya sabía yo que ibas a aparecer rápido por aquí, je...

¿Cómo es el asunto? ¿Bikila corrió descalzo en Roma y calzado en Tokio?

Va una historieta que te gustará. Durante años existió una curiosa tradición en el Cross Internacional de Lasarte. Por la tarde el ganador del cross se iba al bar Irutxulo, en la Parte Vieja donostiarra, y durante un rato atendía la barra y servía vinos a las cuadrillas de txikiteros. El bar lo regentaba Patxi Alkorta, tío de mi madre, amigo íntimo de Zatopek, compadre de Urtáin, inventor de la txapela como trofeo, promotor de la txapela en Moscú y en las Olimpiadas de México, inventor de la idea de lanzar cohetes en Atotxa según los goles de la Real o del contrario, apostador capaz de atar un burro a una cometa y tratar de volarlo desde la playa de La Concha hasta la isla de Santa Clara -absoluto fracaso-, personaje que merece un libro. Contaba Patxi Alkorta que un año Mammo Wolde ganó el cross de Lasarte, se lo llevaron al bar, le ofrecieron un banquete y el desconcertado etíope empezó a comerse las almejas con concha y todo.

Ander Izagirre dijo...

Acabo de leer que el ganador de los 100 metros lisos en los Juegos Asiáticos de 1998 era un japonés llamado... Koji Ito.

Marc Roig Tió dijo...

Menuda historia la del tío de tu madre. Yo de Lasarte tengo un "gran" recuerdo. Era la primera vez que corría fuera de Catalunya; al bajar a desayunar la mañana del cross, el hotel había preparado un buffet de los de película y yo, con mis 15 años, alegué que tenía que crecer. El flato que me cogió durante la carrera es el mayor que he tenido nunca, jeje.

Y hablando de nombres graciosos, durante años hubo una etíope asidua a los croses españoles, quizá incluso corrió en Lasarte. Su nombre: Teyeba Erkeso.

eresfea dijo...

Montonera de héroes.

Anónimo dijo...

Mi novia está enganchada a un reality (cuyo nombre no voy a mentar) en el que los concursantes, jóvenes, coquetos y de ambos sexos, tienen una tendencia al llanto tan recurrente como irritante. Veo que se estilan las lágrimas de cocodrilo últimamente...

Por cierto, estoy enganchado a tu blog desde hace algo más de un año. Te encontré buscando rutas en Vespa por España y ahora estoy en plena lectura de "Los sótanos del mundo". Y la estoy disfrutando mucho, sí señor.

Ander Izagirre dijo...

Bienvenido, Xavier, pásate cuando quieras. Me alegro mucho de que disfrutes del libro. ¿Sueles viajar en vespa? Mi mail está por ahí, por si quieres contarme alguna escapada.

En el caso de esos concursantes jóvenes -me refiero a los que cantan y bailan o al menos hacen algo- sí que hay casos de gente que se emociona de verdad, porque se está jugando una carrera profesional, y no puede contener unas lágrimas. Eso me parece normal. A partir de ahí, los lloros de cocodrilos, los desgarros emotivos, los sentimientos sobreactuados dan mucho repelús. Flota la consigna de que en la tele hay que llorar. Y hay gente que se esfuerza todo lo que puede por gimotear.

Llorar puntúa. El otro día, el presentador de ese programa de jóvenes cantarines le dijo a uno de los preseleccionados: "Me dicen que no lloras casi nunca". En tono de reproche. Y el otro tuvo que explicar que sí, que con los nervios de las pruebas ha acabado llorando más veces de lo que parece. ¡Se tuvo que excusar por no echar la lagrimilla en público!

J. dijo...

Las emociones se han devaluado. Uno ya no sabe qué es lo toca en cada momento. Por eso tanta sobreactuación.

Espectacular, Ander.

Rafa dijo...

A Bikila lo llamaron para ir a Roma a última hora y Adidas no tenía zapatillas de su talla.

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