(Actualización: durante unas horas a este texto le ha faltado el tercer párrafo. Mañana se publicará en el Diario de Noticias de Pamplona).
Ayer me llamó un amigo periodista del Diario de Noticias para contarme que el Ayuntamiento de Pamplona pagó 3.100 euros a Álvaro de Marichalar por una charla. En octubre Marichalar relató su travesía del océano Atlántico en moto náutica, dentro de un programa de conferencias titulado "Otras maneras de vivir", que se celebra a lo largo del año en diferentes casas de cultura de Pamplona. Yo di dos charlas en febrero (Vespaña I y II) dentro de ese mismo programa y el periodista quería saber cuánto había cobrado. Cobré 264 euros brutos por cada una de ellas (225 netos). El periodista estaba llamando a los demás conferenciantes y me dijo que todos habíamos recibido cantidades parecidas: 200-250 euros, sin llegar en ningún caso a los 300. Hoy Diario de Noticias publica esta información.
Me considero bien pagado por el Ayuntamiento de Pamplona, exquisitamente tratado por los organizadores y los trabajadores del Civivox de San Jorge y no tengo nada que reclamar. Cobré de la misma caja que el navegante, por lo tanto soy parte interesada y no soy yo quien debe juzgar si el contenido de su conferencia o la relevancia pública del personaje justifican el pago de una cantidad diez o quince veces superior a la habitual.
Pero me parece oportuno plantear una cuestión que yo mismo no tengo muy clara: ¿cómo se mide el valor económico de una charla? A mí siempre me ha resultado muy difícil establecer un precio. Cuando un organizador me pide un presupuesto, me cuesta mucho dar una cifra. Con el paso de los años, viendo lo que piden unos y otros y lo que suelen ofrecer los organizadores, he ido encajando mi tarifa entre los 200 y los 300 euros, a veces más, a veces menos. No sé si una de mis proyecciones justifica ese desembolso. Si las cobro, es porque creo que sí. Pero me parece interesante que se discuta. Por ejemplo, detrás de mi charla Vespaña hay dos meses de viaje pagado de mi bolsillo, bastantes horas de trabajo para preparar la proyección, una inversión considerable (la moto, la cámara de fotos, el ordenador, el proyector…) y un desplazamiento y una dedicación de varias horas para dar la charla. Supongo que esos gastos (¡voluntarios!) deben reflejarse de alguna manera en la tarifa. Por otra parte, no dejo de pensar que me basta una hora y pico de narración, con la que además disfruto, para llevarme 225 euros. Y que a la gente le cuesta muchas horas de trabajo reunir ese dinero.
A la hora de establecer los honorarios entra en juego otro concepto muy resbaladizo: el caché. Una persona con prestigio (o simplemente famosa) puede cobrar un dineral por dar una charla, hacer una presentación o apadrinar un acto. El caché no es un criterio objetivo. Se fija según las pretensiones del personaje y el interés de los organizadores, por razones y conveniencias que nadie tiene por qué conocer si se trata de un acuerdo privado. Cuando el dinero es público, me parece necesario que las cantidades se divulguen, para que se pueda discutir si la aportación social de esos eventos justifica tales honorarios. Así ha ocurrido en este caso: las cantidades cobradas son públicas y además se han divulgado. Fenomenal. Ahora sería interesante que los pamploneses, y en especial los asistentes a las charlas, nos dijeran a Marichalar, a mí y a los demás ponentes si consideran adecuados los dineros que hemos recibido del erario de su ciudad.
Aquí van mis cuentas con los pamploneses. Como digo, en febrero cobré 264 euros brutos por cada una de las dos charlas que di en el programa "Otras maneras de vivir" (asistieron unos 40 o 50 espectadores a cada una). En el otoño pasado recibí 300 euros brutos por una charla en euskera para el Ateneo Navarro (unos 50 o 60 espectadores; la incluyo porque creo que esta entidad recibe subvenciones del Ayuntamiento). Y hace un par de años di una serie de cinco charlas viajeras en el centro cultural de la Navarrería, por cada una de las cuales cobré 75 euros brutos (asistieron entre 20 y 50 personas por charla). ¿Es justo? ¿Es poco? ¿Es mucho?
Para completar el panorama y saciar algunas curiosidades, explicaré que esa tarifa mía que ronda los 200 o 300 euros suele variar mucho de unas ocasiones a otras. Evidentemente considero justo que me paguen y prefiero cobrar más que cobrar menos. Pero procuro amoldar los precios a las posibilidades de cada organizador y nunca he rechazado ninguna propuesta porque pagaran poco. He dado bastantes charlas gratis, por diversas razones (por convencimiento propio y alguna vez por descaro ajeno). Con una asociación cultural de un pueblo de 85 habitantes pacté estos honorarios: un queso y una botella de sidra. Otras veces me han pagado cantidades que me parecen muy generosas. La vez que más he cobrado con dinero público: 300 euros. La vez que más he cobrado con dinero privado: 600 euros y una comilona espectacular.
Terminaré con el caso del viajero y divulgador Josu Iztueta, conductor del legendario autobús Nairobitarra y protagonista de algunas expediciones muy destacadas. Josu suele ir donde le llamen y cobra lo que le paguen, ya sean 100 euros o 300, y se pone enfermo con lo que él llama “despilfarro cultural”. Maneja un criterio interesante: si el coste de una de sus charlas sale a más de 5 o 6 euros por espectador… malo (aunque a veces la culpa de la asistencia escasa sea del organizador, que quizá no se ha esforzado en anunciar la charla porque total ya está pagada con dinero público…). Hace poco a Josu le ofrecieron 400 euros por dar una charla en un euskaltegi, lo que le exigía un viaje de tres horas por autopista, ida y vuelta. Aceptó con una condición: por esa cantidad, además de dar la charla a los alumnos del turno de la mañana (como estaba previsto), se quedaría y se la daría también a los del turno de la tarde. En otra ocasión le ofrecieron 500 euros por una charla en otro euskaltegi, también lejano, y él se negó y se negó… hasta que rebajaron el pago a 300 euros, y entonces aceptó. El organizador insistía para que Josu aceptara los 500 euros con este argumento: “Deberías cobrarlos, porque es lo que han cobrado los otros dos invitados: un escritor y profesor universitario y un académico de la lengua”. Josu siguió peleando hasta conseguir que le rebajaran el sueldo.
Sé que es un caso insólito. Pero de eso hablábamos: de otras maneras de vivir.
8 comentarios:
Una vez, con mis primeros pinitos comerciales (como canguro), me quejé ante mi abuela de que yo estaba cobrando menos que mis compañeras de generación y ocupación, y le pregunté si debía subir mis tarifas. En lugar de contestarme, me preguntó si me gustaba lo que hacía. Nunca subí esas tarifas. Como sé que a ti te gusta lo que haces (y además eres honrado), te respondo que cobras lo justo en cada caso.
¡Qué difícil es salirse un poco del sistema! ¡Cuántas explicaciones hay que dar...!
Ander, es que no te das cuenta... la 'amoto' de agua tiene más reingambre que la moto-vespa. Por mí, y por tu parte, bien saldadas están las cuentas como pamplonés. Puedes regresar que te pagaremos agusto. El queso y botella de sidra no es mal pago tampoco.
Yo una vez fui profesor de clases particulares a domicilio de un par de chavales (inglés, lengua y ortografía). Dejé que las tarifas las pusiese otra chica que les daba otras materias porque yo no tenía ni idea de cuánto cobrar. Al terminar las clases me faltaba más de la mitad por cobrar, cuando me dijeron que habían aprobado los dos fui a buscar el dinero. Sino, no hubiese cogido el resto. Además, parte del pago quedó materializado en una bonita y añeja cámara de fotos soviética.
Un abrazo.
Me parece perfecto que cobres eso, en ocasiones, debería ser más.
Si mal no recuerdo, cuando viví en Pamplona, te invité en no pocas ocasiones a conferencias en mi Colegio Mayor y sólo te pagamos un menú en Comedores Universitarios (Eresfea también fue mi víctima), con el consecuente riesgo para tu salud y la de tus descendientes. Para el que no sepa, los residentes habíamos bautizado así algunos de los platos:
a) hamburguesas trepadoras (por la noche escalaban el estómago hasta engancharse a la garganta cual tarántula)
b) informe semanal (plato típico del domingo noche, indescifrable, pero con un contenido sospechosamente familiar)
c) velociraptor (pez transgénico o mutante del río Sadar)
Ander, si algún tía te nace un brazo en el muslo, quizá puedas pedir una indemnización que subsane las míseras pagas de todas las casas de cultura del mundo.
Un abrazo.
PD: Qué cara tiene el Marichalar, por Dios.
Sintomático, yo siempre fui encantado al Colegio Mayor (incluso cuando ya no estabas tú). No me costaba nada acercarme, me invitabais a comer y yo disfrutaba dando la charla porque notaba que los estudiantes la seguían con gusto y con interés.
De los Comederos yo recuerdo el filete James Bond (frío y con nervios de acero).
Por cierto, el texto se publicará mañana en el Diario de Noticias.
Es una buena noticia para el periodismo que un periodista trabaje, se informe, investigue y honre su profesión, (aunque sea un becario).
Ander, me gustaría llenar de ceros tu cuenta corriente y luego comenzar a hablar sobre el interés de las cosas, sobre el valor de las personas.
Wolframio, si vas a llenarme la cuenta de ceros, acuérdate por favor de ponerles por delante al menos un uno, ¿vale? Gracias, majo.
PD: He recibido un chivatazo, wolframio: ¡queremos turrón, turrón, turrón!
Quién quiere parecerse a Marichalar. Sólo iría a una de sus charlas si por asistir cobrase su mismo caché. Tus tarifas adaptables a las personas son las más justas. A cada uno lo suyo.
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