Hacia 1520, unos cuantos pescadores de los pueblos cercanos se instalaron junto a una cala rocosa, al abrigo del cabo Ogoño. Aquella gente prefería un lugar seguro para amarrar los barcos antes que un terreno adecuado para construir las casas. Y así levantaron Elantxobe, apiñando construcciones precarias en una ladera que se venía abajo cada dos por tres. A pesar de los deslizamientos de tierra, el pueblo lleva casi cinco siglos aferrado a la montaña.
Hoy he caminado desde Elantxobe hasta Gernika. En el punto de partida me he encontrado con una metáfora para el 31 de diciembre, este día en el que alcanzamos a la última estación del año y giramos hacia el año siguiente. La escena está grabada en el punto donde muere la carretera que llega a Elantxobe, un pueblo con calles tan estrechas y empinadas que no hay espacio para maniobras. Por eso tuvieron que inventar una plaza giratoria:
2 comentarios:
Es un caso palpable de adaptación evolutiva al medio.
¡Si la rotonda no viene a tí, hazte tú la rotonda!
M´aencantaó.
Es hermoso Elantxobe. Gozada de paseo (y envidia). Feliz año, Ander
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