lunes, 12 de noviembre de 2007

Todos los días pedía a gritos ir a ver la cabra muerta

No todo va a ser rencor por los millones ajenos: me alegro muchísimo de que Chris Stewart se esté forrando. Stewart es un inglés que se instaló con su familia en Las Alpujarras granadinas como quien aterriza en Marte, después contó esas andanzas en un libro llamado Entre limones -con un estilo que podríamos llamar "ternura cachonda"- y ya ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo (en España creo que lleva ocho ediciones).
Aquí va una de las historias de Entre limones (editorial Almuzara):

"Dado que Chlöe era, al fin y al cabo, una niña cortijera, el nacimiento y la muerte entraron a formar parte de su experiencia diaria. Antes de haber cumplido un año ya había visto nacer corderos, y no pareció importarle que repartiéramos el resto de los cachorros de Bonka o que despacháramos alguna que otra gallina u oveja.
Cuando se acercaba a los dos años, lo que más le gustaba hacer era ir a la cueva que había junto al río para ver la cabra muerta. Una cabra enferma procedente de uno de los rebaños que pastaban en la ribera había entrado en una cueva para morir en el lugar donde confluyen los ríos. Nos encontramos el cadáver, hinchado y destrozado por los animales salvajes, maloliente, y cubierto por un enjambre de moscas tan denso que parecía como si el animal hubiera cobrado vida de nuevo. Los ojos habían desaparecido hacía tiempo. La cabra miraba hacia los juncos por unas órbitas sanguinolentas.
"Tengo que ocultarle este espantoso espectáculo", pensé, intentando interponerme entre Chloë y la cueva.
-¿Qué es eso? -preguntó, señalando imperiosamente con el dedo hacia la cueva.
-¿Qué es qué?
-Eso de ahí.
-Oh, eso. No es más que una cabra muerta.
-Chloë ver cabra muerta -insistió, arrastrándome del brazo hacia la cueva.
Le encantó verla. No sentía la repulsión que los adultos sentimos por esas cosas. Todos los días pedía a gritos ir a ver la cabra muerta, mientras ésta iba descomponiéndose y desapareciendo, devorada por los zorros, los pájaros y los perros. Yo también llegué a esperar con impaciencia nuestras expediciones, para ver el avance del proceso mediante el cual el muy consistente ser de la cabra poco a poco volvía a convertirse en nada. Si hubiéramos vivido en la ciudad tal vez habríamos ido al parque todos los días. Las ventajas de la vida en el campo no siempre resultan obvias".
PD: Acaban de publicar El loro en el limonero, segunda parte de la historia. Promete.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Las ventajas de la vida -así, en general- no siempre resultan obvias...

iturri dijo...

Hay un dato pintoresco más en la vida de Stewart: participó en una de las primeras formaciones de Genesis (con Phil Collins). Debió de ser en los tiempos del instituto. Se lo oí contar a él en una entrevista que le hicieron hace algunos meses en la Ser.

Agur.

Ander Izagirre dijo...

Aupa, Iturri. Siempre mencionan ese dato (Stewart tocó la batería en los inicios de Génesis) pero su biografía está llena de episodios curiosos, como su trabajo circense o la época en la que se ganó la vida esquilando ovejas en Suecia. Qué tío más majo. A ver si lo traeis a la casa de cultura Ernest Lluch, para que dé una charla sobre el libro mientras toca la batería y esquila una oveja. Sería digno de ver.

Ander Izagirre dijo...

traéis

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