viernes, 30 de mayo de 2008

Cierra la puerta, que hace terremoto

Parece que ayer a las 15.46, hora islandesa, el encargado del simulador de terremotos de Hveragerdi se dejó la puerta abierta y se le escapó uno de magnitud 6.

Hveragerdi es un pequeño pueblo de 2.000 habitantes en el sudoeste de Islandia, al que llegamos el pasado sábado por la tarde. No es un pueblo turístico pero ofrece un puñado de curiosidades. Las casas están construidas sobre una extensión de lava de hace cinco mil años, en una zona de gran actividad sísmica y en la cercanía de un campo geotermal, del que brotan fumarolas y chorros de agua hirviente. En el suelo de la biblioteca local han dejado un espacio translúcido para contemplar una fisura del terreno: es parte de la grieta que separa la placa euroasiática y la norteamericana. La biblioteca presume de estar construida sobre dos continentes. Los vecinos aprovechan las aguas hirvientes: calefacción gratis para las casas, y calor y luz para los famosos invernaderos de Hveragerdi, donde cultivan toneladas de tomates y otras hortalizas y plantas (ojo al dato: Islandia es el mayor productor europeo de plátanos, si no contamos las Canarias).


El otro atractivo de Hveragerdi es su simulador de terremotos: una sala que tiembla como si la estuviera sacudiendo un seísmo de 6 grados Richter. Cuando llegamos el sábado por la tarde, la sala ya estaba cerrada. Así que nos marchamos sin probar un terremoto gordo.

Ayer, a las 15.46, un terremoto de 6,1 grados Richter con epicentro en Hveragerdi sacudió el sur de Islandia. En el mismo sitio del simulador y con la misma potencia.

Josu y yo estábamos en Tolosa, escuchando la charla del explorador polar Ramón Larramendi (a quien encontramos en Reykjavik), cuando nos llegó un sms de Jesús, uno de los basauritarras que vive en la capital islandesa: terremoto de 6,1 grados, las casas han temblado, todo bien, os lo perdisteis por poco. Josu habló con Lorena, mujer de Miguel, madre de Estrella Björt y cuidadora de media docena de niños en su casa: el temblor fue potente y Lorena salió con las criaturas a la calle, por si acaso.

Dicen las noticias que en las casas de Hveragerdi cayeron cuadros, lámparas y muebles; dos viviendas se derrumbaron en la cercana Selfoss; la gente salió corriendo y gritando a la calle; hubo 28 heridos. Después se registraron diez réplicas superiores a 3 grados. Las autoridades pidieron a la gente que no pasara la noche en casa, por temor a réplicas más potentes, y montaron tiendas de campaña para todos.

También leo que el terremoto se notó en las islas Vestmannaeyjar, donde encontramos los secaderos de bacalao de los que os hablé ayer. Fijaos de nuevo en esas fotos. Menudo arranque para una película islandesa: la tierra cruje, la isla volcánica tiembla, ristras de miles de cabezas de bacalao se balancean y entrechocan en el aire.

(Casos que probablemente ocurrieron ayer en Hveragerdi:

1) Menuda rabia si... Eres un turista. Pagas una entrada para el simulador de terremotos de magnitud 6. Después del simulacro, sales a la calle y te pilla un terremoto de magnitud 6.

2) Menudo mosqueo si... Eres un turista. Pagas una entrada para el simulador de terremotos de magnitud 6. Mientras estás dentro, fuera ocurre un terremoto de magnitud 6. No te enteras. Sales a la calle y te encuentras casas agrietadas y gente gritando y corriendo).

miércoles, 28 de mayo de 2008

Delicatessen


Caminando por los acantilados de Vestmannaeyjar, encontramos dos grandes secaderos. De los postes colgaban ristras de cabezas de bacalao, sólo cabezas, cientos, miles, decenas de miles de cabezas de bacalao. Nos metimos por los pasillos, entre las estructuras de madera. Las cabezas, ya apergaminadas, soltaban un hedor mareante. El viento las balanceaba y entrechocaban con un sonido acorchado.

En el pueblo preguntamos para qué secaban esas miles de cabezas de bacalao: "Para exportarlas a Nigeria. Allí son una delicatessen".




sábado, 24 de mayo de 2008

Josu pasa una entrevista de trabajo a la islandesa

En la bahía de Dritvík encontramos una oficina de selección de personal de hace cuatrocientos anyos: cuatro rocas pulidas de 23, 54, 100 y 154 kilos, que los aspirantes a pescador debían levantar para demostrar sus capacidades.

Dritvík es una cala de arenas negras, custodiada por acantilados de lava, en un rincón perdido del lejano oeste islandés. A pesar de su lejanía, este refugio natural constituyó la mayor estación pesquera de Islandia entre los siglos XVI y XIX. En primavera llegaban a juntarse 50 o 60 barcos de remos y 600 hombres, que compartían una docena de casas de piedra con habitaciones y cocinas, cuyos restos aún pueden contemplarse en las partes más refugiadas de la bahía.

Muchos de los pescadores eran granjeros del interior. En el gélido y oscuro invierno islandés las granjas no dan apenas trabajo (los campos cubiertos de nieve, el ganado recogido en los establos), así que en enero o febrero muchos campesinos buscaban trabajo en la costa. Algunos caminaban por rutas inverosímiles, a oscuras y bajo cero, cruzando campos de hielo y desiertos de lava, con unos zapatitos de cuero de oveja -eran poco más que calcetines gruesos- y llegaban a las estaciones litorales.

En Dritvík debían levantar los pedruscos para conseguir el empleo. Quien quisiera embarcarse como remero y pescador de bacalao -y recibir así un buen sueldo-, debía levantar como mínimo la piedra de 54 kilos hasta una plataforma rocosa a un metro y pico del suelo.

En las fotos, Josu alza esa piedra de 54 kilos y demuestra que podría trabajar como pescador ártico. Yo, con la de 23, confirmo que mis capacidades pesqueras se limitan al pelado de gambas.

(Texto dedicado a Inaki Mendizabal, experto en deporte rural, en cuyo pueblo -Berriatua- utilizarían estas piedrecitas para jugar a pelota mano en el frontón).











jueves, 22 de mayo de 2008

Los consuelos del pirata en Hlidarfjell

En agosto de 1968, Agustín Egurrola dejó una botella con mensaje en la cumbre del volcán Hlidarfjell. Nos lo contó en aquella comida en Tolosa y unos días más tarde envió una carta a Josu con las indicaciones para que buscáramos la botella cuarenta anyos más tarde. Pinchad en la siguiente foto y veréis el mapa de la búsqueda del tesoro. Merece la pena.


Ayer subimos al Hlidarfjell, una pirámide negra de 771 metros que se alza sobre el lago Myvatn y su entorno marciano (conos volcánicos, cráteres despanzurrados, desiertos de lava, lagunas humeantes, campos de fumarolas y sulfataras...). Después de un par de horas de subida por las laderas de riolita del volcán, en la cima no encontramos ningún hito de piedras como el que nos había dibujado Agustín. Sólo había un sismógrafo y algunos amontonamientos de rocas que removimos durante un rato, sin éxito. Nos marchamos pensando que alguna tormenta habría derribado el hito hace décadas y que un vendaval se habría llevado la botella rodando monte abajo o que quizá la teníamos a medio metro de nuestras botas, enterrada entre pedruscos.

Estábamos en una de esas situaciones en las que uno busca consuelo en las metáforas ("el verdadero mensaje de Agustín eran las maravillosas vistas desde lo alto del volcán" y tonterías del estilo) y me acordé de un relato de Slawomir Mrozek. Lo cito de memoria: unos piratas navegan durante meses en busca de un tesoro, pasando mil penurias, y por fin encuentran la isla donde está enterrado. Excavan en el punto indicado, sacan el cofre y al abrirlo descubren una nota: "No hay ningún tesoro, bobos. Que os den por saco". Uno de los piratas dice: "Bueno, el camino es más valioso que la meta, buscar algo es más importante que encontrarlo...". El jefe de los piratas le pega un tiro y lo mata. "Las moralejas están bien", dice, "pero hasta cierto punto".

Pues eso.

Y aquí, algunos consuelos del pirata:




sábado, 17 de mayo de 2008

Heimaey, un pueblo al borde del infierno

El 22 de enero de 1973, el marino Siggi debía zarpar de Reikiavik para navegar hasta la isla Heimaey, en el archipiélago volcánico de Vestmannaeyjar, cerca de la costa sur islandesa, su tierra natal. Siggi, que entonces tenía 38 anyos y ahora 73, nos dice que tuvo un presentimiento. Retrasó el viaje.

A las 2 de la madrugada del 23 de enero, en el este de la isla Heimaey la tierra crujió, se abrió una grieta de 1.500 metros de longitud y brotó una muralla de fuego de docenas de metros de altura. El nuevo volcán explotó muy cerca del pueblo de Heimaey, el único del archipiélago, y esa misma madrugada consiguieron evacuar a los 5.000 habitantes en barcos y helicópteros hasta la costa islandesa. Dentro de la desgracia tuvieron una suerte milagrosa: aquella noche no soplaba viento en Heimaey, la tierra más ventosa de toda Islandia, que ya es decir.

Siggi recibió la noticia en Reikiavik. Al día siguiente navegó hasta la isla para ayudar en el rescate de coches, muebles y toneladas de pescado, antes de que la lava los devorara. El tercer día empezó a soplar viento del este: sobre el pueblo cayeron bombas de lava y oleadas de cenizas ardientes. En las siguientes semanas la lava incandescente fluyó hacia el pueblo y sepultó casi cuatrocientas casas. Otras muchas se incendiaron o se derrumbaron por las toneladas de ceniza que se acumulaban sobre los tejados. Heimaey contaba con una de las mayores flotas pesqueras de Islandia y muchos barcos se hundieron por el peso de la ceniza. Una capa de cuatro metros cubrió el pueblo entero. Una brigada de bomberos y voluntarios apuntalaba las casas, retiraba la ceniza de los tejados y lanzaba agua de mar a las lenguas de lava con docenas de mangueras a presión, para frenar su avance y evitar que taponara la boca del puerto y destruyera sus instalaciones. La lava se paró 175 metros antes de alcanzar las montanyas que cierran el puerto en la orilla contraria. Desde entonces, el puerto de Heimaey cuenta con una bocana estrecha y un refugio mucho mejor.

La erupción continuó durante cuatro meses. La lava expulsada formó una montanya de 205 metros (el Eldfell) y amplió un tercio la superficie de la isla (una manera bastante bestia de recalificar terrenos, pero seguro que algún concejal mediterrráneo toma nota de la idea).

Con el pueblo destruido y la isla cubierta de cenizas, se planteó la posibilidad de abandonar la isla para siempre. Pero los vecinos se negaron. Trabajaron durante meses para limpiar, desescombrar y reconstruir. Sembraron las laderas negras con semillas y las fumigaron con fertilizantes. Acondicionaron la nueva entrada del puerto. Siggi recuerda esa época como una temporada feliz: un punyado de islenyos tercos arrimando el hombro para resucitar el pueblo contra la opinión mayoritaria y sensata. Durante la reconstrucción llegaron voluntarios de 19 países, celebraron festivales de música, montaron obras de teatro.

La nueva Heimaey es una pequenya ciudad pesquera, próspera, animada. Y sobre todo valiente y testaruda: las nuevas villas se levantan en el borde de una gigantesca escombrera negra que aún humea y los ninyos de la escuela cuecen pan con el calor de la lava bajo la que yacen las casas de sus padres y abuelos.

(Las fotos las sacamos ayer, cuando Josu y yo dimos la vuelta a la isla de Heimaey caminando en tres horitas y pico.

1): Imagen desde la cumbre del Eldfell, el volcán de 205 metros que brotó en la erupción de 1973. Se ven las coladas de lava que sepultaron casi todo el pueblo viejo y estuvieron a punto de taponar el puerto.



2)Escombrera de lava enfriada (o aún templada). Debajo están las casas sepultadas en 1973.



3) Colorines desde la cima del Eldfell.

jueves, 15 de mayo de 2008

Desayuno y cena

Un detalle que olvidé incluir en el texto de ayer y que probablemente explica muchas cosas sobre el drama inuit del alcoholismo, los suicidios y la desesperanza. Cuando se les pregunta sobre sus suenyos, los adolescentes de la escuela de Ammasalik -muchos de ellos, hijos de cazadores de focas y osos- responden que quieren ser policias o profesores y bastantes responden que quieren ser millonarios y marcharse de Groenlandia.

***

Esta manyana, en el camping de Reykjavik, Josu se ha encontrado con Ramón Larramendi, el mayor explorador polar espanyol. Mirad, mirad. Cenaremos con él. Me temo que la cena se va a quedar fría.

Ginebra con hielo

(Después de retrasos y mareos diversos, después de incertidumbres meteorológicas que nos hacían pensar en una forzosa semana extra en Groenlandia, acabamos de regresar a Reykjavik con casi tres días de retraso. O con sólo tres días de retraso, según se mire. No problem. El texto que sigue es del pasado lunes, cuando nos quedamos en tierra y nos alojaron en un hotel, un texto que no he conseguido colgar hasta ahora).

En mayo, en Ammasalik, la luz solar permanece veinte horas, las temperaturas superan los cero grados casi todo el día, el mar empieza a agrietarse y descongelarse, los cazadores de focas reanudan sus batidas. En las montanyas emergen las rocas, los líquenes, algunos matojos de hierbas pajizas que no hacían la fotosíntesis desde septiembre. La capa de tres, cuatro o cinco metros de nieve que sepulta el pueblo va fundiéndose y asoman cosas olvidadas hace meses: los caminos de tierra, el embarcadero, el campo de fútbol cenagoso, las bicicletas y los camioncitos de plástico abandonados por los ninyos, las cajas, los bidones y las bolsas desparramadas, miles y miles de colillas, un ataúd a medio terminar, pedazos de foca pestilentes, y a veces también suele aparecer bajo la nieve aquel vecino que salió a comprar ginebra en octubre y no volvió a casa.

Por todas partes aflora una especie que ha colonizado rápida, minuciosa y exitosamente el ecosistema groenlandés: la lata de aluminio. En mayo, los pueblos aparecen sembrados de miles de latas verdes y brillantes de las cervezas danesas Tuborg y Carlsberg. Es tiempo de cosecha: algunos ninyos recorren el pueblo recogiendo las latas. Les pagan cinco coronas danesas (0,60 euros) por kilo.

Georg Utuaq, el cazador de focas y guía de turistas, nos ofreció un argumento principal para que nos alojáramos en su casa: "En mi familia no hay problemas ni violencia, no somos alcohólicos". Este detalle es una ventaja comparativa en un pueblo devastado por la bebida. En las calles se ven día y noche borrachos que se tambalean, gritan a todo el que pasa o caen y se duermen en el hielo.

A Lars Peter, el director danés del colegio de Kulusuk, le preguntamos por el tiempo libre de los inuit: "Juegan a cartas y se emborrachan". Eso es en invierno. En verano no juegan a cartas. Hace pocas décadas los inuit pasaban el invierno en sus casas de piedra y turba, y dedicaban el resto del anyo a cazar y pescar. Muchos de ellos siguen cazando y pescando, especialmente en esta costa oriental, pero ahora también tienen alcohol y estadísticas. A los borrachos los vemos por la calle y en las estadísticas leemos que los inuit de Ammasalik se suicidan veinte o treinta veces más que los europeos.

Tuvimos que quedarnos en la aldea de Kulusuk tres días más de lo previsto. Y ahora tenemos que esperar dos días más al avión que nos lleve de vuelta a Islandia. En esta semana y pico groenlandesa hemos hecho excursiones preciosas a pie y en trineo, hemos paseado por Kulusuk y Ammasalik, hemos charlado con los vecinos, hemos cenado con ellos, hemos visto entrenamientos de fútbol y hemos contemplado la vida del pueblo. Seguimos con la mandíbula colgante ante este mundo tan extranyo, tan duro y tan seductor para el visitante. Pero ahora, en apenas un par de días de nevadas y ventiscas que nos impiden movernos o salir de aquí, sin planes y con muchas horas muertas por delante, y cómodamente instalados en un hotel pagado por la companía aérea, experimentamos una minúscula parte de lo que supone el acorralamiento del clima y la geografía groenlandesa. Estas condiciones explican muchas de las tragedias groenlandesas, pero estas condiciones han existido siempre. Lo que ocurre es que los inuit de la costa este han vivido una revolución brutal. Nunca se habían encontrado con los europeos hasta 1884. Entonces eran cazadores prehistóricos y apenas cien anyos más tarde sus bisnietos viven en plena globalización: reciben turistas, ven la tele por satélite, se asoman a internet, compran en supermercados, buscan trabajos en las ciudades y en el extranjero. Evidentemente disfrutan de muchas ventajas y han mejorado su calidad de vida en muchos aspectos, pero un cambio tan drástico ha dejado un reguero de víctimas por el camino. El alcoholismo, los suicidios, el desarraigo y la desesperanza de muchos inuit no puede explicarse sin tener en cuenta esa revolución, ese aterrizaje forzosísimo en un mundo tan distinto. Los detalles quedan para otro texto, quizá para un futuro reportaje, pero por ahora nosotros hemos entendido un poco mejor uno de los factores del drama inuit, y eso que estamos en un hotel: un par de jornadas más encerrados aquí por el hielo y el viento de Groenlandia, sin nada que hacer en todo el día, y empezaríamos a abrir botellas de vino como locos.


(PD: Colgar las fotos es un poco complicado. Ya pondré algunas a la vuelta).

sábado, 10 de mayo de 2008

Cinco dias en Kulusuk

En Groenlandia no conviene hacer muchos planes. Puede que el mar este con demasiado hielo como para navegar pero demasiado fundido como para cruzarlo en trineo de perros. Queda el helicoptero, pero puede que el dia previsto lo necesiten con urgencia en otro sitio o de pronto puede llegar el piteraq, un viento que baja desde el casquete de hielo a la costa y sopla a mas de 300 km/h. Pensabamos quedarnos un par de dias en Kulusuk, una aldea de 300 habitantes medio sepultada por cuatro o cinco metros de nieve, en una isla de granito y hielo, rodeada de mas islas, fiordos congelados y montanyas con glaciares inmensos., pero en vez de dos dias nos hemos quedado cinco porque no habia manera de salir de aqui. En Groenlandia conviene no hacer demasiados planes, tener paciencia y un montoncito de libros para pasar la tarde en casa.

Nos hemos alojado en casa de Georg Utuaq y su numerosisima prole de hijos, sobrinos y nietos. Georg es cazador de focas y tambien pasea turistas. Con el y dos cazadores mas nos fuimos de excursion en tres trineos de perros: siete horas deslizandonos por el mar congelado como una llanura de marmol, por los valles de hielo de islas abruptas, por gigantescos glaciares agrietados. El paisaje mas grandioso, abrumador y emocionante que he conocido nunca.

En estos dias tambien hemos visitado la escuela de Kulusuk y hemos charlado con sus profesores daneses y groenlandeses; hemos asistido al entrenamiento del TM-62, el equipo de futbol de Kulusuk, semifinalista del campeonato de Groenlandia, eliminado por un error arbitral, que se entrena en la sala de bailes del pueblo (un salon vacio de 16 metros por 6); hemos cenado salmon pescado por Lars-Peter, el director danes de la escuela; hemos comido narval crudo -sabe a neumatico-; hemos caminado por las montanyas de roca, liquen y musgo de los alrededores y el mar helado; hemos visto entre la nieve maquinas abandonadas por el ejercito estadounidense cuando construyeron una estacion de radar en esta isla, y hasta nos ha dado tiempo a enfadarnos con los crios revoltosos del vecino. No esta tan mal quedarse colgado unos dias en Kulusuk.

PD: Acabamos de llegar en helicoptero a Ammasalik, la capital de Groenlandia oriental, 1.800 habitantes. Y nos acaban de escribir para decirnos que el vuelo de regreso a Islandia se retrasa del 12 de mayo al 14. Dos dias mas en Groenlandia, por cortesia de Icelandic Air. No conviene hacer planes...

lunes, 5 de mayo de 2008

Chaladuras subárticas


Foto: cena en casa de Antón, el último ballenero vasco, en Reikiavik. Para el picoteo: ballena cruda en salsa de soja.

Una cordillera de 18.000 kilómetros atraviesa el fondo del Atlántico de norte a sur, una cicatriz que divide la placa tectónica americana y la euroasiática y que se agita con una actividad sísmica brutal. A fuerza de terremotos y erupciones, algunos puntos de la cordillera se elevaron hasta emerger de las aguas. Por ejemplo, Islandia, que brotó del mar hace muy pocos millones de anyos. Su paisaje todavía sigue modelándose con explosiones, desplomes, coladas de lava, afloramientos de montanyas y de islotes... Ayer, durante nuestro primer día en la isla, descubrimos que muchos rincones Reikiavik desprenden un olorcillo a huevos podridos por las aguas sulfurosas con que calientan la ciudad. Parece mentira que un país tan nuevo ya huela a caducado.

Encontramos en Islandia una abrumadora concentración de chalados por kilómetro cuadrado. Un italiano que va a cruzar esquiando el glaciar Vatnajökull ida y vuelta (300 kilómetros por el glaciar más extenso de Europa); un suizo que salió pedaleando de su casa, acaba de cruzar Islandia y espera un barco mercante que le lleve a Canadá para cruzar aquel país de costa a costa; un santanderino que suenya con irse a alguna aldea de la costa islandesa (porque, al parecer, en esos pueblecitos de mil habitantes hay mucho trabajo y mucho dinero para quien quiera descargar pescado y muy poca competencia sexual para un moreno ávido de rubias ávidas).

En este primer día comimos paella en casa del cocinero basauritarra Miguel, su esposa Lorena y su hija Estrella Björt ("luminosa"). Cenamos ballena cruda con salsa de soja y dos gotas de limón en casa de Antón, un donostiarra de 64 anyos que es un fenómeno de la naturaleza, una especie de constante erupción islandesa en el cuerpo de un vasco silvestre. Trabajó como biólogo en medio mundo, descubrió especies de cangrejos caribenyos que llevan su nombre, trabajó cinco anyos en el departamento de crustáceos del British Museum, ahora caza ballenas en Islandia (las que corresponden al cupo de caza por motivos científicos: nueve rorcuales el anyo pasado), nunca compra carne (tiene un arcón congelador lleno de perdices nivales, frailecillos, alcas y todo tipo de preciosos pajarracos árticos), está empenyado en unir las mitologías vasca y escandinava (de Thor a Aitor sólo hay un paso) y le gustaría hallar los restos de Martín Villafranca y los otros 30 balleneros vascos asesinados en los fiordos islandeses en el siglo XVI (la mayor masacre en la historia del país).

Entre la comida y la cena, entre la paella y la ballena, en el puerto de Reikaivik visitamos a Suso, un gallego risuenyo de Portonovo, 67 anyos, que lleva los últimos 9 navegando por todo el mundo con un velerito de ocho metros de eslora, para disgusto de su mujer, sus hijos y sus nietos. Ahora lleva dos meses fuera de casa: salió de Galicia, cruzó entre Irlanda y Gran Bretanya, acaba de llegar a Islandia y pretende navegar hasta Groenlandia con su cáscara de nuez. Y luego... luego espera navegar un anyo más. O dos. O quizá tres. "Es que cada día vivo más contento", dice.

Fotos: 1) Suso en su velero. 2) Y en el interior del velero: Antón, el último ballenero vasco; Suso; Josu; la hija islandesa de Antón (cuyo nombre no soy capaz de transcribir, lo siento): el novio de la hija; y servidor.






domingo, 4 de mayo de 2008

Apuntes de Islandia (2)

La cárcel de Reikiavik
"El hombre me explicó que casi todos los reclusos tenían las llaves y podían entrar y salir a su antojo. Los fines de semana la cárcel se quedaba casi vacía. Y la única obligación de un preso, aparte de las llamadas de control, era no perder la llave. No perder la llave, repitió solemnemente el individuo, y me explicó luego la mala suerte de otro recluso que perdió la llave y tuvo que pasar la noche en un hotel".

El interior de la isla
"En el interior no vive absolutamente nadie; sólo unas cuantas ovejas en los pastos de verano, zorros árticos y visones que han escapado de las granjas peleteras. Un desierto de campos de lava, altiplanicies, montañas peladas y morrenas, que parece inscrito por los dioses del Terciario como Prohibido para la especie humana".

El campo de lava de los proscritos
El Ódádahraun (Lava de Actos Maléficos) es el campo de lava mayor y más vacío del mundo, una alucinante extensión de cinco mil kilómetros cuadrados. Se llama así por los proscritos que supuestamente se escondieron aquí en el siglo XIX. (...) En 1967, las autoridades de la NASA enviaron a Neil Armstrong, William Anders, Alan Beam y otros miembros del programa Apolo XI a dar unos cuantos paseos preliminares entre las demenciales figuras del Ódádahraun. Era un sustituto perfecto de la Luna: otras lavas de otras partes del planeta no son bastante lunares porque han sido profanadas por la vegetación o estropeadas de alguna otra forma. Los astronautas del Apolo llegaron aquí, dieron unos cuantos saltos, recogieron muestras de rocas y jugaron al fútbol americano como preparación para realizar dos años después el memorable viaje lunar".

A Eyvindur Jónsson, ladrón de ovejas que vivió en el siglo XVIII, le obligaron a vivir en uno de los desiertos de lava del interior. "En el invierno de 1774, tenía un caballo muerto por techumbre. Comía la carne del caballo y en primavera los rayos del sol se filtraban entre los huesos del animal. Un año después le indultaron. Había sido forajido veinte años. El gobierno no te permite serlo más tiempo".

viernes, 2 de mayo de 2008

Apuntes de Islandia

Del estupendo libro En los confines del mundo, de Lawrence Millman (Ediciones B, 1999).

Islandeses de hielo y fuego

"La isla confirmó inmediatamente mi fe en esa vieja idea de resonancias topográficas: eres el lugar en el que habitas. Los suizos son absolutamente cautos y actúan como si un paso en falso fuera a desprender sus clavijas de hierro forjado y enviarles a la muerte. Los australianos son secos, curtidos y algo lacónicos, como su propia tierra. En cuanto a los islandeses, parecían comportarse como su excéntrico montón de lava. Casi todos los que conocí, como corresponde a una isla que es hielo y fuego sucesivamente, parecían marchar a ritmo de un tambor claramente distinto. Había entre ellos pescadores que probaban el mar para saber si tenía peces; un labrador llamado Magnús que conocía a cada una de sus setecientas ovejas por su nombre; un sacerdote rural que utilizaba el patronímico islandés Jesús Josephsson como nombre de su Salvador; el bardo Sveinbjörn Beinteinsson, que entonaba el antiguo rimur con acompañamiento orquestal de piedra; y el espíritu de Mao Tse-Tung conjurado en una sesión espiritista en Kópavogur que hablaba en perfecto islandés y que lo justificó alegando que el islandés era el idioma del más allá".

El primer colono
"En el año 874, Ingólfur Árnarson se vio obligado a dejar su Noruega natal tras ser condenado por asesinato. Cuando vio una gran isla, echó los pilares de su silla al mar. Los pilares de las sillas tenían tallas mitológicas complejas y eran la pieza de mobiliario más importante del hogar vikingo. Donde el mar las depositaba en tierra era donde los dioses decretaban que uno debía instalarse. Muchos lugares espantosos de Islandia debieron de poblarse así (...). Ingólfur Árnarson levantó el primer hogar vikingo documentado de Islandia en Anarhóll. La ciudad honra a su padre fundador homicida con una estatua de semblante severo: el Ingólfur de bronce contempla el horizonte desde su pedestal como si buscara nuevos mundos que colonizar, nuevos hombres que matar".

Primeras leyes
"Otros siguieron el ejemplo de Ingólfur y así, en el año 950, los márgenes costeros de la isla eran muy apreciados por sus compatriotas, una raza irritable, solipsista incluso, un pueblo que parecía creer que las montañas grandes hacían excelentes vecinos, y los fiordos anchos, aún mejores. La república que crearon era una buena combinación de igualdad y crueldad. Por un lado, fue sede del primer parlamento democrático del mundo, el Althing, creado en el año 930; por otro, aquellos primeros demócratas acostumbraban a conservar la cabeza de los enemigos y portarla consigo para alardear. La ley prohibía la pena capital, pero las venganzas familiares, de magnitudes casi genocidas (como la de la Saga de Njall) eran completamente legales. Floreció la literatura. Es decir, la literatura mayor; se imponían multas severísimas a los que perpetraban poemas amorosos".

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