"La tienda de campaña es un invento prodigioso que te permite calentar las cuatro paredes de tu refugio utilizando el propio cuerpo, que es bastante barato (...). Trata de calentar tu refugio (sea una chabola de papel embreado, un piso o un castillo a la orilla del Loira) únicamente con tu propia exuberancia. Y trata de doblar esa chabola de papel, el piso o el castillo del Loira y echártelo a la espalda (...). ¿Qué es una casa, de todos modos? Sólo un lugar en el que no tienes que tomar los alimentos con un palo".
Lawrence Millman, En los confines del mundo. Por el Atlántico Norte, siguiendo la ruta de los vikingos.
4 comentarios:
Púes mi propio cuerpo y el de Josean eran tan baratos, que una noche de setiembre, al borde del mulacén, no pudimos calentar una triste tienda de campaña. Placas de hielo caían de la doble capa de la maldita.
Per en otras ocasiones (u otras fechas), el refugio se calienta tanto que no se puede dormir.
La experiencia es un grado, Imanol, tendrías que ver mi tienda cuatro estaciones. Je, je... A cinco bajo cero en el exterior, no estaba congelado el interior.
Reconozco que esto de las tiendas es una pequeña obsesión personal. Tengo dos: la de cuatro estaciones (3,5 kg), y otra ligera (1,5 kg) de una varilla que uso en verano, pero ya pienso en una de esas individuales con pinta de gusano y funciones de vivac (¡menos de un kg!).
Pues sí, reconozcámoslo. A pesar de lo que diga Millman, las tiendas, al menos las cutrecillas, son incómodas. Qué calor en verano y qué frío en invierno, qué humedades goteantes -¡la propia exuberancia!-, qué aleteos con los vientos... Pero qué bien se duerme esos días de tienda de campaña, a pesar de los fríos o los calores, mucho mejor que en una cama cómoda en días de trabajo y rutina.
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