Hacía nueve años que los Estados Unidos eran independientes y el presidente Thomas Jefferson miró hacia el oeste, donde se extendía todo un continente en blanco. No tenía ni idea de lo que había en los siguientes cuatro mil kilómetros. En 1785 impulsó el Decreto del Suelo, un proyecto que pretendía organizar de una manera absolutamente racional la colonización de aquella inmensidad desconocida.
Copio los siguientes dos párrafos del libro Mala tierra. Viaje por los yermos de Montana, de Jonathan Raban:
“El Decreto del Suelo era un documento tan ambicioso que daba vértigo. Empezando en un punto arbitrario del río Ohio, donde su curso deja Pennsylvania rumbo al oeste, se desplegaba sobre la enorme extensión inexplorada y sin colonizar de Norteamérica una fantasmagórica cuadrícula de casillas numeradas. En las laderas de montañas aún por descubrir, en valles todavía bajo el dominio de “salvajes” desconocidos, unas ciudades cuadriculadas aguardaban la llegada de exploradores como Lewis y Clark y de los agrimensores. Según el esquema mental de Jefferson, las ciudades estaban allí, en el mundo desconocido, como entidades platónicas. Para darles presencia física, primero había que localizarlas y marcarlas. Incluso mientras te abrías paso a hachazos entre los matorrales, ya sabías el número del municipio, así como el de la sección de doscientas sesenta hectáreas donde estabas. Según el Decreto había que reservar una sección (la número 16, situada cerca del centro de cada municipio) para usos educacionales, y el gobierno de los Estados Unidos se reservaba otros cuatro. De manera que unas ciudades todavía sin trazar ya estaban dotadas con escuelas y colegios universitarios fantasmas, oficinas de correos fantasmas, palacios de justicia, cuarteles, oficinas de licencias y demás engranajes de una civilización regulada.
Se necesitaron casi ciento cuarenta años para cuadricular el Oeste como la hoja de un bloc y, a comienzos del siglo XX, los agrimensores todavía trabajaban en las praderas de Montana trazando líneas de secciones con la brújula de anteojo solar mejorada por Burt. La distancia se medía con cadenas, para lo cual utilizaban la cadena modelo de cien eslabones, de veinte metros de longitud. Mientras se tensaba la cadena, uno de los operarios clavaba en el suelo una estaca de acero con una banderita roja. Después de medir cinco cadenas, el hombre que iba delante gritaba: “¡Marca!” y los demás portadores de cadenas contestaban a coro: “¡Marca!”, luego retiraban las estacas y la cuadrilla se trasladaba al tramo siguiente. A las cuarenta cadenas, en un hoyo de cuatro metros y medio de profundidad se clavaba un poste de madera, de unos siete metros y medio de alto, con números arábicos grabados en una de las caras, con lo cual quedaba marcado el cuarto de sección”.
En las décadas siguientes, unos funcionarios llamados "localizadores" acompañaban a los colonos que habían comprado parcelas de tierra para ayudarles a buscar las estacas que delimitaban sus enormes propiedades. Eran las estacas que décadas antes habían colocado los agrimensores, siguiendo la cuadrícula trazada sobre una hoja en blanco por el Decreto del Suelo de Jefferson.
Copio los siguientes dos párrafos del libro Mala tierra. Viaje por los yermos de Montana, de Jonathan Raban:
“El Decreto del Suelo era un documento tan ambicioso que daba vértigo. Empezando en un punto arbitrario del río Ohio, donde su curso deja Pennsylvania rumbo al oeste, se desplegaba sobre la enorme extensión inexplorada y sin colonizar de Norteamérica una fantasmagórica cuadrícula de casillas numeradas. En las laderas de montañas aún por descubrir, en valles todavía bajo el dominio de “salvajes” desconocidos, unas ciudades cuadriculadas aguardaban la llegada de exploradores como Lewis y Clark y de los agrimensores. Según el esquema mental de Jefferson, las ciudades estaban allí, en el mundo desconocido, como entidades platónicas. Para darles presencia física, primero había que localizarlas y marcarlas. Incluso mientras te abrías paso a hachazos entre los matorrales, ya sabías el número del municipio, así como el de la sección de doscientas sesenta hectáreas donde estabas. Según el Decreto había que reservar una sección (la número 16, situada cerca del centro de cada municipio) para usos educacionales, y el gobierno de los Estados Unidos se reservaba otros cuatro. De manera que unas ciudades todavía sin trazar ya estaban dotadas con escuelas y colegios universitarios fantasmas, oficinas de correos fantasmas, palacios de justicia, cuarteles, oficinas de licencias y demás engranajes de una civilización regulada.
Se necesitaron casi ciento cuarenta años para cuadricular el Oeste como la hoja de un bloc y, a comienzos del siglo XX, los agrimensores todavía trabajaban en las praderas de Montana trazando líneas de secciones con la brújula de anteojo solar mejorada por Burt. La distancia se medía con cadenas, para lo cual utilizaban la cadena modelo de cien eslabones, de veinte metros de longitud. Mientras se tensaba la cadena, uno de los operarios clavaba en el suelo una estaca de acero con una banderita roja. Después de medir cinco cadenas, el hombre que iba delante gritaba: “¡Marca!” y los demás portadores de cadenas contestaban a coro: “¡Marca!”, luego retiraban las estacas y la cuadrilla se trasladaba al tramo siguiente. A las cuarenta cadenas, en un hoyo de cuatro metros y medio de profundidad se clavaba un poste de madera, de unos siete metros y medio de alto, con números arábicos grabados en una de las caras, con lo cual quedaba marcado el cuarto de sección”.
En las décadas siguientes, unos funcionarios llamados "localizadores" acompañaban a los colonos que habían comprado parcelas de tierra para ayudarles a buscar las estacas que delimitaban sus enormes propiedades. Eran las estacas que décadas antes habían colocado los agrimensores, siguiendo la cuadrícula trazada sobre una hoja en blanco por el Decreto del Suelo de Jefferson.
8 comentarios:
Ander, es una pasada lo que escribes y como lo escribes. Me diste prácticas de periodismo especializado...ahora que te leo a menudo me doy cuenta del lujazo!
Por cierto, del tema de hoy creo habla Noah Gordon en El Médico y me llamó la atención en su momento
m.obispo
Supongo que como todo sistema tendría sus virtudes y defectos, pero consiguió repartir la tierra para ser trabajada. No recuerdo bien el sistema, pero se vendían las parcelas casi regaladas mediando un compromiso de trabajo: si el comprador se mantenía en la parcela durante X años y la trabajaba, al cabo del tiempo estipulado era suya.
La colonización de la zona de Colorado la narra James A. Michener estupendamente en Centenial.
Mómo, el libro de Raban también habla del mismo sistema para adjudicar los terrenos.
Puestos a plantarme en un momento histórico, creo que el inicio de esta colonización sería mi favorito: una sociedad efervescente, con un territorio gigantesco por delante y todos los mapas en blanco.
Imagino a esos exploradores, agrimensores y cartógrafos, rellenando poco a poco las cuadrículas del mapa con montañas, valles y ríos. Tuvo que ser algo así como encontrarse todas las mañanas con un mundo recién hecho.
Quiero leer más cosas sobre esa época. ¿Sugerencias?
María: muchas gracias. No recuerdo qué nota te puse, pero llama a la secretaría de la Facultad y di de mi parte que te suban un punto.
Me ha encantado la entrada y la imagen de una América ignota pero cuadriculada de antemano. Me recuerda una historia que me contó mi padre.
Mi bisabuelo estuvo en 1913 trabajando como albañil en Casablanca. La ciudad moderna se estaba construyendo de golpe segun los planos de unos arquitectos franceses y sobre la desértica tierra de Marruecos se habían trazado las avenidas, las calles, las plazas y todas las manzanas con estacas, cuerdas y yeso y enormes cuadrillas de obreros iban levantando los edificios y adoquinando las calles.
Lo siento, Ander, a mí solo me vienen sugerencias fílmicas.
No sé si te servirán... Pero todo el género del western se levanta sobre la premisa de ordenar ese caos que es la tierra virgen, de poner en marcha una civilización, de imponer el imperio de la ley sobre la ley del más rápido.
Lo último: Deadwood. Una de las mejores series que he visto nunca. La cara amarga y más descarnada de la tierra prometida.
Gracias, Nahum, tomo nota: Deadwood (¿madero muerto?, ¿se cargan al cherif?). Pero claro, ¿dónde la puedo ver?
Lo cierto es que hay algo de místico en toda la construcción de los Estados Unidos. Construcción racional, iniciada sobre la nada y proyectada sobre esa nada de mapas en blanco y posibilidades ilimitadas... hay un libro que habla de otro tipo de construcción, en el mismo periodo, y que es una historia de viajes al amazonas, adulterios, guerras... el libro se llama "El club de los metafísicos" y cuenta cómo, tras la guerra de secesión, los norteamericanos tuvieron que cartografiar un nuevo territorio espiritual que permitiera la convivencia entre vencedores, vencidos y olvidados... tal vez no sea lo que busques, pero también resulta interesante...
Gracias, jm, tomo nota.
En Estados Unidos no disimulaban el toque místico, no: el "destino manifiesto". ¿No habrá escrito alguien alguna tesis sobre llamadas místicas, apariciones divinas y ese tipo de fenómenos que suelen aparecer en las colonizaciones, repoblaciones, reconquistas y
demás? El factor místico de las colonizaciones.
Hay muchos ejemplos de apariciones divinas y creaciones de cultos que son políticamente oportunísimas en su época. Se me ocurren algunos ejemplos muy grandes (el Camino de Santiago) y otros pequeños: Ujué, probablemente el pueblo peor emplazado de Navarra. Nació como fortaleza militar en la frontera con los árabes, en lo alto de una sierra -frío, calor, viento, terrenos abruptos para cultivar, nada de ríos-. La gente de la zona vivía en una aldea mejor situada al pie de la sierra. Los gobernantes quisieron convencer a los vecinos para que dejaran su aldea y poblaran la cumbre de la sierra, junto al castillo. Una paloma llevó a un pastor hasta la imagen de una Virgen, en lo alto de la sierra, y así se reforzaron los argumentos para que los vecinos colonizaran la cumbre de la sierra: por un lado, la protección militar del castillo; por otro, la protección divina, una señal clara para los cristianos en la misma frontera con los musulmanes. Es bastante común ese "apoyo divino" a las necesidades políticas de muchos momentos históricos.
Que me voy por los cerdos de Úbeda...
Publicar un comentario