El pasado verano fui capaz de escribir 53 reportajes consecutivos, algunos bien trabajados y otros menos, pero 53 reportajes de cuatro folios cada uno, con sus correspondientes viajes, entrevistas, recorridos y lecturas. El ritmo de trabajo y la tensión por cumplir los plazos fueron tan intensos que me pasé de rosca cuando apenas había escrito unos cuantos; acabé en urgencias, me hicieron un repaso completo con todo tipo de maquinitas inquietantes, me tuvieron una noche en la sección de lactancia (ejem, no había sitio en neurología), por la mañana siguiente los médicos me dijeron que todo estaba perfecto y me ofrecieron una pequeña charla de bienvenida al maravilloso mundo de la migraña, luego me dieron un par de palmaditas en el hombro y me mandaron a casa con una provisión de pastillas contra el dolor de cabeza. Durante los dos meses siguientes tecleé contrarreloj, con la lengua fuera y las pastillas siempre a mano, pero fui capaz de acabar todos esos reportajes y de cumplir el encargo. Una vez olvidados los malos tragos, la experiencia de escribir tantas semanas seguidas con un ritmo industrial me pareció un entrenamiento estupendo. Oficio.
Ahora, después de un par de meses de ganduleo y viajes, me pongo a escribir el libro Vespaña con toda la placidez del mundo. Dispongo de casi todo el tiempo libre que deseo, no tengo ningún plazo señalado en el calendario, me apetece un montón relatar algunas historias estupendas de aquel viaje. Y en estas condiciones ideales me paso horas y horas atascado en un par de párrafos; por cada página que me gusta escribo cinco que no me gustan; reescribo y reescribo y reescribo y al final descubro que la tercera versión es peor que la segunda y mucho peor que la primera. A veces pienso que se me ha olvidado esto de darle a la tecla. No tiro la toalla, pero sí cambio a menudo de capítulos: guardo los que se me resisten y voy a por otros más sencillos. Cuando resuelvo alguno, disfruto como un mono y la alegría me anima a atacar otro. Pero a veces paso un par de días atrancado y pienso de nuevo que se me ha olvidado escribir, que la experiencia del verano me saturó, que necesitaré unos cuantos meses de descanso para recuperar la frescura. Sí que tengo cierta resaca, porque hay una parte física en todo esto: de vez en cuando me incordian algunos dolores leves de cabeza y me cuesta concentrarme. Pero estando bastante peor fui capaz de escribir buenas páginas, y esprintando.
Así que debe de haber algo más. Creo que me falta algún estímulo para sacudirme esta modorra creativa, algún estímulo que sí tenía en el verano. Calvin da en el clavo (pinchad en la imagen y se ampliará):
Ahora, después de un par de meses de ganduleo y viajes, me pongo a escribir el libro Vespaña con toda la placidez del mundo. Dispongo de casi todo el tiempo libre que deseo, no tengo ningún plazo señalado en el calendario, me apetece un montón relatar algunas historias estupendas de aquel viaje. Y en estas condiciones ideales me paso horas y horas atascado en un par de párrafos; por cada página que me gusta escribo cinco que no me gustan; reescribo y reescribo y reescribo y al final descubro que la tercera versión es peor que la segunda y mucho peor que la primera. A veces pienso que se me ha olvidado esto de darle a la tecla. No tiro la toalla, pero sí cambio a menudo de capítulos: guardo los que se me resisten y voy a por otros más sencillos. Cuando resuelvo alguno, disfruto como un mono y la alegría me anima a atacar otro. Pero a veces paso un par de días atrancado y pienso de nuevo que se me ha olvidado escribir, que la experiencia del verano me saturó, que necesitaré unos cuantos meses de descanso para recuperar la frescura. Sí que tengo cierta resaca, porque hay una parte física en todo esto: de vez en cuando me incordian algunos dolores leves de cabeza y me cuesta concentrarme. Pero estando bastante peor fui capaz de escribir buenas páginas, y esprintando.
Así que debe de haber algo más. Creo que me falta algún estímulo para sacudirme esta modorra creativa, algún estímulo que sí tenía en el verano. Calvin da en el clavo (pinchad en la imagen y se ampliará):
9 comentarios:
Yo, en cambio, soy un desastre bajo presión. Pero también, muchas veces, dejo esperar hasta el final, pensando igual que Calvin. Y así llegan con las manos embadurnadas de pintura y grafito -por lo general, de madrugada-, ciertas preguntas existencialistas, como: "Para qué tanto estress". De ahí, a la cama. Y a ver qué pasa.
Pues te voy a decir una cosa Ander: si está tan bien escrito como Los sótanos del mundo ya vale la pena esperar!!!
Animos!!
Silvia
Je. Calvin suele dar en el clavo. Reescribir, reescribir y reescribir. Siento decírtelo pero así sólo conseguirás hacer un buen trabajo, no hacerte rico.
Sólo tienes razón en parte, mòmo: reescribir y reescribir no servirá para hacerse rico, pero ni siquiera asegura un buen resultado. ¡Alegría!
Muchas gracias, Silvia, qué gustico.
J.: no sé cómo trabajas con la pintura, pero envidio tu capacidad para escribir con tanta disciplina todos los días.
Por cierto, un anuncio aprovechando que el Eresma pasa por Segovia: pronto saldrá una pequeña reedición de Los sótanos del mundo. Ya haré un poco de teletienda para las Navidades. (He propuesto que le cambiaran el título: Los sótanos de El Mundo, seguro que vendería más, pero nada).
Puedes sacar 'Los sótanos de El Mundo' y 'Con El País en los bolsillos'. Yo te puedo ilustrar sobre los sótanos de El Mundo, cuando llegué a Madrid salí a dar una vuelta a la manzana de nuestro recién estrenado piso sin muebles y sucio. Para reconocer el terreno. Al girar la esquina y seguir hasta la siguiente calle, a 50 metros, mi sorpresa: ¡concho, el El Mundo!
Yo funciono bajo la presión del último minuto. Eso sí, antes hay que subir puertos de montaña bien (escribir, reescribir) y luego ya... el ataque final. Es duro, pero es más motivador. Depende del nervio de cada persona.
Además, Izagirre, con el tirón que vas a tener estas Navidades con el Premio Planeta...
Sí.
Hola Ander:
Me tomo el atrevimiento de escribir en tu blog. Da gusto leerte.
Trabajar bajo presión no es que sea mejor ni peor, simplemente no te puedes plantear el abandonar ni el 'voy a dar otra vuelta al texto'. Hay que hacerlo y sale adelante.
Un saludo
Un placer tenerte aquí, Trenti.
Tienes razón: con un plazo sobre el cogote, no puedes plantearte más rodeos y tienes que salir adelante. La cuestión es cuánto tiempo seguido se puede aguantar con un plazo en el cogote, día tras día. Yo alcancé mi límite y espero no merodear por allí nunca mais. Gila se hizo humorista para no madrugar. Yo creía que me había hecho autónomo para que nadie me resoplara en el cogote, pero ya ves...
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