La lista de mis blogs de cabecera (la tenéis en la columna de la derecha) no obedece a ningún orden. Dos excepciones: el primero y el último están puestos ahí por algo.
El primero es el maestro Eresfea, maestro mío y de mucha otra gente, como puede apreciarse en los comentarios de sus lectores (y admiradores) habituales. Eresfea, conocido como Josean en la vida real, es un tipo que sabe dónde va. Da lo mismo que escriba sobre literatura rusa, excursiones montañeras, recolección de setas, diálogos uruguayos o escenas de infancia que le apartaron del comunismo gracias a un merengue, todo lo que escribe avanza siempre por un camino muy claro. O por una trocha, palabra que le gusta mucho. Una vez, hace ya varios años, me habló de la diferencia entre los escritores que son guías y los que son exploradores. Con el paso del tiempo lo voy entendiendo poco a poco. Poco a poco.
Eresfea siempre sabe dónde va y mantiene su fe infantil en los mapas. Pero el otro día esa fe le costó un par de horas de sofocón por una senda que existía en el mapa pero no en la realidad, un pequeño detalle que resulta algo molesto. Lo contó aquí.
Yo también sentí esa atracción infantil por los mapas, un fenómeno bastante misterioso. Hace pocos días escribí algo sobre eso, en los párrafos iniciales del capítulo que dedicaré a las Alpujarras en el libro Vespaña. El libro avanza lento y con muchas muchísimas interrupciones, pero aquí van tres parrafitos. Podéis lanzar críticas y sugerencias, así lo vamos puliendo y probamos eso de la escritura interactiva. Va:
"Hay itinerarios que se pueden recitar como conjuros: ¡Órgiva, Carataunas, Soportújar, Pampaneira, Bubión, Capileira, Pitres, Pórtugos, Busquístar, Trevélez, Juviles, Bérchules, Mecina-Bombarón, Yegen, Válor, Mecina-Alfahar, Ugíjar!
Nunca había estado en Las Alpujarras pero conozco sus pueblos desde que cumplí los 13años. Al menos los nombres. Me regalaron un libro de rutas cicloturistas por España que incluía un taco de hojas sueltas, recogidas en varios pliegues, en las que se dibujaba el perfil altimétrico de los recorridos. Solía desplegarlos sobre la alfombra del salón y me tumbaba boca abajo para leerlos, para seguir con el dedo las líneas rojas que subían a los puertos y bajaban a los valles. El itinerario de Las Alpujarras se convirtió en mi favorito. Por sus nombres. Leía sílaba a sílaba aquellas palabras tan raras, como quien trata de descifrar un código, y así memoricé Carataunas y Pampaneira y Mecina-Bombarón y algunos otros. Entonces para mí no eran más que puñaditos de casas alrededor de un campanario: el icono que aparecía en aquellos perfiles cicloturistas para representar los pueblos.
Algunos topónimos poseen una extraña capacidad de atracción, quizá porque sus letras y sus sílabas se agrupan de una manera tan exótica que revelan la presencia de otras gentes, otros paisajes y otras historias. Para un guipuzcoano de 13 años, nombres como Carataunas o Pampaneira o Mecina-Bombarón resonaban como un tam-tam. La toponimia es el primer indicio, la primera sospecha de que el mundo ha cuajado de una manera bastante diferente por ahí fuera. Y a esas edades es capaz de encender un impulso difícil de nombrar, una curiosidad por la geografía, una inquietud por buscarle las esquinas al mundo. Yo quería viajar a Pampaneira".
El primero es el maestro Eresfea, maestro mío y de mucha otra gente, como puede apreciarse en los comentarios de sus lectores (y admiradores) habituales. Eresfea, conocido como Josean en la vida real, es un tipo que sabe dónde va. Da lo mismo que escriba sobre literatura rusa, excursiones montañeras, recolección de setas, diálogos uruguayos o escenas de infancia que le apartaron del comunismo gracias a un merengue, todo lo que escribe avanza siempre por un camino muy claro. O por una trocha, palabra que le gusta mucho. Una vez, hace ya varios años, me habló de la diferencia entre los escritores que son guías y los que son exploradores. Con el paso del tiempo lo voy entendiendo poco a poco. Poco a poco.
Eresfea siempre sabe dónde va y mantiene su fe infantil en los mapas. Pero el otro día esa fe le costó un par de horas de sofocón por una senda que existía en el mapa pero no en la realidad, un pequeño detalle que resulta algo molesto. Lo contó aquí.
Yo también sentí esa atracción infantil por los mapas, un fenómeno bastante misterioso. Hace pocos días escribí algo sobre eso, en los párrafos iniciales del capítulo que dedicaré a las Alpujarras en el libro Vespaña. El libro avanza lento y con muchas muchísimas interrupciones, pero aquí van tres parrafitos. Podéis lanzar críticas y sugerencias, así lo vamos puliendo y probamos eso de la escritura interactiva. Va:
"Hay itinerarios que se pueden recitar como conjuros: ¡Órgiva, Carataunas, Soportújar, Pampaneira, Bubión, Capileira, Pitres, Pórtugos, Busquístar, Trevélez, Juviles, Bérchules, Mecina-Bombarón, Yegen, Válor, Mecina-Alfahar, Ugíjar!
Nunca había estado en Las Alpujarras pero conozco sus pueblos desde que cumplí los 13años. Al menos los nombres. Me regalaron un libro de rutas cicloturistas por España que incluía un taco de hojas sueltas, recogidas en varios pliegues, en las que se dibujaba el perfil altimétrico de los recorridos. Solía desplegarlos sobre la alfombra del salón y me tumbaba boca abajo para leerlos, para seguir con el dedo las líneas rojas que subían a los puertos y bajaban a los valles. El itinerario de Las Alpujarras se convirtió en mi favorito. Por sus nombres. Leía sílaba a sílaba aquellas palabras tan raras, como quien trata de descifrar un código, y así memoricé Carataunas y Pampaneira y Mecina-Bombarón y algunos otros. Entonces para mí no eran más que puñaditos de casas alrededor de un campanario: el icono que aparecía en aquellos perfiles cicloturistas para representar los pueblos.
Algunos topónimos poseen una extraña capacidad de atracción, quizá porque sus letras y sus sílabas se agrupan de una manera tan exótica que revelan la presencia de otras gentes, otros paisajes y otras historias. Para un guipuzcoano de 13 años, nombres como Carataunas o Pampaneira o Mecina-Bombarón resonaban como un tam-tam. La toponimia es el primer indicio, la primera sospecha de que el mundo ha cuajado de una manera bastante diferente por ahí fuera. Y a esas edades es capaz de encender un impulso difícil de nombrar, una curiosidad por la geografía, una inquietud por buscarle las esquinas al mundo. Yo quería viajar a Pampaneira".
7 comentarios:
Espelunga unga unga...
De todo el listado de la Alpujarra, a mi se me quedaron gravados Trevélez (por el menú que nos metimos Josean y yo recién bajados de Sierra Nevada: sopa alpujarreña, conejo al ajillo y requesón con miel, a un precio simbólico), Campaneira, Capileira, Bubión y Lanjarón.
¡Pampaneira! qué migas alpujarreñas con huevos.
¡Trevélez! todo el pueblo olía a jamón, que te hacía buscar los bares para pedir una ración.
¡Las Alpujarras! que maravilla.
¡Jo!
Seguro que ya las habíais identificado, pero las fotos son de Berdún (Huesca) y de la playa de Deba (Guipúzcoa). Con la segunda me acuerdo de Hernández y Fernández en el jeep por el desierto, cuando encuentran la lata de gasolina que se le ha debido de caer a algún despistado.
Yo sólo creo en los mapas mudos.
J., ¿crees en los mapas mudos que emplean la proyección de Mercator, ventajosos porque "cualquier línea recta que se trace sobre ellos marca un rumbo real", o la de Peters, que cree que la de Mercator "sobrevalora al hombre blanco y distorsiona la imagen del mundo para ventaja de los colonialistas"?
No hay ningún mapa inocente.
Vaya, Ander. Corrijo:
Yo sólo creo en los mudos.
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