sábado, 17 de mayo de 2008

Heimaey, un pueblo al borde del infierno

El 22 de enero de 1973, el marino Siggi debía zarpar de Reikiavik para navegar hasta la isla Heimaey, en el archipiélago volcánico de Vestmannaeyjar, cerca de la costa sur islandesa, su tierra natal. Siggi, que entonces tenía 38 anyos y ahora 73, nos dice que tuvo un presentimiento. Retrasó el viaje.

A las 2 de la madrugada del 23 de enero, en el este de la isla Heimaey la tierra crujió, se abrió una grieta de 1.500 metros de longitud y brotó una muralla de fuego de docenas de metros de altura. El nuevo volcán explotó muy cerca del pueblo de Heimaey, el único del archipiélago, y esa misma madrugada consiguieron evacuar a los 5.000 habitantes en barcos y helicópteros hasta la costa islandesa. Dentro de la desgracia tuvieron una suerte milagrosa: aquella noche no soplaba viento en Heimaey, la tierra más ventosa de toda Islandia, que ya es decir.

Siggi recibió la noticia en Reikiavik. Al día siguiente navegó hasta la isla para ayudar en el rescate de coches, muebles y toneladas de pescado, antes de que la lava los devorara. El tercer día empezó a soplar viento del este: sobre el pueblo cayeron bombas de lava y oleadas de cenizas ardientes. En las siguientes semanas la lava incandescente fluyó hacia el pueblo y sepultó casi cuatrocientas casas. Otras muchas se incendiaron o se derrumbaron por las toneladas de ceniza que se acumulaban sobre los tejados. Heimaey contaba con una de las mayores flotas pesqueras de Islandia y muchos barcos se hundieron por el peso de la ceniza. Una capa de cuatro metros cubrió el pueblo entero. Una brigada de bomberos y voluntarios apuntalaba las casas, retiraba la ceniza de los tejados y lanzaba agua de mar a las lenguas de lava con docenas de mangueras a presión, para frenar su avance y evitar que taponara la boca del puerto y destruyera sus instalaciones. La lava se paró 175 metros antes de alcanzar las montanyas que cierran el puerto en la orilla contraria. Desde entonces, el puerto de Heimaey cuenta con una bocana estrecha y un refugio mucho mejor.

La erupción continuó durante cuatro meses. La lava expulsada formó una montanya de 205 metros (el Eldfell) y amplió un tercio la superficie de la isla (una manera bastante bestia de recalificar terrenos, pero seguro que algún concejal mediterrráneo toma nota de la idea).

Con el pueblo destruido y la isla cubierta de cenizas, se planteó la posibilidad de abandonar la isla para siempre. Pero los vecinos se negaron. Trabajaron durante meses para limpiar, desescombrar y reconstruir. Sembraron las laderas negras con semillas y las fumigaron con fertilizantes. Acondicionaron la nueva entrada del puerto. Siggi recuerda esa época como una temporada feliz: un punyado de islenyos tercos arrimando el hombro para resucitar el pueblo contra la opinión mayoritaria y sensata. Durante la reconstrucción llegaron voluntarios de 19 países, celebraron festivales de música, montaron obras de teatro.

La nueva Heimaey es una pequenya ciudad pesquera, próspera, animada. Y sobre todo valiente y testaruda: las nuevas villas se levantan en el borde de una gigantesca escombrera negra que aún humea y los ninyos de la escuela cuecen pan con el calor de la lava bajo la que yacen las casas de sus padres y abuelos.

(Las fotos las sacamos ayer, cuando Josu y yo dimos la vuelta a la isla de Heimaey caminando en tres horitas y pico.

1): Imagen desde la cumbre del Eldfell, el volcán de 205 metros que brotó en la erupción de 1973. Se ven las coladas de lava que sepultaron casi todo el pueblo viejo y estuvieron a punto de taponar el puerto.



2)Escombrera de lava enfriada (o aún templada). Debajo están las casas sepultadas en 1973.



3) Colorines desde la cima del Eldfell.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ander! Tus crónico-aventuras de Groenlandia e Islandia me tienen con la boca abierta. ¡Es impresionante! Lo que tienes que estar disfrutando... Y aprendiendo. Soy una envidiosa, lo admito :)

Anónimo dijo...

¡Ay, demonio! Nunca pensé en las largas horas de catequesis infantil que muchos años más tarde habría deseado con tantas ganas estar en una isla al borde del infierno.

Qué pena que la reclusión groenlandesa no me permitiese visitar las Vestmannaeyjar. Pero quizás no hubieseis conocido a Siggi.

La vuelta se me ha hecho muy dura. A gusto estaría ahora dando la vuelta a islandia. Tengo una sensación extraña de "Viajerus interruptus", tengo la mente allí. Ha sido una experiencia extraordinaria e irrepetible, y también he aprendido mucho sobre cómo viajar y sobre buen periodismo. Todavía soy un aprendiz. Un abrazo enorme a Josu y a tí. Mila esker ta ongi ibili.

Ander Izagirre dijo...

Es cierto: menudo viajecito. Groenlandia, Islandia, qué países! Tengo agujetas en la mandíbula, de estar como un tonto con la boca abierta todo el día. Groenlandia, Islandia: aho bete izotz. Ayer, por ejemplo, visitamos Jökulsarlón (buscad en Google Imágenes, buscad).

Una recomendación: leed las fantásticas crónicas groenlandesas de Dani en su blog (kilikis.blogsome.com). Cöhonudas!

Ander Izagirre dijo...

Dani: anyos más tarde, ante el pelotón de fusilamiento, habrás de recordar el día en que te deslizaste sobre el mar helado...

Minerva dijo...

Es tan bueno que hasta parece una metáfora. Serviría de ejemplo para los países en situación económica decadente. Yo confío que Estados Unidos (a pesar de las críticas que esto pueda suscitar), es capaz de hacer lo mismo: poner hombro con hombro y salir adelante de la crisis, alentando ese carácter puritano -en el sentido de "obrero"- que alguna vez fluyó en sus venas.

tanco dijo...

Ander!!!!! Pero ya te has vuelto a escapar? oh, maravilla.
Antes de leerme, con fruición, por supuesto, todos los capítulos, vaya una pregunta: ¿en qué transporte has llegado a Groenlandia? A ver si me dejas atónita!
Jo, qué ritmo el tuyo... y qué mala es la envidia, ay.

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