Y no lo digo de cachondeo. Vansevenant quizá inspire compasión, pobrecillo, siempre el último. Es cierto que sus cualidades no le permiten escalar puertos con los mejores, ni esprintar con los más veloces, ni rodar tan fuerte como los contrarrelojistas, ni siquiera participar en esas escapadas maratonianas en las que los secundarios se despellejan para conseguir un bingo que les cambie la vida. Vansevenant no juega a eso. Vansevenant se dedica a otra cosa: ayudar al jefe. Y en eso es un fuera de serie.
No olvidemos dos detalles evidentes: está en uno de los mejores equipos del mundo; y año tras año su líder Cadel Evans lo quiere en el grupo selecto que correrá el Tour para ayudarle. ¿Cómo ayuda? Eso es lo menos evidente.
Todos los líderes necesitan a varios Vansevenant que se desgasten por ellos en los lances menores de la carrera. En las etapas llanas, cuando el jefe marcha en una posición retrasada del pelotón y decide, por si acaso, subir a la parte delantera, puede hacer dos cosas: salirse a un costado del grupo y avanzar contra el viento, gastando fuerzas, o llamar a Vansevenant para que el viento se lo coma él. Vansevenant saldrá por un costado del pelotón y avanzará hasta alcanzar las posiciones de cabeza, donde dejará al líder cómodamente situado. Así el líder se ahorra un gramo de esfuerzo que luego lucirá en Alpe d'Huez o en alguna contrarreloj. En los finales veloces y angustiosos Vansevenant también deberá jugarse el tipo en curvas y rotondas, deberá meter el manillar en una jungla de manillares, ruedas y muslos, en una locura de bandazos, frenazos, gritos y pulsaciones a mil, para que el jefe pase los obstáculos sin apuros y en cabeza, no sea que una caída le deje cortado y pierda un tiempo precioso. Cuando el jefe y los compañeros tengan sed, Vansevenant dejará de pedalear, se descolgará del pelotón hasta que le alcance el coche del equipo, cargará ocho bidones de agua fresca en los bolsillos del maillot y en el cogote, pedaleará de nuevo para adelantar a todo el pelotón y repartirá la bebida entre los compañeros. Otro sofocón para Vansevenant. Al día siguiente le tocará ponerse en cabeza del pelotón y tirar a por una escapada peligrosa o marcar un ritmo fuerte para evitar las tentaciones de quienes planean fugarse. La misión de Vansevenant acabará al pie del puerto, reventado, y ya sólo le quedará sufrir descolgado hasta la meta. Y todavía peor si el líder pincha en algún momento crucial de la carrera. Si Vansevenant anda por allí, frenará, le dará su rueda, lo montará en la bici y correrá a pie para empujarle en la arrancada. Luego esperará a que llegue la asistencia con una rueda para él y pedaleará a muerte para no llegar fuera de control y para salir al día siguiente a currar de nuevo.
Gracias a su tercer farolillo rojo consecutivo, ha conseguido que los medios se fijen un poco en él y en ciclistas como él. ¡Aupa Vansevenup! Y no es nada fácil conseguir esta hazaña. Vansevenant fue último desde la 3ª etapa hasta la 19ª, farolillo rojo día tras día, mientras otros muchos se retiraban. Pero en la 19ª etapa se le coló Bernhard Eisel, que se colocó 42 segundos peor que él, cuando ya sólo quedaba un suspiro para llegar a París. En la contrarreloj del sábado, por suerte, Vansevenant recuperó la última plaza. Sus compañeros le tomaban el pelo: "Hace unos días le gastamos una broma", dice Mario Aerts. "Le engañamos diciéndole que Mathieu Sprick había acabado 18 minutos por detrás de él. Dijo que no le interesaba la última plaza, pero estaba muy nervioso hasta que comprobó la clasificación".
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Los patrocinadores de Vansevenant merecen un comentario. Como veis en la camiseta, una marca es Lotto (una lotería belga) y la otra es una empresa farmacéutica que todos los años promociona un producto disinto. Este año toca Silence (un remedio contra los ronquidos), hace tiempo fue Davitamon-Lotto (supongo que alguna vitamina) pero mi favorito era el del año pasado, una genial combinación del azar y la incertidumbre: ¡Predictor-Lotto!