lunes, 30 de junio de 2008

Javier Olabe

El jueves murió Javier Olabe, a los 28 años. El mazazo nos dejó doblados. Ahora, después de unos días, después del repaso de algunos recuerdos, el asombro doloroso por su muerte se convierte a ratos en asombro gozoso por su vida. Porque Javier fue un chico extraordinario, en el sentido más literal de la palabra, y sus amigos -aunque sean algo lejanos, como yo- nos sabemos privilegiados por haber conocido a alguien como él.

Javier era un chico delgado y pálido, con una salud frágil, sufría asmas y problemas respiratorios. De él me queda una imagen: sus carcajadas quebradizas. Imponía el buen humor a la mala salud. Un primer recuerdo: Javier estudiaba primero de Periodismo; su profesor de prácticas -Javier Marrodán, si no me equivoco- se quedó boquiabierto con los textos que escribía y nos los pasaba a los demás profesores. Una de esas prácticas iniciales consistía en describir el recorrido de los encierros de San Fermín. Javier describió los pasos de un sacerdote que iba a administrar el santo viático a un moribundo de la calle Estafeta. El texto, magnífico, parecía escrito por un obispo jubilado o por un autor de hace un par de siglos, no por un chaval de 18 años.

A Javier lo conocí en persona más tarde, en la redacción de la revista Nuestro Tiempo. Supe que era monaguillo de la catedral de Pamplona, que frecuentaba chats en latín y que era dantzari. Poseía un talento y una sensibilidad fuera de lo común, pero si me cayó fenomenal fue porque combinaba una amabilidad exquisita con un humor negro afiladísimo. Nos divertíamos mucho diciendo tonterías y burradas. Él disfrutaba describiendo situaciones tétricas y horteras, como aquel viaje descacharrante de su grupo de danzas a un festival de Campo de Criptana (Ciudad Real), pueblo que él llamaba Campo de Criptonita y del que salieron corriendo mientras les gritaban "¡terroristas!". Recuerdo uno de los mandamientos de su decálogo del esnob, publicado en Nuestro Tiempo: "Cuanto más libanesa sea la película, mejor".

Un par de años más tarde fue alumno mío en la asignatura de Periodismo Literario. Todas las semanas, cuando me enfrentaba a la pila de prácticas que debía corregir, esperaba el momento en que llegara la de Javier Olabe. Solía dosificarla: si me la encontraba antes de tiempo, la apartaba y esperaba a estar cansado de leer y corregir otras prácticas. Entonces leía la suya y me reía como un descosido. Javier respiraba con dificultad pero escribía como una catarata. Guardo sus textos de prosa desparramada, de frases interminables en las que llevaba al lector agarrado con una correa, textos salpicados con incisos que eran bombazos de ironía, adjetivos como dardos, comparaciones que encendían carcajadas. A mí casi me daba vergüenza ser su profesor. Escribía mucho mejor que yo, y yo no sabía hacer otra cosa que corregirle una coma aquí o allá y ponerle nueves y más nueves. Semana tras semana sus columnas eran perfectas, así que una vez le propuse -con poca convicción- que hiciera algo distinto, que cambiara de tono, que se probara en otros terrenos. Me daba remordimientos que las prácticas no le sirvieran para nada, porque él ya iba muy por delante. No deberían haberle cobrado esa asignatura.

Cuando acabó la carrera, ingresó en el seminario. De vez en cuando me escribía una crónica muy divertida de sus supuestas penurias. Estoy seguro de que no tenía ni una queja real, pero se regodeaba: describía habitaciones lóbregas, monjas de apariencia transilvana, pechugas descongeladas que lucían tres falsas incisiones para que parecieran asadas en una barbacoa (pechugas caducadas que llegaban al seminario desde las residencias de Proyecto Hombre: comemos lo que rechazan los yonquis, decía).

Cuando gané el premio Marca, Javier me envió este soneto desde el seminario:

Para Ander, preferido de las musas, implorando su patronazgo.

Cuando sé de tu triunfo literario
por narrar malandanzas de ciclistas
me confieso baldón de deportistas
y comprador del Marca refractario.

Cuando te veo premiado y millonario,
orlado de laureles plus-Marquistas,
te auguro el clamor de las revistas
y se me hace menos triste el seminario.

De lo que hoy son lauros y ovaciones
--Sic transit gloria mundi: todo pasa--
sólo saldrán gusanos empachados.

Si no sabes qué hacer con los millones,
ten presente que en esta santa Casa
comemos los yogures caducados.

Unos días más tarde compré un cargamento de yogures (griegos, cremas, mousses, multifrúticos...) y me acerqué al seminario de Pamplona. Llamé y llamé, pero eran las fiestas de Navidad y los seminaristas estaban de vacaciones en sus casas. Al menos encontré una monja, a la que pude dejar la gran bolsa llena de yogures y una nota para Javier. Unos días más tarde me llegó otro mail suyo:

"Querido y magnánimo Ander,

En primer lugar quiero disculparme por el retraso en agradecerte tus yogures. Como ya te he comentado algunas veces, el seminario no se distingue por la vanguardia tecnológica de sus instalaciones, por lo que tengo que responder el correo de sábado en sábado.

No puedes figurarte el regocijo que causó tu regalo inesperado. A la monja no le hizo muchísima gracia (¿A quién se le ocurre mandarte yogures? ¿No será a tu madre? ¡Con la de yogures que hay aquí! Le comenté que era una broma de un amigo, y se río con la risa de los que celebran los chistes que no entienden para salvaguarda de su honra), pero sí a los seminaristas, no tanto por la paráfrasis erudita tan bien traída que incluiste (la cual, no obstante, a todos gustó), sino por la alegría inaudita de poder comer yogures sin caducar. Así como en torno al roscón de reyes se crea una atmósfera angustiosa de ruleta rusa, alrededor de tu pila de yogures se formó un silencio reverencial y obsequioso, natural por una parte en quienes cotidianamente tratan con lo sagrado, pero excesivo para cualquiera que no estuviera avisado de la precariedad de nuestra dieta. Repuestos del estupor y después de proclamar, entre alborozados e incrédulos, las fechas de caducidad que nos sonreían desde el futuro, dimos cuenta de los yogures. Estaban muy ricos. Tuvimos la precaución de comer con cautela los yogures "bio", ya que después de dos años de tomarlos caducados, con sus bífidus muertitos, una ración de microbios activos tendría en nosotros efectos impensados y seguramente nocivos".

En los últimos tiempos Javier pasaba unos días a la semana en la parroquia de Bera. Le prometí que un sábado iría a comer con él. Cuando le escribí para concretar la cita, me contestó que había dejado de ir a Bera por algún problema de salud. Aquel encuentro quedó colgando.

Hace unos meses volvimos a escribirnos. Recordamos sus columnas y quedamos en que yo publicaría algunas en este blog. No lo he hecho. Lo haré en los próximos días. Os aseguro que nos vamos a reír mucho.

Gracias, Javier. Descansa en paz.

sábado, 28 de junio de 2008

jueves, 26 de junio de 2008

Europopa

1. Ayer recordé que cada vez que salía en la tele la selección soviética mi padre decía: "¡Cucurrucucú, paloma!". Tardé unos años en entenderlo y ahora me da mucha risa.



2. Me da mucha risa ver a los borbones en la tele. Nadie ha llegado tan lejos como el fútbol -ni eljueves ni anasagastis ni llamazares-, nadie se había atrevido a retratarlos como puras mascotas. Pues así los sacan: dan saltitos, ríen, agitan los puños, se abrazan... Los periodistas los entrevistan como si entrevistaran a un teletubbie ¡y hasta les dicen que dan suerte! Sólo les falta pasarles un billete de lotería por la chepa. "¡Qué humano todo!", acaba de decirles un periodista castaño a sus altezas los príncipes.


3. Me he reído con Eurotropa, de Alberto Moyano, y no me he reído con las metáforas del fútbol, de Arcadi Espada.

miércoles, 25 de junio de 2008

La costa vasca a pie


"La costa vasca traza un arco de 225 kilómetros, una especie de cuenco en el que se recogen las últimas olas del Golfo de Vizcaya. Aquí termina de romper el océano, ese elemento caprichoso que a veces acaricia y a veces golpea, que alimenta pero hiere, que abre una ruta a la fortuna y otra a la desgracia.

Los vascos, como tantos otros pueblos, tuvieron que aprender a manejarse con el mar, a conocerlo y a hacer tratos arriesgados con él. Desde los habitantes prehistóricos, que descifraron las respiraciones del océano y aprovechaban las mareas bajas para recolectar marisco, hasta los marinos que se embarcaron en las prodigiosas expediciones a Terranova, cientos de generaciones se empeñaron en dominar las aguas. El hombre de Jaizkibel, hace 8.000 años, ya se aventuraba un par de kilómetros mar adentro para pescar. Sus descendientes siguieron explorando la costa: las calas, los peñascos, las corrientes, los oleajes. Los romanos establecieron rutas regulares por el litoral, industrias de salazón y un gran puerto como el de Oiasso. Los normandos legaron las técnicas navales más avanzadas. En un empeño de siglos los vascos aprendieron a trazar caminos sobre el océano, y todos los saberes cuajaron en la época de los grandes descubrimientos: de este pequeño tramo de costa salían los mejores barcos y los mejores hombres a cazar ballenas, a pescar bacalao, a traer galeones cargados de cacao y tabaco, a la rapiña de las conquistas y las guerras, a lanzar expediciones corsarias para defender los botines propios y atacar los ajenos. Siglos más tarde, los mismos puertos vieron zarpar la miseria de los emigrantes y la riqueza del hierro. En definitiva, el mar fue la puerta de los vascos para salir al mundo. Y la costa, esa línea de 225 kilómetros, era el umbral desde el que oteaban un horizonte plagado de promesas y amenazas.

Caminaremos durante trece jornadas por ese umbral, desde la desembocadura del río Atturri hasta el promontorio rocoso de El Covarón...".

Son los primeros párrafos de la presentación del Trekking de la costa vasca. Es decir: la costa vasca a pie, la serie andarina que he preparado para la revista Euskal Herria. (Podéis leer la presentación completa aquí: Viaje por el umbral de los vascos).

En el número 34 de la revista (junio-julio, está ahora en los quioscos) aparece la presentación del proyecto y la descripción de las cuatro primeras etapas, con fotos de Alberto Muro:

1. Bayona-San Juan de Luz.
2. San Juan de Luz-Hondarribia.
3. Hondarribia-Pasajes de San Juan.
4. Pasajes de San Juan-San Sebastián.

En los siguientes tres números se publicarán el resto de las etapas por Guipúzcoa y Vizcaya. Y en diciembre saldrá el libro con el recorrido completo. Que aproveche.

martes, 24 de junio de 2008

Calentamiento global (2): ovejas y pingüinos

Ojo a este hecho, quizá atribuible al calentamiento global: en Groenlandia hay muchas más ovejas que pingüinos. ¿Lo sabíais?

Merece pasar al catálogo de los datos tontos para cenas raras.

lunes, 23 de junio de 2008

Calentamiento global: se derriten los cerebros


Dos osos polares llegan a Islandia, flotando en hielos a la deriva, los islandeses los matan a tiros y algunos periodistas descubren otra señal del apocalipsis: ¡el cambio climático! "Tiroteados por el deshielo", titulan en Público. Y dicen que el oso tiroteado es "uno de los últimos signos del calentamiento del planeta".

Un blog de Greenpeace
dice que el cambio climático produce "estos hechos hasta ahora imposibles" (hechos imposibles: la llegada de osos a Islandia).

Pues bien. Esos "hechos imposibles" son hechos bastante habituales. Ahora y hace siglos. Los osos polares llegan con cierta frecuencia a Islandia, flotando sobre hielos a la deriva y nadando en los últimos tramos. En la costa norte abundan los testimonios de ataques de osos polares. En uno de los pueblos de la zona exhiben uno cazado en el siglo XIX. Los dos últimos de los que se tenía constancia fueron abatidos en 1988 y 1993. De hecho, existe una ley islandesa que permite la caza del oso cuando amenaza a personas o a ganado. Sería una ley muy curiosa, si realmente en ese país nunca hubieran visto un plantígrado. Quizá el deshielo del Ártico favorezca la llegada a Islandia de más osos de lo habitual, es posible y hasta probable, pero en las noticias no he leído ningún dato acerca de esta hipotética tendencia.

Repito lo que dije en el anterior texto, el del fracaso periodístico: un periodista que trabaja con símbolos hace literatura o hace sermones, pero no periodismo. El periodismo trabaja con hechos. En este caso, algunos periodistas han trabajado con símbolos. Han escrito sermones. Tenían una idea preconcebida (hay señales catastróficas del calentamiento global por todas partes) y han encontrado un símbolo dramático (el oso polar abatido) para exponer su idea. Han sido capaces hasta de imaginarse las razones del oso para viajar: no encontraba comida y tuvo que emigrar, dicen. Pero en realidad no sabían nada sobre el oso. Es como si yo hubiera escrito un reportaje sobre el drama de los emigrantes, basado en la terrible historia de los ocupantes de ese coche jordano del que no sé absolutamente nada.

El calentamiento global, un tema científico muy serio y muy complejo, se ha convertido en un sermoncillo de moda. El calentamiento global es un mantra que vale para echar la culpa a los demás y absolverse uno mismo. Al parecer, lo primero que derrite el calentamiento global es el rigor y el sentido crítico.

jueves, 19 de junio de 2008

Un fracaso periodístico


Este coche pertenecía a una familia que en mayo del año 2001 esperaba en el puerto de Áqaba (Jordania) para embarcar y cruzar el mar Rojo hasta Nuweiba (península del Sinaí, Egipto). Es la última imagen que ponemos en las proyecciones de diapositivas de Pangea (el viaje por la depresión más profunda de cada continente, es decir, los sótanos del mundo).

Durante una hora, la proyección muestra los recorridos que hicimos por el oeste de Estados Unidos, Australia, la Patagonia argentina, Rusia, Jordania y Yibuti. Es un repaso de los nueve meses de aquel viaje múltiple, con paisajes espectaculares y unas cuantas historias humanas potentes. Muchas veces, al acabar la charla y empezar el coloquio, algún espectador solía decirnos: menudo viaje, qué aventuras habéis pasado...

Josu y yo intentábamos poner la aventura en su justa medida. Por eso decidimos terminar la proyección con esta foto. Para explicar que nosotros viajamos por voluntad propia, por una decisión libre, y que no hay ninguna aventura comparable a la de aquellos que tienen que viajar por obligación, empujados por una guerra, una hambruna o una vida miserable. Por muy dura que sea cualquier expedición -cruzar Groenlandia, escalar la cara norte del Eiger o caminar por el desierto-, encoge hasta el tamaño de un capricho cuando se compara con la aventura forzosa de un cayuco o con la de una familia que sale corriendo de su casa sin saber adónde ir. Para nosotros el viaje es una actividad de placer. Para la mayoría de los viajeros del mundo (millones de emigrantes, desplazados, refugiados) el viaje es una desgracia.

Es una reflexión comodona y que no nos exige nada, pero nos parece necesaria y seguiremos rematando las charlas con ella.

Ayer terminé de soltar este sermón en la casa de cultura de Pasajes Antxo y me quedé tan antxo. Entonces una señora mayor levantó la mano y preguntó:

-¿Los del coche eran una familia muy numerosa?

Le respondí que no me acordaba muy bien. Eran jordanos que emigraban a Egipto pero no me acordaba de nada más. No sabía si tenían muchos hijos, por qué viajaban, adónde iban, en qué pensaban trabajar... La señora quería conocer los detalles, se preocupaba por ellos. Me di cuenta de que realmente yo no sabía nada sobre los protagonistas de aquella fotografía.

La foto me viene bien como símbolo de los emigrantes y los exiliados, seguiré usándola en las charlas, pero desde ayer es para mí el recuerdo de un pequeño fracaso periodístico. En el puerto de Áqaba tuve delante de mis narices una historia probablemente muy valiosa de la que desconozco todo. Sería por cansancio, por timidez, por desgana (las principales razones de las pifias de los periodistas). Sería por lo que fuera, pero ahora sólo tengo un símbolo. Y el periodista que trabaja con símbolos hace literatura o hace sermones, pero no periodismo. El periodismo trabaja con hechos. Y yo no puedo contar ni uno solo sobre la historia de ese coche.

miércoles, 18 de junio de 2008

Que aproveche (actualización)

J. es un kakalardo.

Y Paco recupera uno de sus greatest hits: no leáis las explicaciones de los primeros párrafos si no queréis, saltad hasta el título que dice La frontera y leedlo, leedlo.

Que aproveche

Puestos a arruinar el país leyendo blogs, al menos leamos los buenos. Aquí van cinco maravillas publicadas en los últimos días.

-Forbes, de J.

-Memoria y aprendizaje del dolor, de Eresfea.

-La noche encima, de Paco Sánchez.

-Caravinagre ha descubierto un secreto ártico: Josu, el kivigtok.

-Y el portentoso Zigor sigue explicándonos Asia (un reportajazo cada cuatro o cinco días). Esta vez: Mongolia se desintegra. Una joven mongola clava esta frase tremenda sobre sus padres: "Sólo viven cuando están borrachos".

martes, 17 de junio de 2008

Este blog cuesta nueve kilos al año


Sigo pensando en las estadísticas de este blog. Según StatCounter, recibe la visita de 100-120 personas diarias, que suman unas 140-160 visitas (porque algunos repiten, claro). Los datos sobre el tiempo que permanecen los visitantes son muy poco precisos, y tampoco se puede saber con detalle qué hacen mientras están en el blog (dejarlo abierto y buscar en Google páginas sobre fútbol y penes, seguramente). Con los datos que da StatCounter, calculo muy a ojo que entre todos los visitantes sumáis unas 20 horas al día dedicadas a este blog.

Calculo que la mitad de vosotros os conectáis desde el trabajo (las visitas caen en picado los fines de semana: 40-50 visitantes los sábados y domingos). Así que de esas 20 horas diarias, hay unas 10 horas de trabajo perdido. En España, el coste medio de una hora de trabajo ronda los 15 euros (no es lo que un trabajador gana, sino lo que un trabajador cuesta: el sueldo más las vacaciones más las cotizaciones...).

10 horas de trabajo perdido x 15 euros/hora: la existencia de este blog supone unas pérdidas diarias de 150 euros para la economía general (4.500 euros al mes, 54.750 euros al año).

Je. Ahora vamos y le echamos la culpa de la crisis a los jeques del petróleo, al euríbor, a Solbes y al aumento de precios del cereal por el auge de los biocombustibles.

lunes, 16 de junio de 2008

Lección populista de geología islandesa

Pensaba publicar una disertación sobre geología islandesa, con sus placas tectónicas, su magma, sus fallas, sus terremotos, sus volcanes, sus géiseres, sus fumarolas.


Pero las estadísticas del blog me han hecho pensar. En los últimos días se ha disparado el número de visitas, ha aumentado la participación, se percibe el entusiasmo de los lectores. Y esta efervescencia coincide con la aparición de dos temas: fútbol y penes.

Tomo nota. No dudo, mis queridos lectores, de que os interesan cuestiones de hondo calado como la situación social groenlandesa, la exportación de cabezas de bacalao a Nigeria o la caza de ballenas en Islandia. Pero una vez comprobados cuáles son los asuntos más atractivos para vosotros (repito: fútbol y penes), supongo que debo adecuar los contenidos del blog a vuestras inquietudes. Por eso, con el noble afán de divulgar los apasionantes misterios de la geología entre el público más amplio posible, y despreciando el peligro de un deslizamiento por las irresistibles pendientes de la chabacanería, he decidido que estas fotografías serán para vosotros la explicación más memorable sobre las fumarolas de Islandia.





jueves, 12 de junio de 2008

El rey del pitilín


-¿Sabe usted si en España siguen utilizando penes de toro para fabricar fustas?

Creo que es la mejor pregunta que me han hecho nunca. Confesé mi ignorancia en tan apasionantes cuestiones y Sigurdur Hjartarson, autor de la pregunta, director del Museo Falológico de Islandia, me enseñó el pene. El del toro. El que se usa como fusta. El que le regalaron hace 34 años y con el que empezó su sobresaliente colección.

Por aquel entonces Sigurdur era un historiador que daba clases en un instituto de bachillerato islandés. También fue profesor en la universidad, donde se especializó en historia latinoamericana, y vivió una temporada en México. Habla un español muy fluido y en este idioma conoce muchos sinónimos de la palabra falo. La fusta se la regalaron los padres de un alumno y entonces, en 1974, Sigurdur empezó a interesarse por los penes ajenos. Recopiló ejemplares de diversas especies y en 1997 abrió un museo en Reikiavik, la capital de Islandia. En 2004 se jubiló y se trasladó a Húsavík, una pequeña ciudad de la costa norte, donde inauguró la nueva sede del museo, que recibe a unos 6.000 visitantes anuales ("gente inteligente, de buen humor y en su mayoría mujeres", dice).

La Faloteca cuenta con un director y muchos miembros. Más de 170: falos de ballenas, osos polares, focas, morsas, toros, ratones, incluso uno de elefante, el único que Sigurdur tuvo que comprar. Los demás son donaciones de pescadores, cazadores y biólogos. El del elefante, por su palmaria contundencia, es uno de los más admirados y fotografiados.


También suscita muchos comentarios el pene del cachalote, el más largo de todos con 1,70 metros (lo podéis ver en la primera foto de la entrada anterior). Y en el otro extremo del espectro falológico se encuentra el pene de un hámster, que mide un par de milímetros y debe contemplarse con lupa.

En un punto intermedio, más cerca del hámster que del cachalote, quedan los penes humanos. Por ahora el museo no exhibe muestras reales pero sí réplicas plásticas de cuatro falos, cuyos dueños se han comprometido a donarlos cuando mueran. El donante que parece con más posibilidades de estrenar el apartado humano es Páll Arason, un islandés de 93 años. Arason, orgulloso de sus hazañas sexuales, pensó que exhibir su pene en el museo le aseguraría una fama eterna. Pero ahora tiene dudas, según el director del museo, porque al parecer el miembro se le va encogiendo con la edad y teme que el resultado final no rinda justicia a las propiedades que durante tantos años le dieron cierto prestigio en Islandia. De hecho, la extirpación del pene es una de las preocupaciones del director Sigurdur: debe cortarse rápidamente, en cuanto muera el donante, y debe bombearse sangre para mantenerlo erecto, un detalle en el que los donantes han insistido mucho.

Los otros donantes son un británico, un alemán y un jovial estadounidense que responde al nombre de Stan Underwood, de 62 años, quien regaló al museo una réplica de su pene, a la espera de que le llegue su hora y el falo real viaje hasta Islandia, ya separado de su propietario. Junto al pene de plástico, una fotografía enmarcada muestra al señor Underwood desnudo, sentado en una banqueta, risueño, luciendo un pene cacahuetesco y arrugadillo -quizá encogido por la solemnidad del momento-. Parece que la foto tampoco hace justicia, porque el documento de donación describe algunos detalles excepcionales de la biografía del pene y de su propietario.

El pene, bautizado por su propietario como Elmo, fue donado al museo en noviembre de 2002. Según el acta de donación, Elmo consta de pene, testículos, escroto y vello púbico. Su propietario es Stan Underwood, nacido en 1946 en Denver (Colorado, Estados Unidos), de raza caucasiana, con antepasados ingleses e irlandeses y alguna gota de sangre cheroki. Underwood fue circuncidado al nacer. Durante la madurez, su pene erecto alcanzaba los 19 centímetros de largo, 5 de ancho y 16 de perímetro. Ha tenido tres esposas y es padre de un hijo y una hija. A principios de los años 80, el señor Underwood posó desnudo reiteradas veces como modelo fotográfico. En esa época se fabricó un molde de su pene que tuvo una amplia difusión comercial: cientos de miles de copias de látex se distribuyeron por todo el mundo.

En cuanto al pene, el acta de donación detalla que fue tatuado repetidas veces entre los 25 y los 53 años. Tiene dos pequeños piercings en la parte inferior del glande. El señor Underwood se fracturó la fascia en dos ocasiones distintas (el tejido interior que une las dos cámaras de erección), a causa de torsiones bruscas durante sendas erecciones. La uretra fue ensanchada y uno de los rasgos más destacables -y celebrados por sus tres esposas- es el gran tamaño de su escroto. La descripción termina con esta nota: "Se cree que palpar uno de los testículos del señor Underwood da buena suerte".

Estos son los planes: "Actualmente los mencionados genitales (Elmo) están adheridos al señor Underwood, aunque pertenecen a Catherine Blumenstine, señora de Underwood, quien se compromete a extirparlos del cuerpo del señor Underwood cuando éste muera, a preservarlos y a enviarlos al Instituto Falológico Islandés. Antes de enviarlo, la señora Blumenstine podrá disponer de Elmo durante unos años y disfrutarlo en la intimidad de su hogar".

Sigurdur, ansioso por completar el muestrario, espera con ilusión el día en que el cartero llame a su puerta y le entregue un pene humano erecto y disecado.

(En la primera foto: Sigurdur Hjartarson, director de la Faloteca, con su teléfono (¿pollafone?). En la entrada del museo pueden contemplarse objetos de madera con forma de pene tallados por el propio Sigurdur: el teléfono, la caja registradora, huchas, saleros, martillos, ceniceros... También se exponen objetos faloformes recopilados por todo el mundo, como palos de golf con cabeza de pene o botijos de Ciudad Real con la forma de un guardia civil presentando armas. La hija de Sigurdur, artista de la pintura, la cerámica y el vidrio, también ha elaborado una amplia gama de recuerdos para el visitante, como las maravillosas lámparas hechas con escroto de toro que podéis ver en la tercera fotografía del texto anterior).

miércoles, 11 de junio de 2008

Adivinanza: un museo islandés

Hace 40 años los padres de un alumno le regalaron el primer ejemplar, que servía como látigo. Desde entonces el profesor Sigurdur Hjartarson fue ampliando su colección y en 1974 abrió un museo en Reikiavik. Al jubilarse, trasladó el museo a la pequeña ciudad de Husavik, en el norte de Islandia, donde exhibe más de 170 ejemplares. ¿A qué está dedicado el museo?





lunes, 9 de junio de 2008

Me quedé tupilak

En el minuto 92 me quedé así:


Y en el minuto 94, así:



Intento ser racional. Sé que es un disgusto estúpido: esos dos goles de última hora no afectan a nada importante de mi vida; es más, no creo que sean realmente importantes para casi nadie. Mi lado racional lo tiene muy claro. Es una tontería preocuparse por un resultado de fútbol, es una frivolidad, una reacción inmadura y vergonzosa. Por supuesto. Ya. Claro. Clarísimo. Pero no consigo explicarme el vuelco que me dieron las tripas en el minuto 92, ni el nudo en la garganta del minuto 94, ni el amargor que arrastro desde entonces.

El fútbol debería importarme un pimiento: no me parece un espectáculo demasiado atractivo; las habituales artimañas de los jugadores durante los partidos me ponen de mala leche; muchos de los personajes que pululan por ese mundo me dan grima; las subvenciones públicas a los equipos de élite y los chanchullos financieros de los clubes me parecen un escándalo. No me tengo por futbolero y no se me ocurre ningún argumento que oponer contra las críticas a la desmesura de este deporte.

Pero no sólo me alegro y sufro con los resultados de un equipo -más sufrimientos que alegrías en los últimos veinte años- sino que encima pago una cuota anual para asistir cada quince días al estadio. Y ayer pasé dos horas como un flan delante de la tele. Hay empresas y países que compran el derecho a emitir gases contaminantes. Al pagar la cuota del fútbol, yo siento que pago una multa voluntaria, compro el derecho a vivir con estas contradicciones, cumplo con mi cuota de gregarismo. Es una manera de desahogar inofensivamente el instinto tribal.

Me pregunto de dónde viene ese instinto, por qué resiste contra toda lógica. Como es un impulso anterior a la razón, supongo que de pequeño debí de caerme en alguna marmita de poción blanquiazul. Entonces me acuerdo de esta foto y ya entiendo lo que me pasa.





jueves, 5 de junio de 2008

El regreso de Josu a Groenlandia

Todos tenéis en casa un mapa del interior de Groenlandia: basta con que miréis un folio en blanco. El 85% de esa gigantesca isla está cubierto por una capa de hielo que alcanza los tres kilómetros de grosor, una inmensa desolación en la que no existe ninguna referencia. En 1988, Josu Iztueta cruzó esquiando el casquete groenlandés con cuatro compañeros: Dina Bilbao, Ángel Ortiz, Nekane Urkia y Txiki Plazas. Entre la costa este y la costa oeste, recorrieron 600 kilómetros por una superficie helada, con vendavales, tormentas y temperaturas de 36 bajo cero, sin mapas, sin GPS, sin radio, sin teléfono, sin más referencias que las de una rueda de bicicleta con cuentakilómetros (para calcular la distancia recorrida cada jornada) y las de un sextante (un aparato para medir el ángulo entre el sol y el horizonte, que permite calcular aproximadamente la latitud). El esfuerzo físico fue tremendo, pero nada más terrorífico que el aislamiento total: si no llegaban a su destino, nadie sabría dónde estaban y ellos no podrían mandar ningún aviso. Así pasaron 34 días fuera del mundo.

A los más flojos nos bastaría la primera pega de aquella expedición para quedarnos en casa: en cuanto me dijeran que durante un mes sólo iba a comer puré de patatas, jamón york y galletas con mantequilla, me negaría a ir.

Yo tenía dos razones para viajar a Groenlandia: la primera, conocer Groenlandia; la segunda, asistir al regreso de Josu Iztueta a Groenlandia veinte años después. En Islandia no encontramos el mensaje que Agustín Egurrola dejó en un volcán hace cuarenta años, pero en Ammassalik sí dimos con los chavales inuit que Josu y sus compañeros conocieron y fotografiaron en 1988. Aquí tenéis una imagen de la escuela de Ammasalik hace veinte años:


Josu -con el mismo abrigo que en 1988- llevó un montón de copias de esta foto, con la idea de localizar a esos chavales veinte años después. Un domingo nos acercamos a la iglesia de Ammasalik y al final de la misa buscamos a jóvenes que rondaran la treintena para enseñarles la foto y preguntarles si reconocían a alguien.

A la primera, bingo: Konrad Larsen, el chavalín que aparece vestido de rojo en la fila de los que están de pie, es ahora un padre de familia de 31 años, éste que veis aquí:


Konrad identificó a casi todos los niños de la foto y escribió sus nombres en un papel. Suenan como un poema: Nuka Utuaq, Otto Larsen, Lund Kucho, Rita Kurtse, Marie Heimer, Pandita Singartod... Una de las niñas se llama Asta Hoy, y así parece que se ha seguido llamando todos los días durante los últimos veinte años. Mis nombres favoritos son Ardi Kuko y Odin Mikiki.


Konrad nos contó que Lund, Ketty y Ardi viven en Dinamarca, que Rita y Asta viven en Nuuk (la capital de Groenlandia), que una de las chicas murió, que Jakob Bianco es profesor en la misma escuela de Ammasalik. Al día siguiente, otra vez en la iglesia, encontramos a Jakob Bianco. Josu le dio las copias de la foto y él prometió repartirlas.


Esta es la pequeña historia de un reencuentro groenlandés. Y otra muestra de la chispa de Josu.

Dani-Caravinagre, que nos acompañó en Groenlandia y conoció a Josu sobre el terreno, se pregunta en qué fuente de la juventud bebió este hombre para ser tan "curioso insaciable, hábil y jovial". Cada cana de Josu, dice Dani, vale por cien vidas.

Ya hablé de esto y ahora sólo añadiré un detalle. Después de visitar Groenlandia, Josu y yo dimos una vuelta a Islandia en un cochecito alquilado durante un par de semanas. No pasaban diez kilómetros sin que Josu parara el coche: mira, allí hay un panel que explica cómo se formó este desierto de lava y las columnas de basalto; mira, allí hay un recinto muy curioso en el que cada pastor de la zona mete sus ovejas cuando van a esquilarlas; mira, por esta pista podemos ir a la granja más alta y más aislada de Islandia; mira, allí hay un museo muy interesante sobre los glaciares... Para mí era la primera visita a Islandia, un país que me ha fascinado, pero a veces viajaba medio dormido, cansado o despistado. Josu estaba en alerta constante, no dejaba escapar ni el más pequeño detalle del paisaje, de los pueblos, de la gente. Y era su novena vuelta a Islandia en cuatro años.

Cuando estoy con Josu Iztueta o con Agustín Egurrola, pienso que ya me gustaría a mí llegar a los 50 años o los 74 y ser capaz de hacer las cosas que hacen ellos. Luego pienso que ya me gustaría a mí hacer las cosas que hacen ellos... ahora mismo, con mi edad.

martes, 3 de junio de 2008

"Si no hubiera actos de bondad en las guerras, me habría retirado"

Los lectores de El País digital preguntan a Gervasio Sánchez, corresponsal de guerra y fotógrafo. Sus respuestas son una lección de periodismo y vida, desde la primera línea hasta la última. Leedlas, leedlas, merece la pena.

Aquí van unos extractos.

"Cuando yo era muy joven creía que la guerra era apasionante, una gran aventura. Muy pronto descubrí que la guerra es el fracaso absoluto del Hombre y que si uno acude debe hacerlo por razones de peso, quizá por el deseo de documentar esa locura".

"El primer consejo que les daría [a los periodistas novatos] es que no acudiesen a la guerra por motivos pueriles. Un motivo pueril es pensar que la guerra es una aventura o creer que es la mejor ocasión para ganar un premio y consagrarse. Lo mejor es que empiecen documentando lo que ocurre a sus alrededores, las contradicciones que derriten a las sociedades del bienestar".

"No me gusta hablar de lo que las situaciones duras que he vivido. Creo que es parte de la intimidad y me molestan mucho los periodistas que hablan más de sí mismos que de lo que ocurre".

"No me interesan tanto las buenas fotos sino ser capaz de mostrar con fuerza el dolor de las víctimas. Las víctimas también persiguen la felicidad y en sus vidas hay momentos muy bellos al lado de situaciones tristes".

"Quizá sigo trabajando para salvaguardar mi propia conciencia y por desgracia ella nunca descansa".

"Si no hubiese presenciado actos de bondad en las guerras, haría muchos años que me hubiese retirado".



Foto: Gervasio Sánchez (izquierda) con Manu Leguineche, en Brihuega.

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