viernes, 30 de mayo de 2008

Cierra la puerta, que hace terremoto

Parece que ayer a las 15.46, hora islandesa, el encargado del simulador de terremotos de Hveragerdi se dejó la puerta abierta y se le escapó uno de magnitud 6.

Hveragerdi es un pequeño pueblo de 2.000 habitantes en el sudoeste de Islandia, al que llegamos el pasado sábado por la tarde. No es un pueblo turístico pero ofrece un puñado de curiosidades. Las casas están construidas sobre una extensión de lava de hace cinco mil años, en una zona de gran actividad sísmica y en la cercanía de un campo geotermal, del que brotan fumarolas y chorros de agua hirviente. En el suelo de la biblioteca local han dejado un espacio translúcido para contemplar una fisura del terreno: es parte de la grieta que separa la placa euroasiática y la norteamericana. La biblioteca presume de estar construida sobre dos continentes. Los vecinos aprovechan las aguas hirvientes: calefacción gratis para las casas, y calor y luz para los famosos invernaderos de Hveragerdi, donde cultivan toneladas de tomates y otras hortalizas y plantas (ojo al dato: Islandia es el mayor productor europeo de plátanos, si no contamos las Canarias).


El otro atractivo de Hveragerdi es su simulador de terremotos: una sala que tiembla como si la estuviera sacudiendo un seísmo de 6 grados Richter. Cuando llegamos el sábado por la tarde, la sala ya estaba cerrada. Así que nos marchamos sin probar un terremoto gordo.

Ayer, a las 15.46, un terremoto de 6,1 grados Richter con epicentro en Hveragerdi sacudió el sur de Islandia. En el mismo sitio del simulador y con la misma potencia.

Josu y yo estábamos en Tolosa, escuchando la charla del explorador polar Ramón Larramendi (a quien encontramos en Reykjavik), cuando nos llegó un sms de Jesús, uno de los basauritarras que vive en la capital islandesa: terremoto de 6,1 grados, las casas han temblado, todo bien, os lo perdisteis por poco. Josu habló con Lorena, mujer de Miguel, madre de Estrella Björt y cuidadora de media docena de niños en su casa: el temblor fue potente y Lorena salió con las criaturas a la calle, por si acaso.

Dicen las noticias que en las casas de Hveragerdi cayeron cuadros, lámparas y muebles; dos viviendas se derrumbaron en la cercana Selfoss; la gente salió corriendo y gritando a la calle; hubo 28 heridos. Después se registraron diez réplicas superiores a 3 grados. Las autoridades pidieron a la gente que no pasara la noche en casa, por temor a réplicas más potentes, y montaron tiendas de campaña para todos.

También leo que el terremoto se notó en las islas Vestmannaeyjar, donde encontramos los secaderos de bacalao de los que os hablé ayer. Fijaos de nuevo en esas fotos. Menudo arranque para una película islandesa: la tierra cruje, la isla volcánica tiembla, ristras de miles de cabezas de bacalao se balancean y entrechocan en el aire.

(Casos que probablemente ocurrieron ayer en Hveragerdi:

1) Menuda rabia si... Eres un turista. Pagas una entrada para el simulador de terremotos de magnitud 6. Después del simulacro, sales a la calle y te pilla un terremoto de magnitud 6.

2) Menudo mosqueo si... Eres un turista. Pagas una entrada para el simulador de terremotos de magnitud 6. Mientras estás dentro, fuera ocurre un terremoto de magnitud 6. No te enteras. Sales a la calle y te encuentras casas agrietadas y gente gritando y corriendo).

miércoles, 28 de mayo de 2008

Delicatessen


Caminando por los acantilados de Vestmannaeyjar, encontramos dos grandes secaderos. De los postes colgaban ristras de cabezas de bacalao, sólo cabezas, cientos, miles, decenas de miles de cabezas de bacalao. Nos metimos por los pasillos, entre las estructuras de madera. Las cabezas, ya apergaminadas, soltaban un hedor mareante. El viento las balanceaba y entrechocaban con un sonido acorchado.

En el pueblo preguntamos para qué secaban esas miles de cabezas de bacalao: "Para exportarlas a Nigeria. Allí son una delicatessen".




sábado, 24 de mayo de 2008

Josu pasa una entrevista de trabajo a la islandesa

En la bahía de Dritvík encontramos una oficina de selección de personal de hace cuatrocientos anyos: cuatro rocas pulidas de 23, 54, 100 y 154 kilos, que los aspirantes a pescador debían levantar para demostrar sus capacidades.

Dritvík es una cala de arenas negras, custodiada por acantilados de lava, en un rincón perdido del lejano oeste islandés. A pesar de su lejanía, este refugio natural constituyó la mayor estación pesquera de Islandia entre los siglos XVI y XIX. En primavera llegaban a juntarse 50 o 60 barcos de remos y 600 hombres, que compartían una docena de casas de piedra con habitaciones y cocinas, cuyos restos aún pueden contemplarse en las partes más refugiadas de la bahía.

Muchos de los pescadores eran granjeros del interior. En el gélido y oscuro invierno islandés las granjas no dan apenas trabajo (los campos cubiertos de nieve, el ganado recogido en los establos), así que en enero o febrero muchos campesinos buscaban trabajo en la costa. Algunos caminaban por rutas inverosímiles, a oscuras y bajo cero, cruzando campos de hielo y desiertos de lava, con unos zapatitos de cuero de oveja -eran poco más que calcetines gruesos- y llegaban a las estaciones litorales.

En Dritvík debían levantar los pedruscos para conseguir el empleo. Quien quisiera embarcarse como remero y pescador de bacalao -y recibir así un buen sueldo-, debía levantar como mínimo la piedra de 54 kilos hasta una plataforma rocosa a un metro y pico del suelo.

En las fotos, Josu alza esa piedra de 54 kilos y demuestra que podría trabajar como pescador ártico. Yo, con la de 23, confirmo que mis capacidades pesqueras se limitan al pelado de gambas.

(Texto dedicado a Inaki Mendizabal, experto en deporte rural, en cuyo pueblo -Berriatua- utilizarían estas piedrecitas para jugar a pelota mano en el frontón).











jueves, 22 de mayo de 2008

Los consuelos del pirata en Hlidarfjell

En agosto de 1968, Agustín Egurrola dejó una botella con mensaje en la cumbre del volcán Hlidarfjell. Nos lo contó en aquella comida en Tolosa y unos días más tarde envió una carta a Josu con las indicaciones para que buscáramos la botella cuarenta anyos más tarde. Pinchad en la siguiente foto y veréis el mapa de la búsqueda del tesoro. Merece la pena.


Ayer subimos al Hlidarfjell, una pirámide negra de 771 metros que se alza sobre el lago Myvatn y su entorno marciano (conos volcánicos, cráteres despanzurrados, desiertos de lava, lagunas humeantes, campos de fumarolas y sulfataras...). Después de un par de horas de subida por las laderas de riolita del volcán, en la cima no encontramos ningún hito de piedras como el que nos había dibujado Agustín. Sólo había un sismógrafo y algunos amontonamientos de rocas que removimos durante un rato, sin éxito. Nos marchamos pensando que alguna tormenta habría derribado el hito hace décadas y que un vendaval se habría llevado la botella rodando monte abajo o que quizá la teníamos a medio metro de nuestras botas, enterrada entre pedruscos.

Estábamos en una de esas situaciones en las que uno busca consuelo en las metáforas ("el verdadero mensaje de Agustín eran las maravillosas vistas desde lo alto del volcán" y tonterías del estilo) y me acordé de un relato de Slawomir Mrozek. Lo cito de memoria: unos piratas navegan durante meses en busca de un tesoro, pasando mil penurias, y por fin encuentran la isla donde está enterrado. Excavan en el punto indicado, sacan el cofre y al abrirlo descubren una nota: "No hay ningún tesoro, bobos. Que os den por saco". Uno de los piratas dice: "Bueno, el camino es más valioso que la meta, buscar algo es más importante que encontrarlo...". El jefe de los piratas le pega un tiro y lo mata. "Las moralejas están bien", dice, "pero hasta cierto punto".

Pues eso.

Y aquí, algunos consuelos del pirata:




sábado, 17 de mayo de 2008

Heimaey, un pueblo al borde del infierno

El 22 de enero de 1973, el marino Siggi debía zarpar de Reikiavik para navegar hasta la isla Heimaey, en el archipiélago volcánico de Vestmannaeyjar, cerca de la costa sur islandesa, su tierra natal. Siggi, que entonces tenía 38 anyos y ahora 73, nos dice que tuvo un presentimiento. Retrasó el viaje.

A las 2 de la madrugada del 23 de enero, en el este de la isla Heimaey la tierra crujió, se abrió una grieta de 1.500 metros de longitud y brotó una muralla de fuego de docenas de metros de altura. El nuevo volcán explotó muy cerca del pueblo de Heimaey, el único del archipiélago, y esa misma madrugada consiguieron evacuar a los 5.000 habitantes en barcos y helicópteros hasta la costa islandesa. Dentro de la desgracia tuvieron una suerte milagrosa: aquella noche no soplaba viento en Heimaey, la tierra más ventosa de toda Islandia, que ya es decir.

Siggi recibió la noticia en Reikiavik. Al día siguiente navegó hasta la isla para ayudar en el rescate de coches, muebles y toneladas de pescado, antes de que la lava los devorara. El tercer día empezó a soplar viento del este: sobre el pueblo cayeron bombas de lava y oleadas de cenizas ardientes. En las siguientes semanas la lava incandescente fluyó hacia el pueblo y sepultó casi cuatrocientas casas. Otras muchas se incendiaron o se derrumbaron por las toneladas de ceniza que se acumulaban sobre los tejados. Heimaey contaba con una de las mayores flotas pesqueras de Islandia y muchos barcos se hundieron por el peso de la ceniza. Una capa de cuatro metros cubrió el pueblo entero. Una brigada de bomberos y voluntarios apuntalaba las casas, retiraba la ceniza de los tejados y lanzaba agua de mar a las lenguas de lava con docenas de mangueras a presión, para frenar su avance y evitar que taponara la boca del puerto y destruyera sus instalaciones. La lava se paró 175 metros antes de alcanzar las montanyas que cierran el puerto en la orilla contraria. Desde entonces, el puerto de Heimaey cuenta con una bocana estrecha y un refugio mucho mejor.

La erupción continuó durante cuatro meses. La lava expulsada formó una montanya de 205 metros (el Eldfell) y amplió un tercio la superficie de la isla (una manera bastante bestia de recalificar terrenos, pero seguro que algún concejal mediterrráneo toma nota de la idea).

Con el pueblo destruido y la isla cubierta de cenizas, se planteó la posibilidad de abandonar la isla para siempre. Pero los vecinos se negaron. Trabajaron durante meses para limpiar, desescombrar y reconstruir. Sembraron las laderas negras con semillas y las fumigaron con fertilizantes. Acondicionaron la nueva entrada del puerto. Siggi recuerda esa época como una temporada feliz: un punyado de islenyos tercos arrimando el hombro para resucitar el pueblo contra la opinión mayoritaria y sensata. Durante la reconstrucción llegaron voluntarios de 19 países, celebraron festivales de música, montaron obras de teatro.

La nueva Heimaey es una pequenya ciudad pesquera, próspera, animada. Y sobre todo valiente y testaruda: las nuevas villas se levantan en el borde de una gigantesca escombrera negra que aún humea y los ninyos de la escuela cuecen pan con el calor de la lava bajo la que yacen las casas de sus padres y abuelos.

(Las fotos las sacamos ayer, cuando Josu y yo dimos la vuelta a la isla de Heimaey caminando en tres horitas y pico.

1): Imagen desde la cumbre del Eldfell, el volcán de 205 metros que brotó en la erupción de 1973. Se ven las coladas de lava que sepultaron casi todo el pueblo viejo y estuvieron a punto de taponar el puerto.



2)Escombrera de lava enfriada (o aún templada). Debajo están las casas sepultadas en 1973.



3) Colorines desde la cima del Eldfell.

jueves, 15 de mayo de 2008

Desayuno y cena

Un detalle que olvidé incluir en el texto de ayer y que probablemente explica muchas cosas sobre el drama inuit del alcoholismo, los suicidios y la desesperanza. Cuando se les pregunta sobre sus suenyos, los adolescentes de la escuela de Ammasalik -muchos de ellos, hijos de cazadores de focas y osos- responden que quieren ser policias o profesores y bastantes responden que quieren ser millonarios y marcharse de Groenlandia.

***

Esta manyana, en el camping de Reykjavik, Josu se ha encontrado con Ramón Larramendi, el mayor explorador polar espanyol. Mirad, mirad. Cenaremos con él. Me temo que la cena se va a quedar fría.

Ginebra con hielo

(Después de retrasos y mareos diversos, después de incertidumbres meteorológicas que nos hacían pensar en una forzosa semana extra en Groenlandia, acabamos de regresar a Reykjavik con casi tres días de retraso. O con sólo tres días de retraso, según se mire. No problem. El texto que sigue es del pasado lunes, cuando nos quedamos en tierra y nos alojaron en un hotel, un texto que no he conseguido colgar hasta ahora).

En mayo, en Ammasalik, la luz solar permanece veinte horas, las temperaturas superan los cero grados casi todo el día, el mar empieza a agrietarse y descongelarse, los cazadores de focas reanudan sus batidas. En las montanyas emergen las rocas, los líquenes, algunos matojos de hierbas pajizas que no hacían la fotosíntesis desde septiembre. La capa de tres, cuatro o cinco metros de nieve que sepulta el pueblo va fundiéndose y asoman cosas olvidadas hace meses: los caminos de tierra, el embarcadero, el campo de fútbol cenagoso, las bicicletas y los camioncitos de plástico abandonados por los ninyos, las cajas, los bidones y las bolsas desparramadas, miles y miles de colillas, un ataúd a medio terminar, pedazos de foca pestilentes, y a veces también suele aparecer bajo la nieve aquel vecino que salió a comprar ginebra en octubre y no volvió a casa.

Por todas partes aflora una especie que ha colonizado rápida, minuciosa y exitosamente el ecosistema groenlandés: la lata de aluminio. En mayo, los pueblos aparecen sembrados de miles de latas verdes y brillantes de las cervezas danesas Tuborg y Carlsberg. Es tiempo de cosecha: algunos ninyos recorren el pueblo recogiendo las latas. Les pagan cinco coronas danesas (0,60 euros) por kilo.

Georg Utuaq, el cazador de focas y guía de turistas, nos ofreció un argumento principal para que nos alojáramos en su casa: "En mi familia no hay problemas ni violencia, no somos alcohólicos". Este detalle es una ventaja comparativa en un pueblo devastado por la bebida. En las calles se ven día y noche borrachos que se tambalean, gritan a todo el que pasa o caen y se duermen en el hielo.

A Lars Peter, el director danés del colegio de Kulusuk, le preguntamos por el tiempo libre de los inuit: "Juegan a cartas y se emborrachan". Eso es en invierno. En verano no juegan a cartas. Hace pocas décadas los inuit pasaban el invierno en sus casas de piedra y turba, y dedicaban el resto del anyo a cazar y pescar. Muchos de ellos siguen cazando y pescando, especialmente en esta costa oriental, pero ahora también tienen alcohol y estadísticas. A los borrachos los vemos por la calle y en las estadísticas leemos que los inuit de Ammasalik se suicidan veinte o treinta veces más que los europeos.

Tuvimos que quedarnos en la aldea de Kulusuk tres días más de lo previsto. Y ahora tenemos que esperar dos días más al avión que nos lleve de vuelta a Islandia. En esta semana y pico groenlandesa hemos hecho excursiones preciosas a pie y en trineo, hemos paseado por Kulusuk y Ammasalik, hemos charlado con los vecinos, hemos cenado con ellos, hemos visto entrenamientos de fútbol y hemos contemplado la vida del pueblo. Seguimos con la mandíbula colgante ante este mundo tan extranyo, tan duro y tan seductor para el visitante. Pero ahora, en apenas un par de días de nevadas y ventiscas que nos impiden movernos o salir de aquí, sin planes y con muchas horas muertas por delante, y cómodamente instalados en un hotel pagado por la companía aérea, experimentamos una minúscula parte de lo que supone el acorralamiento del clima y la geografía groenlandesa. Estas condiciones explican muchas de las tragedias groenlandesas, pero estas condiciones han existido siempre. Lo que ocurre es que los inuit de la costa este han vivido una revolución brutal. Nunca se habían encontrado con los europeos hasta 1884. Entonces eran cazadores prehistóricos y apenas cien anyos más tarde sus bisnietos viven en plena globalización: reciben turistas, ven la tele por satélite, se asoman a internet, compran en supermercados, buscan trabajos en las ciudades y en el extranjero. Evidentemente disfrutan de muchas ventajas y han mejorado su calidad de vida en muchos aspectos, pero un cambio tan drástico ha dejado un reguero de víctimas por el camino. El alcoholismo, los suicidios, el desarraigo y la desesperanza de muchos inuit no puede explicarse sin tener en cuenta esa revolución, ese aterrizaje forzosísimo en un mundo tan distinto. Los detalles quedan para otro texto, quizá para un futuro reportaje, pero por ahora nosotros hemos entendido un poco mejor uno de los factores del drama inuit, y eso que estamos en un hotel: un par de jornadas más encerrados aquí por el hielo y el viento de Groenlandia, sin nada que hacer en todo el día, y empezaríamos a abrir botellas de vino como locos.


(PD: Colgar las fotos es un poco complicado. Ya pondré algunas a la vuelta).

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.