Copio los siguientes dos párrafos del libro Mala tierra. Viaje por los yermos de Montana, de Jonathan Raban:
“El Decreto del Suelo era un documento tan ambicioso que daba vértigo. Empezando en un punto arbitrario del río Ohio, donde su curso deja Pennsylvania rumbo al oeste, se desplegaba sobre la enorme extensión inexplorada y sin colonizar de Norteamérica una fantasmagórica cuadrícula de casillas numeradas. En las laderas de montañas aún por descubrir, en valles todavía bajo el dominio de “salvajes” desconocidos, unas ciudades cuadriculadas aguardaban la llegada de exploradores como Lewis y Clark y de los agrimensores. Según el esquema mental de Jefferson, las ciudades estaban allí, en el mundo desconocido, como entidades platónicas. Para darles presencia física, primero había que localizarlas y marcarlas. Incluso mientras te abrías paso a hachazos entre los matorrales, ya sabías el número del municipio, así como el de la sección de doscientas sesenta hectáreas donde estabas. Según el Decreto había que reservar una sección (la número 16, situada cerca del centro de cada municipio) para usos educacionales, y el gobierno de los Estados Unidos se reservaba otros cuatro. De manera que unas ciudades todavía sin trazar ya estaban dotadas con escuelas y colegios universitarios fantasmas, oficinas de correos fantasmas, palacios de justicia, cuarteles, oficinas de licencias y demás engranajes de una civilización regulada.
Se necesitaron casi ciento cuarenta años para cuadricular el Oeste como la hoja de un bloc y, a comienzos del siglo XX, los agrimensores todavía trabajaban en las praderas de Montana trazando líneas de secciones con la brújula de anteojo solar mejorada por Burt. La distancia se medía con cadenas, para lo cual utilizaban la cadena modelo de cien eslabones, de veinte metros de longitud. Mientras se tensaba la cadena, uno de los operarios clavaba en el suelo una estaca de acero con una banderita roja. Después de medir cinco cadenas, el hombre que iba delante gritaba: “¡Marca!” y los demás portadores de cadenas contestaban a coro: “¡Marca!”, luego retiraban las estacas y la cuadrilla se trasladaba al tramo siguiente. A las cuarenta cadenas, en un hoyo de cuatro metros y medio de profundidad se clavaba un poste de madera, de unos siete metros y medio de alto, con números arábicos grabados en una de las caras, con lo cual quedaba marcado el cuarto de sección”.
En las décadas siguientes, unos funcionarios llamados "localizadores" acompañaban a los colonos que habían comprado parcelas de tierra para ayudarles a buscar las estacas que delimitaban sus enormes propiedades. Eran las estacas que décadas antes habían colocado los agrimensores, siguiendo la cuadrícula trazada sobre una hoja en blanco por el Decreto del Suelo de Jefferson.