martes, 29 de enero de 2008

¿Y cómo sabes eso? (1ª parte)



Paco es un señor muy importante que siempre se está riendo. Entre sus innumerables virtudes destacan un par: es la persona que mejor sabe decir la palabra BOBO (la pronuncia así, con la boca llena de aire, en mayúsculas); y sabe dar puñetazos muy certeros en el deltoides (la parte superior externa del brazo), de ésos que parecen amistosos pero duelen de narices. Normalmente son simultáneos, el ¡bobo! y el puñetazo en el deltoides. Entre bobo y bobo, a veces también me llama txirrindulari (ciclista, una palabra que le gusta mucho porque le parece casi onomatopéyica). La primera vez que hablé con él, hace ya trece años y pico, me dijo que sólo se le ocurrían dos explicaciones sobre mí. Una de ellas era que yo estaba loco. Y se reía, el tío.

Paco es el mejor profesor que he tenido. Su lección principal era muy sencilla: para ser buen periodista primero hay que ser bueno a secas. Y además se lo creía. Y además logró que sus alumnos nos lo creyésemos. Con sus clases también conseguía que nos entraran unas ganas locas de ponernos a escribir. Nos seducía con reportajes excelentes, nos ayudaba a descubrir los trucos, nos empujaba a intentarlo por nuestra cuenta y nos enseñaba a pulir los textos hasta que el lector pudiera deslizarse por ellos como por una pista de patinaje. Hay profesores que enseñan muy bien a redactar y hay algunos, muy raros, que además de enseñar a redactar enseñan a escribir. Paco era riguroso con las faltas de ortografía, las redundancias o los jaleos sintácticos, pero centraba sus esfuerzos principales en meternos estas cinco claves en la cabeza: saber mirar, saber escuchar, saber pensar, saber expresarse y aprender qué es el hombre. Para hacer más o menos bien esas cinco cosas, es necesaria una virtud básica pero muy difícil: la humildad.



Paco me machaca el deltoides cada vez que me pongo a tiro porque me acusa de reventarle una asignatura. Y se ríe, el tío. Ocurrió en el último curso de la carrera, en una de las últimas clases de Periodismo literario. Llevaba cuatro meses explicándonos en qué consistía ese asunto del periodismo literario: en lugar de ceñirse a fórmulas rígidas, un periodista puede emplear las técnicas de la literatura para escribir textos más atractivos; su único límite es la realidad: no puede retocar una escena ni falsear un detalle para lograr una historia más redonda. Porque al periodista le corresponde escribir un relato veraz de los hechos. Y no puede traicionar ese pacto con el lector sin perder crédito.

Paco me hizo leer en clase un relato que yo había escrito sobre uno de los episodios más épicos de la historia del ciclismo: la victoria de Charly Gaul en el Monte Bondone, en el Giro de 1956. En aquella etapa, una tormenta de nieve repentina se abatió sobre los ciclistas y muchos quedaron desperdigados por la montaña, perdidos en la nieve, refugiados en chabolas o abrigados por los espectadores que salían a rescatarlos. De los cien ciclistas que marchaban en carrera casi setenta se retiraron, incluido el líder, con hipotermias y congelaciones. Los espectadores y los jueces que esperaban en la meta no tenían ninguna noticia de los corredores y organizaron una expedición con coches para ir a buscarlos, pero en medio de la nevada apareció un espectro que daba pedales y que cruzó la línea medio inconsciente y con una pierna helada. Era Gaul, un gran ciclista que aquel año había fracasado en el Giro (antes del Bondone estaba clasificado en el puesto 24) y que sin embargo demostró una inmensa capacidad agónica para resistir bajo la tormenta y alcanzar la cumbre mucho antes que el resto de los escasos supervivientes. A pesar de que lo envolvieron en mantas y lo masajearon a conciencia, Gaul se pasó una hora temblando, sin decir palabra, sin entender nada de lo que le decían, sin enterarse de que había ganado el Giro.

Para escribir este relato yo había leído unas cuantas crónicas de la época. La historia era fantástica pero había un problema: las crónicas resultaban demasiado escuetas. Por ejemplo: antes de que se desatara la tormenta, Gaul marchaba escapado y estuvo a punto de caer a un barranco por unos problemas con los frenos. Aquel susto merecía ser contado con lujo de detalles, de manera que describí el momento en que Gaul volaba cuesta abajo y descubría que le fallaban los frenos, sacaba un pie, trazaba la curva con una trayectoria apuradísima que se iba abriendo y abriendo hasta el mismo borde del abismo, las ruedas pisaban la gravilla de la cuneta y empezaban a derrapar, a Gaul se le escapaba un grito…

Cuando terminé de leer el relato en clase, la primera pregunta de un compañero fue -lógicamente- cómo conocía yo tantos detalles de aquella historia. Y respondí:

-Un poco de documentación… y un poco de periodismo literario.

Paco soltó una carcajada. No me golpeó el deltoides porque había cien testigos, pero se hizo el escandalizado y preguntó a mis compañeros si les parecía legítimo que yo me hubiera inventado escenas como esa. Los que levantaron la mano para hablar debían de ser tan tramposos como yo, porque defendieron mi texto con un argumento que se hizo muy popular: la recreación de algunos detalles no afectaba a la verdad esencial de la historia, sino que contribuía a transmitirla con más eficacia. Paco sacudía la cabeza y me miraba con intenciones homicidas.

-Me paso cuatro meses diciendo que se debe buscar la manera más atractiva de contar una historia pero sin falsear jamás ningún detalle, y en la última clase llegamos a la conclusión de que “periodismo literario” es… ¡mentir!

Con el tiempo aprendí que Paco tenía razón. La ficción sirve para contar verdades, por supuesto. Pero si un periodista tiende a retocar los detalles, por muy secundarios que sean, el lector nunca sabrá dónde empieza el maquillaje y pasará las páginas con recelo, intentando adivinar las trampas. En cuanto se tope con una historia sorprendente, desconfiará. Por eso conviene respetar a rajatabla el pacto con el lector.

En mis libros y reportajes viajeros yo planteo un trato: esto es un relato escrito por un periodista y no hay ni un gramo de ficción. Si algo no concuerda exactamente con la realidad, se debe a algún fallo de mi percepción, de mis entendederas o de mi capacidad de expresarme, pero no hay retoques intencionados para redondear ninguna historia. Esta declaración no es ninguna bandera, sólo responde a una cuestión práctica: es la única manera de que el lector me crea cuando le cuente que Charly Gaul perdió el Giro del año siguiente por pararse a mear. O que paseando con Paco junto a la Torre de Hércules nos encontramos con un alumno suyo llamado Gandalf.

24 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente historia la de Gaul, Ander. Además, me pilla en plena fiebre de ciclismo de los años 50, estoy leyendo una biografía de Coppi y ando detrás de una de Gaul que escribió Christian Laborde, L'ange qui aimait la pluie. ¿Has oído hablar de ella?
Llegué tarde para tener a Paco de profesor, pero tú también nos transmitiste el placer de la escritura.

María dijo...

Los profesores asi se agradecen. Estoy de acuedro en que para ser buen periodista, primero hay que ser buena persona. Sentido común.

Bueno lo que sacste del profe, muy bueno, merece la pena lo del deltoides, seguro!.

momodice dijo...

Hay quien no lo aprende nunca.

mòmo dijo...

Con tu permiso, Ander, la anécdota me viene de perlas. Gracias

aran dijo...

Paco es genial la verdad, lo corroboro, a mi me suspendio en primero por poner AMBIGUO con dieresis, vaya animal!!! hizo muy bien...

Por cierto, maestro, genial la mezcla de las dos historias, no se como lo haces.

Un beso, ARantxa

J. dijo...

Me ha gustado mucho. Muchísimo.

Xabi dijo...

Hasta en los blogs tenemos que esperar al próximo capítulo!

Has conseguido que lo espere con ganas sin tener un final tipo: ¿qué pasará?

Y bueno... emmmm... te creeré entonces lo que escribes ;-) (¿seguro que las fotos de la vespa no son un montaje tipo las de Armstrong, el otro, en la luna?)

Paco Sancho dijo...

Qé envidia, sana, le tengo. Ojalá solo me separara de él la terminación del apellido. Pero bueno, como diría un ciclista campeón algo posterior a los 50, "estamos ahí".
Por cierto, oh gran txirrindulari eta narrador, ¿es verdad o se queda en leyenda urbana eso de que Bahamontes, escapado, esperó al pelotón porque se acoxonó en una tormenta?

Allendegui dijo...

Muy bueno el relato. ¿Podrías contarnos alguna gesta ciclista en la que alguien se desgarrara el deltoides? O si no, una protagonizada por algún gregario Del Tongo.

Marc Roig Tió dijo...

Lección magistral, Ander. Y me la apunto para cumplirla. Nunca he ido a clase de periodismo y, por lo tanto, nadie me dio este consejo. Por lo tanto, también suelo añadir algún detalle a mis escritos para darle más arte. Pero se acabó: la verdad y nada más que la verdad.

Anónimo dijo...

Fíjate cómo son las cosas, Ander. Ahora, en las prácticas de esa misma asignatura, trato de animar a escribir a los alumnos con tus reportajes y perfiles. ¿Qué te parece? Y a los que se quedan embobados (no confundir con BOBOS) les digo lo que también nos enseñó Paco: se aprende a escribir por envidia.
Y no sabes la que me provoca tu blog.
Un abrazo. Bea

Ander Izagirre dijo...

Eric: he oído hablar de esa biografía de Gaul pero no la he leído. Y no leas tanto sobre ciclismo antiguo, que al final vas a descubrir todos los pufos de mi libro, hombre.

Xabi: si te fijas en las fotos de la vespa, las sombras no coinciden con la luz de la foto. Sospecha.

Pacosancho: Bahamontes se paró en la cumbre del col de la Romeyere, cuando iba primero, y se tomó un helado. Él siempre ha explicado que llevaba dos radios rotos y que prefirió esperar a la asistencia antes que bajar con una rueda descentrada, y que aprovechó el momento para refrescarse con el dichoso heladito. Lo que nunca he sabido es de dónde lo sacó. ¿Se lo dio un espectador, se lo pidió a algún vendedor?

Allendegui: recuerdo una errata antigua de Ciclismo a Fondo. Al pie de una foto en la que aparecía Chioccioli decía "el ciclista Del Tonto...". ¿A qué ciclistas recuerdas del equipo Del Tongo, sin mirar en Google? Yo a Lech Piasecki.

A los demás, gracias por vuestros comentarios. Este texto, ejem, es uno de los que estoy escribiendo para el libro Vespaña. Suena raro, pero es que cuando llegué a La Coruña con la vespa pasé un día con Paco. Y me llevó a su pueblo a comer jabalí (de carne tan tierna que parecía ablandado a base de puñetazos amistosos).

Anónimo dijo...

¡Todos los días se aprende algo!La definición de lo que es el "periodismo literario", donde están los "deltoides", la vocación de un profesor que ama lo que hace y la honrada brillantez de su alumno. El texto me ha atrapado. ¡yo también estoy deseosa de leer la segunda parte!

eresfea dijo...

Pídele a Paco un epílogo tras la segunda parte.
(Algo le provocarías si te golpeaba así... Seguro que no machaca el deltoides de cualquiera).

Allendegui dijo...

Ese jabalí que describes me recuerda a los que engulleron Astérix y Obélix en Lutecia. De lo Del Tongo, y sin hacer tongo mirando Google, no recuerdo si Giuseppe Saroni corrió con ellos. Es tongo lo que recuerdo.

Anónimo dijo...

Pues el Sancho también pronuncia muy bien "bobo". Doy fe. No sé cómo lo hará el Sánchez. No tuve el placer.

Me ha gustado mucho la lección y la historia (bien cosida, hilada y zurzida). Entrañable. Gandalf y una meadita... Me lo tendré que creer entonces.

Menudo gancho tienes, jodió. ;-)

P.D.: El jabalí me trae recuerdos...

Ander Izagirre dijo...

Muy buena idea la del epílogo, Eresfea.

Del Tongo: además de Giuseppe Saronni y Lech Piasecki (polaco bigotón, contrarrelojista fino, ganador habitual de aquella misteriosa Carrera de la Paz, una especie de Tour del Pacto de Varsovia), me he acordado de un tal Loro. Y luego sí, ya me he puesto a buscar y he descubierto que en el Del Tongo debutó nada menos que Cipollini.

Caravinagre: ¡como para que tú, coleccionista de afganos vendepollitos y senegaleses tocaxilofones, no me creas historias raras! :-)

alvarhillo dijo...

Me encantan las historias antiguas del Tour y me encantan los buenos profesores. Pero sobretodo me ha gustado como has acoplado las dos historias. He disfrutado leyendo.

Miguel Carvajal dijo...

Muchas gracias, Ander. Magnífica historia: perfecta muestra de que que enseñar sobre periodismo, aprender periodismo y escribir sobre la ensañanza del periodismo de forma periodística son la misma cosa.

Glup.

Vamos: que se aprende a escribir leyendo cosas como esta. Espero la segunda entrega.

Anónimo dijo...

Los que no tuvimos a Paco tuvimos a Anderiza. Si no de qué se nos ocurriría a algunos escaparnos a Perú y después a Bolivia.
Ánimo con el libro!
Imak

Ander Izagirre dijo...

¿Tan lejos tuvisteis que escaparos? Jo.

Anónimo dijo...

Jo, Ander: ¡¡es genial!!

mi-tacua-uy dijo...

Buenísimo.

Camila dijo...

Es importante saber distintas cuestiones y para ello en internet podemos encontrar todo lo necesario. Como estudio medicina trato de saber cosas del cuerpo humano aunque no es lo único que quiero aprender. Ahora estoy averiguando sobre la electronegatividad

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