sábado, 23 de febrero de 2008

Los caminos del mundo (1)


Después de una manía, toca una admiración: Los caminos del mundo, del suizo Nicolas Bouvier (el libro es de 1963, en castellano lo publicó Península en 2001). Se trata de uno de mis libros de viajes favoritos: un libro estupendo y un viaje estupendo. En 1953, dos suizos de veintipocos años se montan en un coche viejo y conducen hacia el Oriente, muy despacio, muy despacio, sin rumbos, metas ni plazos.

Nicolas es poeta, fotógrafo y escritor. Sale de Ginebra y viaja hacia los Balcanes para juntarse con su compañero Thierry, pintor, que anda por allí dando vueltas y pintando. Al llegar a Zagreb, Nicolas encuentra en la lista de correo una carta de Thierry. Es la carta de un pintor:

“Travnik, Bosnia, 4 de julio.

Esta mañana, un sol radiante, calor; he subido a las colinas a dibujar. Margaritas, espigas de trigo tiernas, sombras tranquilas. A la vuelta, me he cruzado con un campesino montado en un poni. Ha bajado de él, me ha liado un cigarrillo y hemos fumado en cuclillas al borde del camino. Con mis pocas palabras de serbio, he conseguido entender que llevaba panes a su casa, que se gastó mil dinares en ir a buscar a una muchacha con unos buenos brazos y unos buenos pechos, que tiene cinco hijos y tres vacas, y que hay que tener cuidado con los rayos, que el año pasado mataron a siete personas.

Luego, como era día de mercado, me he dirigido hacia allí: sacos hechos con la piel entera de una cabra, pequeñas hoces con las que te daban ganas de cortar hectáreas de centeno, pieles de zorro, paprika, silbatos, zapatos, queso, joyas de hierro blanco, tamices de junco verde a los que unos bigotudos daban el último remate y, reinando por encima de todo, la galería de tullidos con una sola pierna, un solo brazo, con tracoma, tembleques y muletas.

Esta noche he ido a tomar una copa bajo las acacias para escuchar a los cíngaros, que se superaban a sí mismos. En el camino de vuelta, he comprado una gran torta de almendras, rosada y aceitosa. ¡En fin, Oriente!”.

Sigue Nicolas:

“He examinado el mapa. Era una pequeña ciudad en un circo de montañas, en el corazón de Bosnia. Desde allí, Thierry tenía la intención de ir hasta Belgrado, donde la Asociación de Pintores Serbios le había invitado a exponer sus obras. Debía reunirme con él a finales de julio con el equipaje y el viejo Fiat que habíamos reparado, para continuar hacia Turquía, Irán, India, quizá más lejos… Disponíamos de dos años y de dinero para cuatro meses. El programa era impreciso, pero, tratándose de viajes, lo importante es irse.

La silenciosa contemplación de los atlas, tendidos boca abajo en la alfombra, entre los diez y los trece años, es lo que te hace sentir el deseo de dejarlo todo. Pensar en regiones como Banat, el Caspio, Cachemira, en las músicas que allí se escuchan, en las miradas que se cruzan, en las ideas que te esperan… Cuando el deseo resiste los primeros embates del sentido común, se buscan razones. Y se encuentran algunas, pero no se sostienen. La verdad es que no sabes cómo llamar a lo que te empuja. Hay algo que crece en tu interior y suelta las amarras hasta el día en que, sin estar demasiado seguro de ti mismo, finalmente te vas.

Un viaje no necesita motivos. No tarda en demostrar que se basta a sí mismo. Crees que vas a hacer un viaje, pero enseguida el viaje es el que te hace, o te deshace.

...En el dorso del sobre, también estaba escrito: "¡Mi acordeón, mi acordeón, mi acordeón!".

Un buen comienzo. También lo era para mí. Estaba en un café de las afueras de Zagreb, sin prisas, con un vino blanco con sifón ante mí. Miraba cómo caía la tarde, se vaciaba una fábrica, pasaba un entierro: pies descalzos, ropa negra y cruces de latón. Dos arrendajos se peleaban entre las ramas de un tilo. Cubierto de polvo, con una guindilla medio roída en la mano derecha, escuchaba en el fondo de mí mismo cómo el día se hundía alegremente como un acantilado. Me desperezaba, absorbiendo el aire a litros. Pensaba en las vidas proverbiales del gato y tenía la clara impresión de estar entrando en la segunda”.

A mí esta introducción me pone amarillo de envidia.

(La foto la he sacado de aquí).

6 comentarios:

eresfea dijo...

Magnífico.

Anónimo dijo...

Sí que da envidia. Mucha. Gracias por el enlace, Txirrindu.

J. dijo...

Entonces compartiremos envidia todos, Ander. Hasta que nos vayamos.

Y apunto para mi ésta tuya. Genial: Thierry, pintor, que anda por allí dando vueltas y pintando.

Ander Izagirre dijo...

J, sabía que te iban a interesar las andanzas del pintor. Deberías ver las ilustraciones del libro, te gustarían mucho (ya ves qué facilidad de descripción tengo).

J. dijo...

Es perfecta, Ander: es exáctamente lo que hace un pintor. Nadie nunca lo ha dicho mejor.

Anónimo dijo...

"Un viaje no necesita motivos".


Qué gran frase. Casualmente tengo ese libro en casa en lista de espera, pero este post va a ser el empujón definitivo.

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