lunes, 11 de febrero de 2008

Ficción y pereza (3ª parte)

¿Y si a veces se recurre a la ficción para disimular la pereza?

Lo pensé mientras escuchaba una mesa redonda en la que discutían tres escritores de viajes. Uno de ellos defendía la inclusión de diálogos, escenas y personajes inventados en el relato, con un argumento interesante: decía que al menos la ficción es sincera (la ficción confesa, digo yo), porque el lector sabe en todo momento que le cuentan verdades filtradas; los escritores que pretenden describir objetivamente la realidad, en cambio, quieren que nos traguemos como milimétricamente verdadero un relato que está desajustado por los enfoques, los prejuicios, las debilidades, las manías y las vanidades más o menos conscientes del autor. Según aquel hombre, un relato de viajes siempre será subjetivo y por tanto (¡alehop!) cualquier intento de relato objetivo no deja de ser un fraude. Él explicaba que quería contar una verdad sobre cierto país africano por el que había viajado, una verdad de la que había ido encontrando detalles por aquí y por allá, y que para expresarla tuvo que inventarse una historia con personajes de ficción. No había otro remedio, decía.

Me llamó la atención esa curiosa manera de trabajar: aquel hombre, muy buen observador, recorría el país africano capturando detalles. Pero de esos detalles no se desprendía nada que a él le convenciera, por sí mismos no apuntaban a ninguna verdad: necesitaba llevárselos y elaborar con ellos una verdad reconstruida en su taller (resulta llamativo que aquel hombre, que negaba la posibilidad de ser objetivo, se empeñara después en reconstruir no sé qué verdades). Supongo que muchos escritores de viaje, y me temo que yo mismo más de una vez, hemos recurrido a esas reconstrucciones posteriores –martillazos, cortes de serrucho, soldaduras- para que las escenas encajen y formen una historia con sentido coherente.

Pero este hombre lo contaba con una resignación complacida: es que no hay otro remedio, nuestras limitaciones nos impiden retratar las cosas con fidelidad y precisión.

A mí me parece que, en el fondo, detrás de esa resignación se esconde… la pereza.

***

En Archipiélago Gulag, Solzhenytsin explica una doctrina legal que se implantó en la Unión Soviética: la doctrina Vyshinski. Según Vyshinski, el hombre nunca tiene la posibilidad de establecer la verdad absoluta, sino sólo la relativa. Por consiguiente, tampoco la verdad que establecen la instrucción del sumario y el juicio puede ser absoluta sino sólo relativa. Al firmar una sentencia de muerte nunca podremos estar absolutamente seguros de que ajusticien a un culpable, sino sólo con cierto grado de aproximación, bajo determinados supuestos, en cierto sentido.

Así, el juez soviético no debía establecer la verdad absoluta, sino la probabilidad de los hechos. Era posible dictaminar la culpabilidad incluso sin demostrar la intención de cometer daño, así como condenar a un ciudadano por un delito cometido por otros, aunque él mismo no hubiera tomado parte e incluso si no tenía conocimiento de los hechos.

Conclusión: era una inútil pérdida de tiempo buscar pruebas absolutas (las pruebas son todas relativas) o testigos indudables (podrían contradecirse). Las pruebas de culpabilidad son relativas, aproximadas, y el juez de instrucción puede dar con ellas incluso sin conocimiento de los hechos y sin testigos, sin necesidad de abandonar su despacho, “basándose en su inteligencia, en su intuición de comunista, en su firmeza moral y en su carácter”.

En estos procesos legales en los que todo era relativo, Vyshisnki sólo se quedó corto en una cosa: dejó que la bala continuara siendo absoluta…

***

El juez ya no necesitaba molestarse buscando pruebas. Detrás de muchas grandes injusticias sólo hay eso: una enorme, una monstruosa pereza.

Y de las pequeñas perezas nacen pequeñas injusticias: si vamos a escribir y nos faltan elementos para completar una narración, por lo menos deberíamos tomarnos la molestia de salir del despacho.

11 comentarios:

momodice dijo...

Me está gustando mucho esta serie sobre la verdad, o las verdades.
También puede encontrarse un punto importante de soberbia en quienes creen que la realidad es imperfecta y que con solo un toque de su pluma y su imaginación pueden hacerla más comprensible. Detrás subyace el profundo convencimiento de que el lector es superficial y solamente reacciona ante las cosas que se le ofrecen ya muy digeridas.
En cuanto a esa doctrina legal... Qué miedo.

Ander Izagirre dijo...

Incluso sin soberbia, Lucía: tenemos siempre esa ilusión de sentido, queremos pensar que nuestra vida sigue un hilo de sentido coherente, nos gusta que la vida encaje en una estructura narrativa... Nos gustan las historias redondas.

Decía Chejov -lo traeré por aquí mañana- que las historias de la vida no tienen trama ni final...

momodice dijo...

Pese a lo que dice Chejov, a mí me gusta que haya orden en el universo, me siento más segura.

Unknown dijo...

Bestial. Me interesan muchísmo esa relación entre los pedazos de verdad y las verdades hechas con esos pedazos. Me encanta la imagen de la doctrina Vyshinski. Y me encanta darle vueltas al revólver de Chejov.

mòmo dijo...

Muy buenas tus reflexiones, Ander.

Nahum dijo...

Umm. Creo que te voy a dar a leer mi tesis, jeje, cuyo título (casi más largo que el contenido mismo) empezaba así: "Realidad y representación en...".

Tema apasionante y casi inabarcable.

Me quedo con la sugerencia: el relativismo contemporáneo --ese pensamiento débil-- es, al final, una cuestión de pereza. No es miedo. Es pura desgana.

Y siento mi ausencia, amigos: entre un enero loco con un libro bilingüe (cosas de universidad, ya sabéis) y un nuevo ligamento en la rodilla, tengo dos meses de retraso en tu blog. ¡¡Qué gusto será poder leerte de una tacada!!

eresfea dijo...

Imaginad que tenéis un dolor de muelas insoportable y alguien os dice:
-Claro, eso es muy relativo, porque el dolor...
O:
-Te convendría leer una tesis doctoral a propósito de la diferencia entre el dolor y el sufrimiento.

Para mí, la relatividad en la vida es un cuento alejado del tiempo y el lugar concreto. Una reflexión antes o después, fuera de...
Y como la literatura tiene ese salto de tiempo, de lugar (es mímesis, es símbolo, es... ahora no quiero entrar en eso) me parece muy saludable y necesaria tu reflexión, Ander. Que nadie con ínfulas de filósofo lector de las poesías de Sabina nos sorprenda. Pero también existe la opción de acertar con la Verdad. Que eso tampoco nos sorprenda. Si no, la escritura sería sólo un negocio o un camino a ninguna parte.

alvarhillo dijo...

Es cierto como dices que a veces la pereza la vestimos de ficción. Pero a menudo me pregunto que hay de verdad absoluta en aquello que en nuestra mente consta como real, sobre todo si han transcurrido los años. Si como dice Woody Allen, la comedia es tragedia más tiempo, en ocasiones la ficción no deja de ser realidad más tiempo. En el caso por ejemplo de un paisaje en el que uno pasa veinte años convencido de lo hermosas que eran las dos colinas que se veían a la izquierda de la carretera y al pasar de nuevo, veinte años despues, descubre que las colinas siguen siendo igual de hermosas pero resulta que eran tres y estaban a la derecha. La mente a veces es muy engañosa y aunque conscientemente no queramos, a veces nuestra convencida realidad deviene en ficción inconsciente.

Ander Izagirre dijo...

Creo que no hace falta aclararlo, pero por si acaso:

1. Claro que la ficción sirve para acertar con la verdad -habría que ser bastante garrulo para negarlo-.

2. Y claro que la no ficción también sirve: un juez o un periodista pueden componer un relato veraz de los hechos. A veces lo hacen mal (lo hacemos mal) por sus prejuicios, sus lagunas o su desgana. Y a esto quería yo llegar: muchas veces la diferencia entre hacerlo mal o hacerlo bien es el esfuerzo, el trabajo, levantarse del despacho. Vuelve Chéjov: un par de zapatos y un cuaderno de notas.

Anónimo dijo...

Me agrego a esta lección con retraso (ya ha salido en los kioskos 'anderianos' la 4ª entrega). Me pasma la soberbia de ese escritor que trabaja su propia realidad en el "taller", realidades que no le convencen... en fin. Todos cometemos errores, pero no nos vanagloriamos ni hacemos de ellos el método de trabajo preferente. Por que sí, parece que es pereza. Y pocas ganas de hacerlo bien, o autoconvencerse de que no se puede hacer mejor. Así que como el juez soviético: a lo más fácil (y cruel). (Por cierto, bien traída y buena metáfora)

No sé si esto lo debería comentar en la lección de Chéjov o en esta: Añado una puntilla y banderilla a esta indagación y lecciones del "método" (y quizás provoco una quinta lección)... ¿Cuál es la diferencia entre Roberto Alonso y Alberto Crespo? Y... ¿por qué?

Ander Izagirre dijo...

Caravinagre, qué fino eres (iba a añadir: ¡cabrón!). Nadie se había dado cuenta hasta ahora -o nadie me lo había dicho-. La diferencia entre esos dos nombres es una imprudencia mía. Patinazos de periodista, patinazos especialmente peligrosos porque los personajes de nuestros textos son... personas.

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