viernes, 2 de noviembre de 2007

Espagueti bisnes

Si viajamos con vehículo propio por Marruecos, el primer rito que debemos cumplir en una ciudad es el de negociar con los gardiens, los vigilantes de los aparcamientos. Entiéndase por aparcamiento cualquier superficie en la que sea físicamente posible aparcar. En cuanto dejemos el vehículo, aparecerá entre los coches un hombre vestido con un amago de uniforme (vale una chaqueta con el nombre de un supermercado, vale una bata mahón, vale un chaleco reflectante). Los gardiens de las ciudades pequeñas tienden a ser discretos, educados y dignos. Los de las grandes ciudades suelen ser descarados, bullangueros y tramposos. Y los jóvenes inexpertos, como el que nos tocó en una callejuela céntrica de Marrakech, oscilan a ráfagas entre la timidez y la chulería.

-Cien dirhams por un día -nos pidió en francés, en cuanto bajamos la ventanilla (redondeando, cien dirhams son diez euros). Yo ya tenía referencias: en enero, Josema y yo habíamos pagado veinte dirhams por un día, aunque en una calle mucho menos céntrica. No me parecen mal los intentos de desplumar a los turistas pidiendo precios desorbitados (allá cada cual con su habilidad), pero a mí me tocaba hacerme el ofendido. Y en español, dando voces y señalándome la cara, que desconcierta más.

-¡Cien dirhams! ¡Pero tú me ves cara de tonto! ¡Qué te has creído, fistro!

Metí primera y amagué que me iba. El chaval reculó rápido.

-Cuarenta dirhams.

-¿Cuarenta?

Me quedé en silencio un rato, pensando en el contraataque. El chico estaba inquieto.

-Cuarenta no -le dije-, te pagamos cincuenta. Pero por dos días.

Entonces sacó del bolsillo dos tacos de papelitos, rojos y blancos. En los blancos ponía "10 dh". Y en los rojos, "20 dh". Explicó que teníamos que comprar uno de diez por cada noche y uno de veinte por cada día. Hizo sus cuentas:

-Dos noches, dos papeles de diez. Y dos días, dos papeles de veinte. Total: sesenta.

-Sesenta por dos días. ¡Y nos pedías cien por uno!

Risitas nerviosas del chaval.

-De acuerdo con lo de los papelitos. Pero nosotros dejamos la furgoneta esta noche (diez), mañana todo el día (veinte) y la siguiente noche (diez). Total, cuarenta. Te pagamos cincuenta y en paz.

Aceptó. Nos estrechamos las manos. Me dio dos papelitos de veinte y uno de diez. Le pagué cincuenta dirhams. Y nos marchamos felices, con orgullo indianajonesco: habíamos aparcado en el cogollo de Marrakech, nos pedían cien por un día y acabamos pagando cincuenta por dos.

Pero los negocios, querido Indiana, nunca resultan tan sencillos en Marruecos. Y aunque no me parecen mal los intentos de desplumar a los turistas con precios desorbitados, me da mucha muchísima rabia que no respeten la palabra. Por la tarde siguiente, cuando nos acercamos un momento a la furgoneta para coger algunas cosas, el chaval se nos lanzó a la yugular para pedirnos veinte dirhams más si queríamos dejarla la segunda noche.

Eso me cabreó de verdad y le respondí a voces. Le recordé que habíamos pactado cincuenta, que nos habíamos estrechado la mano, le puse delante de las narices los papelitos blancos y rojos que me había dado... El chico se puso a discutir. Y si la experiencia es importante para no pagar más de lo debido, también lo es para saber que en estas situaciones a Indiana le conviene enfundar el látigo. Da rabia ceder. Pero no conviene llevarse mal con los gardiens. Así que lo mejor es buscar una solución intermedia, con diplomacia.

-No te voy a pagar más. Pero sé que te pasas todo el día aquí en la calle con los coches, sé que es duro. Me gustaría agradecerte el trabajo, y mañana, cuando nos vayamos, te daré un regalito (an-petí-cadó: el abracadabra para viajar por Marruecos).

Por la mañana siguiente el chico no estaba. Le tocaba dormir. Pero su compañero, un bigotudo con sombrero de paja, nos pidió inmediatamente el peticadó. Llevábamos la furgoneta bien cargada de cierto regalito que en casa cuesta 30 céntimos de euro y que en Marruecos abre muchas puertas. Lo había aprendido en enero con Josema. Saqué uno de los paquetes de medio kilo, se lo tendí al hombre y los ojos le hicieron chiribitas. Para rematar la jugada sólo faltaba adornar el regalo con un poco de glamour:

-Es una famosa marca de pasta italiana. Mira, mira la marca: espagueti...

-¡Espagueti Eroski! -leyó el hombre, entusiasmado.

Y nos despedimos con unos tremendos y felices apretones de manos.

6 comentarios:

alvarhillo dijo...

¡Espagueti Eroski de la nonna Francesca!
Me ha encantado y sorprendido.
Saludos.

Marc Roig Tió dijo...

Muy bueno, Ander. Dices No me parecen mal los intentos de desplumar a los turistas, pero concluyes que lo que más te gusta es desplumar a los autóctonos. Me ha gustado tu soltura.

Ander Izagirre dijo...

Saludos de vuelta, Alvarhillo.

Marc, ¿cómo que yo desplumo a los autóctonos? ¡Si lo único que hago es pagar y regalar! De Marruecos siempre vuelvo con unas cuantas plumas menos... y tan contento.

Nahum dijo...

La esencia del espaguetti (western): "Nunca des la mano a un pistolero zurdo, amigo".

Ander Izagirre dijo...

En el clavo, Nahum. En Marruecos tampoco debes estrechar la mano izquierda a nadie. Ya sabes por qué.

J. dijo...

Oye, Ander, cuando te pases por pamplona, prometo no cobrarte personalemte ningún dirham cuando aparques en la Ora. Me haré el ciego. Siempre y cuando también sueltes algún peticadillo, eroskis italianos de marca macarrón o fideos.

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