Repito a menudo esta historia. El mismo día en que mi jefe me pilló haciendo fotocopias de mapas de Alaska y del Yukón, recibí una llamada que me proponía apuntarme a un viaje de nueve meses por las depresiones más profundas de cada continente. Era Josu Iztueta, un viajero tolosarra al que no conocía en persona pero sí, y mucho, de oídas. Me dio explicaciones durante diez minutos, me dijo que lo pensara y le respondí que no hacía falta. Antes de colgar ya le dije que me iba con ellos. Yo tenía entonces 23 años. Nunca he tomado una decisión tan radical en tan poco tiempo, ni creo que sea capaz de volver a hacerlo: sin ninguna transición, sin ningún razonamiento, sin ninguna duda.
Aquel viaje por los sótanos del mundo fue probablemente la época de aprendizaje más valiosa de mi vida. Porque recorrí el planeta de una punta a otra y conocí historias muy especiales, pero sobre todo porque hice un máster de periodismo, viaje y vida de la mano de Josu. Él no es periodista -sí que escribe de vez en cuando- pero reúne las mejores virtudes de un reportero: una curiosidad inagotable por el mundo, una capacidad de admiración constante, una tendencia permanente a ponerse en el pellejo de los otros. Allá donde va, compra todos los libros y las revistas que se le pongan a tiro para comprender mejor los lugares que pisa, toca puertas, pregunta a la gente, se interesa por sus vidas. A mí me bastaba con pegarme a sus talones para encontrar unas historias estupendas, con las que luego escribía crónicas semanales en la revista Zabalik.
Me acuerdo de un ejemplo entre docenas. Después de casi dos meses de viaje por Australia, llegamos a la costa tropical y decidimos dividir el grupo durante tres días. Algunos los pasaron recorriendo las playas y buceando en los arrecifes de coral. Otros seguimos el plan de Josu: un día de playa y buceo, claro, y los otros dos para buscar el rastro de las familias vascas que habían emigrado a esta zona para trabajar en los campos de caña de azúcar. Buscamos apellidos vascos en las lápidas de los cementerios y en los listines telefónicos, visitamos el Museo del Azúcar, supimos que existía un pueblo con frontón y allá nos fuimos, preguntamos en los bares y acabamos encontrando una familia vizcaína que llevaba cuarenta años en el trópico australiano. Fue un encuentro emocionante para ellos y para nosotros. Nos invitaron a cenar en su casa y nos contaron mil historias apasionantes de la emigración, divertidas algunas y trágicas otras.
Con Josu aprendí que los viajes y el periodismo son dos actividades que, bien hechas, comparten algo esencial: sirven para acercarse a los demás.
El pasado 20 de diciembre Josu cumplió 50 años. Lo celebramos con una fiesta medio sorpresa, en la que nos juntamos unos cincuenta o sesenta amigos, y le regalamos un blog que pronto se convertirá en la web oficial de la Nairobitarra, aquel autobús que en 1981 viajó desde Tolosa hasta Nairobi y que fue el principio de muchas aventuras. Ese blog recoge muchos textos sobre los viajes del autobús y sobre las expediciones de Josu por medio mundo, y también una galería de fotos de la historia de la Nairobitarra.
Hace unos años escribí un perfil de Josu. Empieza así:
"Josu Iztueta ha rastrillado el mundo durante un millón de kilómetros. En 1982 compró con su amigo Ángel un camión de mudanzas desvencijado, reclutó a veinte entusiastas y cruzó con ellos las arenas del Sáhara; las manos se le quedaron pegadas a ese volante durante veinticinco años más, en los que Ángel y él condujeron a 1.500 personas por Europa, África y las dos Américas. Entre viaje y viaje, se calzó los esquís y atravesó Groenlandia. Pedaleó por Laponia y California. Remó en piragua por el Nilo, el Báltico y el Mediterráneo. Palpó la muerte en el cauce helado del río Yukon. Pero las aventuras son un celofán engañoso. Josu guarda motivos más íntimos para viajar, para arriesgarse y sufrir: su curiosidad inagotable por el mundo, la capacidad de admiración constante, la reacción instintiva de ponerse en el pellejo del otro. ¿Por qué viaja Josu? La respuesta es sencilla pero tan potente como para sostener toda una vida. Se adivina entre sus argumentos para organizar una expedición a los puntos más bajos de cada continente y no a las cumbres: “En los ochomiles no vive nadie; en las depresiones encontraremos mineros, nómadas, pescadores, pastores”. Ahí late su definición del viaje: viajar es acercarse a los demás".
El perfil completo puede leerse aquí.
(Las fotos: Josu con 31 años, al terminar la travesía de Groenlandia sobre esquís, y Josu ahora).
8 comentarios:
Esas personas son las imprescindibles.
Me falta un dato, Ander: ¿Por qué te llamó?
Yo también me lo preguntó, Lucía. ¿Cómo se encadenaron aquellos dos hechos, el Yukón, la llamada del tolosarra y los genéros periodísiticos? Zorionak a los dos, a Josu y a tí. La verdad que es de felicitar que algo así te cambiase la vida. ¿Qué nota sacaste en ese máster en periodismo? jeje.
La vida como un hermoso billete de tren. Para enmarcar:
"Como no sé cuándo vendrá el revisor a decirme que me baje, intento aprovechar el trayecto. Por eso trato de conocer el mundo, de disfrutar con la gente y transmitir las experiencias que para mí merecen la pena".
Alvarhillo: una de las principales virtudes de estas personas es que tienen la capacidad de poner en danza a unas cuantas docenas más. Sin su chispa de arranque, algunos no habríamos hecho algunas de las mejores cosas que hemos hecho en la vida.
Así enlazo con la pregunta de Lucía y Caravinagre: cómo me puso en danza a mí. Un par de años antes Josu ideó otra expedición en grupo que se llamó "Hiru pauso, hiru norabide", un viaje triple por Escandinavia (con esquís, con piraguas y con bicis). En aquel grupo estaba Ramón Olasagasti, periodista de Egunkaria (quien, por cierto, acaba de publicar un libro precioso con biografías de montañeros muertos en la montaña: "Mendiminez"). Ramón no podía participar en la expedición Pangea, la del viaje por los sótanos del mundo, y Josu buscaba a alguien que pudiera escribir crónicas en euskera y castellano. Para entonces yo había publicado algún reportajillo viajero en Egunkaria y Ramón le sugirió mi nombre a Josu.
Repaso hacia atrás la cadena de
agradecimientos y llego bastante lejos: Josu me conoció por Ramón, Ramón me conoció por los artículos que empecé a publicar en Egunkaria gracias a su director Martxelo Otamendi, Martxelo me llamó por recomendación de Gorka Arrese (de la editorial Susa) para que escribiera unas columnitas sobre la Vuelta a España de 1995, Arrese me conocía porque participé en una banda literaria que impulsó sobre todo Harkaitz Cano (¡ya voy por 1993!), a Harkaitz lo conocí en la ikastola, porque ambos ganamos un concursillo literario escolar que organizaba el Ayuntamiento de Donosti y gracias al cual viajamos juntos varias veces... Y me veo de chaval escribiendo aquella novelita que ganó el premio, una historia que imitaba la serie de novelas juveniles que escribió Andu Lertxundi con una detective muy divertida (Madame Kontxesi). Me acuerdo de esa novelita adolescente ("Golf zelaietako misterioa", je, je...) en la que mi protagonista era un detective por error, gordo, torpe, gandul y descarado, ¡un protoignatius reilly! Así empezó toda esta cadena, uf, ¡y no me acuerdo del nombre del detective!
Jajaja. ¡¡¡Pardiez, menuda cadena de gentes, agradecimientos y conocidos!!! Y todo por un personaje de ficción, un detective tunante que emergiste de tu imaginación y has olvidado su nombre. Interesante, interesante.
Que sepas que te hemos agotado el libro "Los sótanos del mundo" en Bilintx-Elkar, los dos últimos ejemplares nos los traen reservados del almacén. Espero ansioso la dedicatoria.
Felices Fiestas y año 2008
Gracias, Imanol, cuando quieras nos vemos un momento y te pongo mi huella dactilar en los libros. Estos días andaré por Donosti, salvo alguna escapada por la costa y alguna otra a Pamplona.
Gracias Ander, por el espacio que has dado en tu blog a Josu Iztueta, querido amigo.
Después de un par de años sin verle, permanecen los gratos recuerdos que viví junto a él, a Angel, el grupo Sustraien Ahotsa, y por supuesto la Nairobitarra, en su viaje por Chile. He visto también unas fotos, en particular una en la casa de Colbún, cuando no podían entrar el bus porque era muy alto. Momento muy particular porque fue casi al final de la historia de la Nairobitarra.
Un saludo con todo mi afecto,
Gina Pizarro
Santiago de Chile
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