En la terraza de un café marroquí hay una manera muy sencilla de distinguir a los nativos y a los forasteros: los forasteros nos sentamos alrededor de la mesa en círculo; los marroquíes se sientan siempre en hilera, de espaldas a la cafetería, mirando a la calle.
Los ocupantes -casi habitantes- de las terrazas son hombres. Es rarísimo ver mujeres. Están solos o como mucho en parejas. Pasan horas muertas con un vaso de café con leche y otro de agua sobre la mesa, en silencio. Casi todos fuman. Muy pocos leen, y sólo leen prensa: esos periódicos asabanados árabes, tan grandes que al desplegarse parece que están montando una jaima. Algunos resuelven sudokus o crucigramas. Pero la mayoría no se distrae del objetivo principal: los movimientos de la calle. Pasa una chica árabe, voluptuosa y escotada, y los cinco hombres del café La Perla de El-Jadida se avisan unos a otros con una palabra a media voz, un carraspeo o un psst. La chica pasa por delante del café, una veintena de metros más allá, y los cuellos de los cinco espectadores siguen su trayectoria de izquierda a derecha. Mirada de girasol. La chica entra en un local y los hombres vuelven a mirar al frente, sin hacer un solo comentario. La mañana ha gastado otro minuto. Quizá uno de los mejores.
Cuando Francis, Víctor y yo decidimos adoptar esa costumbre de sentarnos alineados hacia la calle, empezamos a hacer descubrimientos. En nuestra hora más productiva como mirones, descubrimos a un espía español, encontramos un doble de Falete y asistimos a un tenso episodio de malentendidos y sonrisas congeladas entre un chico marroquí de veintipocos y una chica europea de treintaimuchos (un tipo de pareja sorprendentemente habitual en ciertas terrazas de Marrakech).
En Rabat pasamos media tarde mirando desde una terraza, a pie de calle en la avenida Mohammed V. Media tarde, porque tuvimos que interrumpir la sesión para ir al hotel a echar una siesta, antes de ir al cine: turismo de aventura. En esa media tarde fichamos a todos los limpiabotas, los chicos de los recados y los viejos que entraban a la medina con carros llenos de sacos y volvían con carros vacíos, examinamos las estrategias de los mendigos, incluso descubrimos qué chica le gustaba al chico que vendía películas piratas.
Los marroquíes son muy buenos mirando. Podría decirse que esto es una muestra de las pequeñas sabidurías de la vida (versión literatura) o reflejo del alto índice de paro (versión periodismo).
PD: Víctor cuenta algunas cosas muy interesantes de su viaje por Marruecos. Su viaje por Marruecos es diferente de mi viaje o del viaje de Francis. Tres personas, tres viajes, como es natural. Por ahora lo cuenta en dos entregas: Las cosas por dentro y Monsieur Camèra (en esta segunda entrega hay un enlace a un vídeo espectacular que ha montado Víctor, puro cine de subsuelo).
(El de la foto es Josema, en el viaje anterior, en enero. Todo esto de mirar está muy bien, pero a veces hay cosas más interesantes).
2 comentarios:
Ander:
Que te he concedido un premiooooooooooooooooooooo.
Entra en mi blog y lo ves.
Tardes en Marrakesh, Fez o cualquier pueblo del Atlas evocan a cafés llenos de hileras de marroquíes con su té a la menta, o su café con leche. Simplemente observando
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